En el Puerto Príncipe de la década de 1970, en la mayoría de los barrios residenciales, era habitual ver a los niños jugar bajo la lluvia. De hecho, se tenía la impresión de que se podía beber el agua de lluvia que venía del cielo.
A principios de septiembre, pude observar cómo algunas tradiciones han desaparecido por completo y también la grave degradación tanto en Puerto Príncipe -la antigua capital- como en Pétion-Ville, que ha explotado en varios planos, convirtiéndose en la nueva capital para el oeste de Haití. En septiembre de 2025 se tiene la impresión de que la pureza del agua de lluvia procedente del cielo ya no es la misma. En cuanto a la que aterriza sobre el pavimento, transporta tantos desechos que en algunos barrios es un líquido de color negro que recuerda al petróleo que inunda las alcantarillas. Estudiar los problemas humanos y técnicos de un país en situación de guerra es una complejidad desconcertante. La lluvia en Puerto Príncipe y Pétion-Ville es sinónimo de diluvio bíblico.
En la semana de trabajo, las prisas alrededor del transporte público son verdaderas hazañas de gladiadores. Evito pensar en el regreso a la escuela dentro de dos semanas. Evito soñar con las responsabilidades del gran actor ausente, el Estado, cuando la colectividad trata de organizar su difícil supervivencia. El reciente descubrimiento de los textos del arquitecto Omar Rancier en Acento también me ha ayudado a observar mejor las calles y callejones que fueron construidos para la ciudad a principios del siglo XX. Para Pétion-Ville, en septiembre de 2025, ni siquiera me atrevo a abordar las sorpresas demográficas. La misma situación existe en Cabo Haitiano, al norte. A pesar de todas mis precauciones, tengo el deber de informar a los lectores que, en varias ocasiones, sectores políticos han soñado con decretos para mover hacia otra ciudad la capital Puerto Príncipe… Por razones administrativas importantes, aparentemente. En el fondo, para complicar mucho más lo que no se arreglará mañana por la mañana…
Siempre es interesante escuchar las comparaciones de los ciudadanos sobre el estado de nuestras ciudades. En un país con complicaciones administrativas y políticas inexplicables, es siempre sorprendente comprobar que la mayoría de los responsables no dudan en lanzar comparaciones peligrosas: la ciudad de París de antes de Eugène Haussmann (1809-1891) no es la ciudad de los Juegos Olímpicos de 2024. En un artículo anterior (A todo galope, tras mi espagueti con Rioja…) decía "Leyendo a Omar Rancier, aprendí a construir el Santo Domingo de los recuerdos olfativos". En este mes de septiembre, analizando el estado de mis calles y del transporte antes y durante las lluvias, me gustaría tanto sentarme en un aula de Don Omar, para preguntarle: ¿estamos casi en la antecámara del infierno?
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