Salimos de la pandemia y su confinamiento a escala planetaria con la esperanza de que la humanidad hubiese aprendido algo del drama que nos niveló a todos en el miedo a enfermar y morir en la más radical soledad. Grave error de criterio. Todo siguió igual o peor. La explotación de la mayoría se radicalizó en el contexto de la fuerza devastadora del neoliberalismo contra la vida humana. La destrucción de los ecosistemas siguió con igual intensidad. Las matanzas de miles de seres humanos siguen en curso (Gaza, Ucrania, Sudán…) y el dislocamiento del mercado mundial con la segunda presidencia de Trump anuncia más hambre, desigualdad y violencia.
Si todo modelo económico, social y político ha de ser evaluado en función de su promoción de la vida humana, es indudable que vivimos tiempos inhumanos. No es el primero, pero es nuestro tiempo y responsabilidad. Muchos temen que las cosas irán a peor en las próximas décadas por el deterioro climático y la imbecilidad en que están siendo formadas las nuevas generaciones, tanto por las redes sociales como por la aniquilación de la educación de calidad en muchas sociedades. Tontos han existido siempre, pero ahora son formalmente constituidos para garantizar que los modelos autoritarios políticos emergentes y las formas salvajes de extracción de plusvalía funcionen con el menor nivel posible de resistencia.
Siempre hay excepciones, antes y ahora. La rebelión en todo el mundo por el genocidio ejecutado por el gobierno de Israel contra el indefenso pueblo palestino está obligando a muchos gobiernos a reconocer el derecho del pueblo palestino a tener un Estado soberano. Los liderazgos más reaccionarios de la derecha y la extrema derecha han llegado incluso a cuestionar el concepto de genocidio en lo que está ocurriendo en la Franja de Gaza. ¡Y no es estupidez por parte de ellos! Es la falta de sensibilidad hacia el sufrimiento humano de esos actores políticos, es el racismo contra los pueblos más pobres y sus migrantes, es el hecho, que ya muchos investigadores han demostrado, que el poder político y económico tiende a atraer personalidades psicópatas y narcisistas que son indiferentes al dolor de los otros.
Si las palabras han perdido su significado, si a jóvenes y adultos se les manipula fácilmente por su débil sentido crítico, es tiempo de reconstruir la explicación de la realidad social y las acciones que debemos implementar para que la vida de todos sea más plena. Ni democracia, ni izquierda, ni derecha, ni siquiera provida o respeto sirven para entender lo que está pasado y como lograr un mundo donde cada hombre y mujer, niño o anciano, considere que vale la pena vivir.
Hay que buscar métodos de desintoxicación de la adicción a estar viendo constantemente pantallas, sobre todo los celulares. Promover encuentros presenciales donde se pueda dialogar, disfrutar de la compañía física y compartir las experiencias de vida. Necesitamos preguntarnos por el sentido de las palabras y cultivar la empatía con los otros, sobre todo los excluidos de las estructuras sociales actuales. Y curioso, los mismos problemas enfrentaron dos grandes pensadores atenienses hace más de dos mil años: Sócrates y Platón.
Sócrates nos enseñó que la única relación humana válida ocurre en el diálogo, caminando por calles, mercados y plazas, en casas y escuelas. Preguntarnos unos a otros sobre lo que queremos decir cuando hablamos de justicia, verdad, amor, en fin, de todo lo que pretendemos explicar cuando usamos tal o cual palabra. Platón, en sintonía con Sócrates, nos cuenta una parábola que refleja perfectamente lo que hoy vivimos con las pantallas. Según él los seres humanos viven en una cueva donde únicamente ven sombras y que consideran que las mismas es la realidad, uno de ellos sale de la cueva y ve el mundo tal como es y regresa a convencer a los otros que le sigan al exterior para que descubran el error en que siempre han vivido.
Estamos de nuevo en el punto de partida de la democracia ateniense del siglo V a.n.e. y el curso de nuestra vida social, económica y política es regida por sofistas y sociópatas. Promover vocaciones, proyectos de vida, como las de Sócrates y Platón es urgente y necesario para impedir el fin de la especie humana y posiblemente de toda forma de vida en nuestro planeta.
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