Desde la antigüedad hasta nuestros días, la mujer ha venido incidiendo en el ámbito de la filosofía. Sin embargo, la reconstrucción reflexiva sobre el desarrollo histórico de las ideas, las teorías, los problemas y las prácticas filosóficas, se ha venido realizando sobre la base de prejuicios ideológicos de corte machista. Hasta ahora, todos los libros que he visto y leído de historia de la filosofía, se limitan solamente a resaltar el quehacer filosófico de los hombres. En cambio, la participación de la mujer ha sido relegada a un segundo plano y sepultada en el polvo del olvido. Eso es lamentable, ya que sus aportes en el campo de la filosofía son innegables.

La filosofía constituye el nervio vital de la cultura universal. Sus consejos son indispensables a nuestro vivir, como el aire que respiramos. Sin ella, la vida carecería de sentido y andaríamos desorientados. El filosofar no es propio de un género exclusivo. Eso lo evidencia el hecho innegable de que hombre y mujeres aman y cultivan la filosofía. Por tal razón, los valiosos aportes de los filósofos deben ser valorados, justamente, sin olvidar el quehacer de las filósofas, que, con la frescura de su discurso embriagador y lúcido, contribuyen a la clara comprensión de los temas más intrincados de la filosofía y la vida en toda su complejidad. Pretender ignorar esto, equivale a tapar el sol con un dedo.

Numerosas mujeres del ayer, hoy y siempre, reconocen el poder extraordinario, critico, reflexivo, comprensivo, dubitativo, interrogativo e investigativo de la filosofía. Por eso, constantemente la estudian, con gran pasión, para conocer el desarrollo histórico de la ciencia, los problemas de la humanidad, el sentido de la vida, las leyes generales y particulares, que regulan los fenómenos, la sociedad y el pensar.

Inspiradas en la mejor tradición milenaria de la sabiduría, las filósofas miran y remiran su interioridad; se comprenden a sí mismas, dominan sus emociones; dudan, interrogan e investigan críticamente; destruyen dogmas y se adentran, con la luz de la inteligencia, en el asombroso bosque de la cultura filosófica. Lo hacen, sin temor ni temblor, arrastrada por los ímpetus de la curiosidad y la imaginación creadora, que trasciende las brumas de las dudaciones y aprehende la verdad. Estimuladas por esto, las filósofas piensan y repiensan sus vivencias y las transforman en esencia estructural.

Ellas, con voluntad inquebrantable, interpretan y comprenden, con mucha claridad, los problemas generales y particulares de su contexto epocal. Con la fuerza de la razón, desprecian la ortodoxia y miran, con desdén, la necesidad y estragos de la sociedad. También, rechazan la cursilería discursiva y el peso zahiriente de las remembranzas hostiles, que intensifican los vértigos de las depresiones y exacerban los gritos reprimidos en lo más profundo de la carne.

Por conveniencia propia, prestan oídos sordos a los quejidos nostálgicos de los sujetos ofuscados por malos augurios de un porvenir sombrío, que, en vez de paz, genera intranquilidad y discordia en el seno de la vida social. Con prudencia, las filosofas conservan su propia identidad, y mantienen, sobre todo, viva la llama de la filosofía en medio de los soplos desdichado de la perversión y las visiones trágicas sobre el mundo, la sociedad y su devenir.

Epicuro dijo alguna vez: “si la filosofía no cura los tormentos del alma, no sirve para nada”. Consciente de ello, diversas filosofas utilizan los conocimientos filosóficos para orientar, sanar heridas del alma, superar conflictos existenciales y desarrollar buenos hábitos de vida. Esta función medicinal de la filosofía enriquece y fortalece, aún más, los aportes de muchas mujeres en el campo de la epistemología, la ética, la estética, la axiología, la metafísica, la gnoseología, la lógica, la hermenéutica, la antología y otras importantes áreas del saber.

 “Las mujeres, contribuyeron- y todavía lo siguen haciendo- en la formación avance y desarrollo del pensamiento filosófico de la humanidad. Desde la lejana antigüedad, sus nombres ocupan un lugar bien merecido en el amplio y complejo mundo de la cultura filosófica. Por eso Humberto Eco afirma con toda claridad: No es que no hayan existido mujeres que filosofaran es que los filósofos han preferido olvídarlas, tal vez después de haberse apropiados sus ideas”.

Los aportes de las filósofas en los más diversos ámbitos del saber son indudables. Sus ideas, teorías y planteamientos están impregnados de mucha sabiduría. Por eso, es necesario investigar sus pensamientos, ideas, conceptos, planteamientos y aportes para valorarlos y compréndelos en su justa dimensión su grandeza en su justa dimensión.

Joseph Mendoza

Joseph Mendoza. Comunicador social y filósofo con postgrado en Educación Superior, obtenidos en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Magister en filosofía en un Mundo Global en la Universidad del País Vasco (UPU) y la UASD. Además, es profesor de la Escuela de Filosofía de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Tiene varios libros, artículos y ensayos publicados y dictados conferencias en la Academia de Ciencias de la República Dominicana.

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