“La sorprendente explosión de las protestas de Occupy Wall Street, la movilización masiva en Grecia, las multitudes en la Plaza Tahrir… todos ellos son testigos del potencial oculto para un futuro diferente. No hay garantía de que este futuro llegará. No hay un tren de la historia en el que simplemente tengamos que subir. Depende de nosotros, de nuestra voluntad”. (Slavoj Žižek, La guía perversa a la ideología)

El 26 de septiembre de 1940, un hombre brillante se quitó la vida por medio de una sobredosis de morfina: se trataba de Walter Benjamin, pensador inigualable y compañero de viaje del marxismo revolucionario de la primera mitad del siglo XX. Agobiado por la persecución nazi, Benjamin huyó hacia la frontera entre Francia y España, donde, creyendo que nunca la abrirían a tiempo, decidió suicidarse antes de ser atrapado por las fuerzas reaccionarias de Hitler o Franco.

Pero, antes de emprender la huida, confió a su amigo Georges Bataille —el filósofo que laboraba en la Biblioteca Nacional de Francia— su último manuscrito: se trataba de sus tesis Sobre el concepto de la historia. Revestidas de un lenguaje altamente denso y metafísico, el núcleo central de estas tesis era lo suficientemente contundente como para ameritar persecución también por parte del totalitarismo estalinista de la Unión Soviética.

En este pequeño manuscrito, Benjamin arremetió contra la idea tradicional de la historia como un progreso lineal, continuo e inevitable. Él identificaba esta noción de la historia con el historicismo y la socialdemocracia de su tiempo. Señaló la peligrosidad de tal idea, al fungir como cómplice del fascismo y del dominio de la burguesía. Para Benjamin, imaginar la historia como una de progreso continuo dejaba atrás a todas las víctimas del pasado, cuyo sufrimiento era ignorado y barrido por lo que él denominaba “la tormenta del progreso”.

Contrario al marxismo ortodoxo y sus manuales de adoctrinamiento bombeados al mundo desde la Unión Soviética en ese entonces, Benjamin propuso que una auténtica revolución viene a interrumpir catastróficamente la linealidad del progreso, el continuo de la historia, por medio de una “brusca dialéctica” que rescata del olvido todas las esperanzas incumplidas de las generaciones oprimidas.

La juventud dominicana comienza a percatarse de que algo debe cambiar en algún momento en nuestro país

Es decir, que este intelectual disidente proponía una nueva manera de hacer historiografía: lo que él llamaba “cepillar la historia a contrapelo”. Esta nueva metodología contaría con un método muy específico: la captura de la “imagen dialéctica”, aquel instante de peligro en el presente donde un pasado oprimido relampaguea y se hace reconocible, permitiendo una conexión cargada de tensiones entre el ahora y un momento específico del pasado. La tarea del historiador revolucionario sería, entonces, capturar esos destellos de memoria y activarlos en el presente para liberar el potencial revolucionario que fue aplastado.

La República Dominicana ha vivido bajo un intensivo proyecto de dominación disfrazado de “progreso” y “Estado de Derecho” desde el fin del balaguerato, en el año 1996, hasta nuestros días. En nombre del “avance de la democracia” y la “prosperidad económica”, las clases dominantes se han regocijado en la opulencia obtenida a costa de la miseria del pueblo, al cual distraen con circos electorales que siempre redundan en el mismo resultado: algún sector dominante imponiéndose sobre los otros para seguir exprimiendo al país sus riquezas por medio del expolio neoliberal y la explotación del trabajo asalariado o precarizado.

Cooptando los sueños de progreso del pueblo dominicano y también de su izquierda política, los gobiernos que constituyen lo que los historiadores burgueses denominan “Era de la Democracia” han revestido a sus regímenes de acumulación capitalista con un ropaje ideológico que mantiene a la gente en un resignado ensueño angustiante, siempre en la intemperie entre la amargura de los sueños perdidos y la ilusión de un futuro mejor. Sin embargo, ante el avasallador avance del extractivismo, la corrupción, la desigualdad social y económica, la militarización y la persecución salvaje de las personas haitianas y sus descendientes, grandes segmentos del pueblo —con la juventud siempre a la vanguardia— comienzan a percatarse de que algo debe cambiar en algún momento en nuestro país, abriendo la posibilidad de que el continuo de la historia sea interrumpido una vez más.

Gabriel Andrés Baquero

Filósofo

Gabriel Andrés Baquero (n. 1992, Santo Domingo, República Dominicana) es filósofo y escritor. Licenciado en Humanidades y Filosofía por el Instituto Superior Pedro Francisco Bonó (2018) y Magíster en Estudios Caribeños por la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (2022), se dedica a la investigación y reflexión sobre temas culturales, históricos y políticos.

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