En la entrega anterior revisamos la historia fundacional y los grandes hitos de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). En esta ocasión, me interesa detenerme en su presente: un tiempo de luces y sombras, de expansión y desafíos, desde 1996 hasta hoy.
A partir de ese año, los distintos gobiernos han apoyado a la UASD de diversas maneras. Durante la gestión de Leonel Fernández, con el apoyo de Félix Bautista y los préstamos de SunLand, se impulsó una etapa de expansión infraestructural: ocho Centros UASD en el interior y en la sede central, la Biblioteca Pedro Mir, la Torre Administrativa y el parqueo de gran capacidad.
Ese mismo gobierno destinó el mejor terreno disponible del campus para la construcción del nuevo hospital especializado en cáncer, el INCART. Ahora, a escasos 300 metros de distancia uno del otro, en la acera sur del campus, se encuentran los dos hospitales especializados en cáncer del país, el Hospital Oncológico Dr. Heriberto Pieter y el Instituto Nacional del Cáncer Rosa Emilia Pérez de Taváres, INCART.
El gobierno de Hipólito Mejía alivió económicamente a la UASD y apoyó la formación de cuarto nivel mediante el financiamiento de estudios doctorales a su cuerpo docente, lo que promovió la investigación en áreas científicas tradicionalmente menos activas. También apoyó la terminación de la Biblioteca Pedro Mir, que había quedado inconclusa, e inauguró el edificio. Al retorno de Leonel Fernández al poder, se sustituyeron los pisos y se organizó un nuevo acto inaugural, para que el exprofesor tuviera su propia inauguración.
Danilo Medina no realizó aportes significativos a la UASD, pero dispuso del terreno originalmente destinado a la piscina olímpica y otras áreas deportivas, para la construcción de una escuela. El lugar, en la esquina de las avenidas José Contreras y Paulo III, es de alto tránsito vehicular y de escasa acera, lo que aumenta el riesgo para los niños, niñas y adolescentes que allí circulan. A inicios del actual rectorado, esa estructura se convirtió en el Liceo Experimental Dr. Hugo Tolentino Dipp, sumando otro espacio paralelo al Liceo Experimental Amelia Ricart Calventi, inaugurado hace más de cincuenta años, también en la Ciudad Universitaria.
Desde el inicio de su mandato, el presidente Luis Abinader ha mostrado una actitud favorable hacia la UASD. Durante la pandemia de la COVID-19 apoyó la dotación tecnológica que permitió continuar de manera remota las actividades docentes, investigativas y administrativas. Más recientemente, dispuso la entrega del antiguo Club de la Superintendencia de Bancos, en Manoguayabo, para convertirlo en un centro deportivo universitario, fortaleciendo así la formación de atletas, educadores físicos y entrenadores.
Además, el presidente Abinader ha impulsado la construcción de nuevos centros y extensiones universitarias en diversas provincias, con el propósito de acercar la educación superior a comunidades que antes debían recorrer largas distancias. Esto, más que alegrarme, inicialmente me asusta. La UASD ya cuenta con cuatro recintos, dieciocho centros y trece subcentros, además de la sede central, y continúa en expansión.
En apenas dos décadas, el país ha pasado de contar con poco más de una docena de universidades a medio centenar de instituciones de educación superior. Según el MESCyT (octubre de 2025), la República Dominicana cuenta con 57 instituciones de educación superior: 14 públicas y 43 privadas. La proliferación de IES ministeriales y sectoriales -las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional, el Poder Judicial, el Ministerio Público y el de Administración Pública, entre otras- se ha sumado a esta expansión. Recientemente, el Ministerio de Cultura ha anunciado que el Conservatorio Nacional de Música también otorgará títulos universitarios; es de esperar que también lo haga la Escuela Nacional de Bellas Artes. Algunas universidades privadas, además, operan con centros y extensiones en distintas ciudades del territorio nacional.
Este crecimiento, que podría ser motivo de orgullo nacional, se ha producido sin las garantías suficientes de calidad, equidad y pertinencia. La expansión sin planificación, la falta de evaluación rigurosa y la débil regulación de estándares mínimos de docencia, investigación y estructura curricular amenazan con debilitar el sistema. A menudo, la creación de nuevas IES responde más a intereses institucionales o políticos que a necesidades sociales o académicas reales.
Por otro lado, el MESCyT otorga becas por mérito a estudiantes de grado, que terminan concentrándose en universidades privadas, mientras que la UASD -que forma a la mayoría del estudiantado y recibe a jóvenes de menores recursos- obtiene menos apoyo financiero por ese concepto y acoge a estudiantes con mayores desafíos académicos. Esto genera una competencia desleal y perpetúa desigualdades. El Estado termina subsidiando indirectamente a las privadas más costosas, mientras la universidad pública lucha por sostener su misión social y su compromiso con la equidad.
Estas tensiones dificultan mantener estándares de acreditación internacional, fragmentan los talentos humanos y científicos y debilitan la efectividad del sistema de aseguramiento de la calidad. No basta con multiplicar los nombres de las universidades; es necesario garantizar que sus aulas, laboratorios y programas respondan a los estándares que el país necesita para insertarse en el mundo del conocimiento.
La UASD de hoy es, a la vez, testimonio de resistencia y de renovación. Su presencia en cada provincia es símbolo de esperanza, pero también un recordatorio de los desafíos que enfrentamos como nación para garantizar una educación superior de calidad, inclusiva y socialmente justa.
En la próxima entrega compartiré algunas ideas sobre la UASD que podría ser: una universidad moderna, humanista y al servicio del país.
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