Crecer en un hogar en que se le dé importancia a las buenas costumbres es algo invaluable. Siempre he dicho como hija de familia, maestra y madre, que la escuela está para enseñar y el hogar para educar.
Estudié en un colegio católico, uno de los mejores del país, el Colegio Inmaculada Concepción de La Vega. En mi época escolar había una materia llamada “moral, cívica y urbanidad”, en ella se reforzaban los valores patrios y las buenas costumbres aprendidas en el hogar.
Mis padres fueron maestros desde que yo tenía uso de razón, hasta llegar a la edad en que ya no hay fuerzas para ejercer esa profesión. Mi mamá comenzó en una escuela pública y recuerdo tanto ella como mi papá hacían las láminas que iban a usar en sus clases porque no había láminas como hoy pero también ponían letreros en las paredes que decían: “gracias”, “con permiso”, “buenos días”, etc. una forma de inculcar en los niños esas buenas costumbres que por su condición no les eran enseñadas en sus casas.
Esas costumbres son pasadas de generación en generación. El recuerdo que tengo de mis abuelos es verle comer sentados en la mesa para desayunar, comer y cenar. Con el mantel puesto, los platos y cubiertos como manda la ley. Solo en la mesa los acompañaban mi primo Antonio, que era el mayor de la camada y algunos de los hijos e hijas que iban de visita. Nosotros los demás nietos nos sentábamos en una mesa en la gran terraza, pero siempre guardando las normas de educación.
Cuando se crían los hijos sin ningún tipo de costumbre, cuando la mesa familiar no es un lugar para compartir, para aprender a tomar los cubiertos, aprender a masticar con la boca cerrada o no hablar con la boca llena, es muy difícil que eso pueda trasmitirse a los hijos y nietos.
Me sorprendo cuando veo que en una casa cada cual toma su plato y va y se sienta en un sofá o va comiendo caminando de un sitio para otro. Eso es lo que ven y aprenden los niños.
Tengo varias vivencias sobre el uso correcto de la mesa para las comidas. En una oportunidad alguien vino a la casa a buscar a uno de mis hijos y al ver como tenía puesta la mesa se admiró y le preguntó si siempre aquí se comía de esa forma, mi hijo se sorprendió porque no veía nada raro en eso ya que era nuestra costumbre.
En una ocasión conversando con alguien me dijo que ella no era de mesa, que ella comía en la sala o en cualquier sitio, pero otra persona me dijo que ella tampoco era de mesa, que en su casa comían en cualquier lugar, no porque su mamá no supiera las reglas, sino porque no tenían espacio para una mesa, pero cuando se casó y vio las costumbres de su esposo, aprendió.
Mi mamá aprendió en su casa porque su madre le enseñó la forma correcta de comer, de poner una mesa y ella nos enseñó a mis hermanas y a mí. Yo por mi parte le trasmití a mis hijos esas costumbres, y es que en casa de mis padres el comer en la mesa con todas las reglas, era una norma.
A la casa de mi hermana Araceli se puede llegar en el mismo momento en que ella esté comiendo y verá cómo tiene su mesa puesta aún para ella sola. Yo también vivo sola, pero para mis comidas no falta el mantel, los cubiertos, el plato, el vaso y la servilleta como Dios manda y es que la comida sabe mejor y se disfruta más si tenemos el lugar de manera adecuada.
Donde mi amiga de la niñez Luchy lo que más me gusta es pasar a la hora de cualquier comida, no para comer, ni por imprudente, es que si estoy cerca aprovecho y paso a saludarla. Me encanta ver esa mesa con todas las reglas, es más, cuando llego y veo cómo está esa mesa, tengo que recordar esa exquisita educación que le dio Doña Cunda, su madre y que ella con tanto amor se lo ha trasmitido a sus hijos y nietos.
Rescatemos las buenas costumbres, aunque se viva en un corre-corre, debemos tratar por lo menos de tener una de las comidas en familia y poder compartir, corregir y disfrutar de tan preciado momento.
Compartir esta nota