No existe ciencia, filosofía, literatura, teología o disciplina alguna que no parta del hecho de que existe como tal por la vida humana. Ninguna lengua, cultura, sistema político o estructura económica es posible concebirlo si no es desde la vida humana. Son los humanos, hombres y mujeres, quienes han dado nombre y sentido a todo lo que existe, de diversos modos, en diversas lenguas y contextos culturales. No existe evidencia de que otros seres en el universo sean capaces de pensar y expresar lo que piensan, aunque se sospecha que no es posible que estemos solos en el cosmos. Somos, en diversos grados, herederos de un gran tesoro, sobre todo a partir del neolítico, cuando el sedentarismo permitió tener tiempo para meditar y dialogar, crear y comerciar, explorar y asombrarnos.
La vida humana es una y tiene el mismo valor en cada uno de sus 8 mil millones de manifestaciones actuales. Todos llegamos a la existencia de la misma manera y por tanto somos hermanos en la existencia. Nadie es más humano que otro, ni tiene más derecho a existir que cualquier otro. La vida humana es la misma desde que se concibe, nace, desarrolla su niñez y adolescencia, vive sus diversos momentos de adultez y muere. Todo lo que atente contra la integridad de cualquier ser humano en sus diversos momentos vitales es intrínsecamente malo y priorizar unos seres humanos sobre otros, o una etapa sobre las otras, corrompe el sentido la dignidad humana.
La declaración de los Derechos Humanos como filosofía fundacional de la Naciones Unidas expresa de manera sintética lo que significa la unidad de todos los seres humanos y la igualdad en dignidad. Afirma el preámbulo: “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”. Somos una familia en su sentido pleno, demostrable en la herencia genética que todos compartimos y el conocimiento que hemos adquirido estudiando a todas las culturas existentes y las que han dejado algún testimonio que hoy podemos analizar.
La historia de la humanidad está plagada de sistemas económicos, políticos, religiosos e ideologías que menosprecia y destruye la vida de millones de seres humanos para privilegiar grupos y minorías. Esas actitudes criminales, inhumanas, están fundamentadas en la codicia, la pulsión por el poder y los discursos culturales, ideológicos y religiosos que estigmatizan a diversos grupos humanos. Lo reconoce el documento de la ONU: “Considerando que el desconocimiento y el menosprecio de los derechos humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad”. Guerras, matanzas, genocidios, en el pasado y actuales, explotación, esclavitud, discriminación, negación de la humanidad, subordinación de grupos a la condición de animales, discursos de odio y otras tantas formas de agresión contra grupos de seres humanos representa lo más vil y vergonzoso de nuestra especie.
Un principio evidente a la lucidez es que todo ser humano que margine, explote, torture o asesine a otro ser humano, legitima que contra él se tenga la misma conducta. Todo el que mata reconoce que él mismo puede ser asesinado. Por tanto, los procesos de deshumanización afectan a las víctimas y a los victimarios. Eliminar toda forma de deshumanización es una meta esencial para reconocer y vivir la plenitud de lo humano. “…la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias”. Palabras y creencias que no pueden abusar de su libertad para justificar y promover formas de discriminación, odio o negación de la integridad de la vida a grupos e individuos.
La propuesta de la ONU es propositiva en su formulación: “…los pueblos de las Naciones Unidas han reafirmado en la Carta (de los Derechos Humanos) su fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana y en la igualdad de derechos de hombres y mujeres, y se han declarado resueltos a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad”. No basta con evitar toda forma de inhumanidad, hay que impulsar un desarrollo material y social equitativo de todos los seres humanos.
Nadie puede quedar marginado de la riqueza, de la salud, de la educación, de la participación social y política, de la oportunidad de conocer la riqueza de nuestra especie y crear nuevas formas culturales y generar nuevas ideas.
Todos los bautizados tenemos que asumir el compromiso -ya lo dijo León XIV- de cambiar el sistema económico que produce miseria y destruye el planeta. Las guerras -fruto de la codicia y la ambición de poder- cesarán cuando las sociedades se edifiquen en torno a la equidad y el bienestar de todos, no de unos pocos. El ser humano debe ser el centro. La defensa de la vida si se agota en el no-nacido y la eutanasia se convierte en recurso ideológico a favor del neoliberalismo y la agenda de la extrema derecha. Hay que defender al no-nacido, pero también a su madre, al trabajador, a los marginados, a los pobres, a los migrantes, a los pensionistas, a los que necesitan salud y educación.
En el caso dominicano es una aberración que los cristianos supuestamente próvida, alineados con las agendas políticas racistas y misóginas, no hayan dicho algo sobre los abusos contra las mujeres haitianas parturientas, llevando a Lourdia Jean Pierre a la muerte. Ni son cristianos, ni defienden la vida.
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