Tomando en consideración los fiascos sanitarios con la seguridad social ocurridos en el pasado en Chile y Colombia, no pocos militantes del ámbito médico gremial local nos resistimos a la instalación de un proyecto de semejante naturaleza, diseñado para beneficiar a grandes emporios financieros. Ante la decisión de aplicarlo aun con sus notorias imperfecciones, desde el Colegio Médico se planteó la alternativa de proteger a los sectores más desamparados, incluyendo a la clase media, estableciendo una entidad de seguro de salud estatal; con tales fines fue creada SeNaSa. Institución que, pese a los actuales graves entuertos, ha logrado en cierta medida coadyuvar en la preservación de la salud de los sectores aludidos.
No obstante, en el modelo sanitario vigente todo quedó desvirtuado, desde que la enfermedad pasó a ser de manera definitiva una mercancía y el paciente un usuario o cliente.
Antes un paciente ingresaba a un hospital público y, pese a los magros recursos que reciben estas instituciones (por la tradicional desidia estatal sobre la salud, que solo recibe un 2% del PIB), el enfermo en la mayoría de los casos recuperaba su salud. Hoy los hospitales siguen prestando semejante colaboración, pero con la gran desventaja de que los insumos han pasado a ser mercancías.
Se critica el copago que se exige en algunos consultorios especializados; quienes esto proclaman no se detienen a averiguar el costo en operatividad de un consultorio privado o de una clínica, que, contrario a los hospitales, debe mostrar un confort de hotelería
En caso de la necesidad de algún material de apoyo adicional, se recaudaba una discreta cuota de recuperación para mantener de modo constante el producto en almacén y poder disponer de este en cualquier eventualidad patológica de las frecuentes en nuestras emergencias, salas clínicas, quirúrgicas y de consultas.
Siempre refiero algunas de las anécdotas con los inolvidables maestros Hugo Mendoza y Teo Gautier, cuando realizaba mi entrenamiento como residente de pediatría en el Hospital Infantil Dr. Robert Reid Cabral. En el hospital teníamos un voluntariado muy eficaz, posiblemente el mejor para buscar ayuda, pero las necesidades eran enormes.
En cierta ocasión asistí al Departamento de Imágenes, presenté un niño lactante cargado por su madre, afectado con una patología respiratoria; necesitaba una radiografía de tórax PA y lateral. Sor Daniela, muy eficiente, pero autoritaria jefa del área, reclamó los 16 pesos que costaba el servicio (muy por debajo de su precio real en esos momentos). Entramos en la fase de habitual discusión; la madre no disponía de esa suma de dinero para cubrir el costo de la placa. Enfadado, con la madre y el niño me dirigí a la oficina del director, el prestigioso doctor Mendoza. Al explicarle el impasse, Mendoza sacó su cartera y me entregó los 16 pesos y me dijo: Castro, págale a sor Daniela. El maestro me ofrecía una nueva lección; sor era un mal necesario; siempre teníamos placas sin importar el momento.
Mientras el reputado maestro Teo Gautier, en varias ocasiones que le reclamábamos, el hospital no tenía en almacén un determinado medicamento para administrárselo a un paciente, rebuscaba en sus reservas de muestras gratis originales y/o escogía uno de sus alumnos pudientes de universidades privadas y le entregaba la receta, solicitándole que, por favor, ayudara a ese paciente con el medicamento.
Los hospitales sobrevivían en medio de la estrechez presupuestaria. El dinero, aunque imprescindible, relativamente no era un obstáculo; por encima estaba el objetivo: salvar al paciente.
La conducta de servicio al paciente en el personal médico y paramédico sigue incólume en los centros de salud públicos y privados. Pero ahora son las ARS las que trazan las pautas; quedó muy claro aquello de sustituir el paciente por el usuario o cliente. Por eso, es muy doloroso que se atente contra los servicios de Senasa
¿Serán las ARS privadas los paradigmas? Acaso, amigo lector, usted no ha observado en las farmacias que despachan los medicamentos a los clientes o usuarios, esperando que desde un call center les otorguen el visto bueno de una parte de los medicamentos que les indican para enfrentar las enfermedades que les afligen, no en atención de la necesidad terapéutica del paciente, sino del porcentaje que ellos estiman deben cubrir. El resto del tratamiento, el cliente debe agenciárselo de motu proprio.
Hoy el debate es el caso de Senasa, como debe ser. Pero al mismo tiempo guardamos silencio sepulcral ante quienes trazan las directrices en el sector salud desde grandes edificios y cómodas poltronas al margen del dilema frente a frente al paciente, clasificando con mucha frialdad cuando una enfermedad es convencional (económica) o catastrófica (costosa). Como si los seres humanos eligiéramos nuestras enfermedades.
Lo peor es que no se cubre el proceso mórbido ni siquiera en un 60% y, cuando vienen los cuestionamientos, recaen sobre médicos y clínicas.
Se critica el copago que se exige en algunos consultorios especializados; quienes esto proclaman no se detienen a averiguar el costo en operatividad de un consultorio privado o de una clínica, que, contrario a los hospitales, debe mostrar un confort de hotelería que siempre consume muchos recursos económicos. Clínicas y médicos no pueden reclamar su verdadero precio, porque este es impuesto por los códigos tarifarios de las ARS, que controlan el flujo de pacientes y disponen de medidas de represalias ante los médicos y clínicas que hacen cualquier reclamo sobre el particular.
Desde el Colegio Médico se planteó la alternativa de proteger a los sectores más desamparados, incluyendo a la clase media, estableciendo una entidad de seguro de salud estatal; con tales fines fue creada SeNaSa
Aunque nunca he ejercido la medicina privada, conozco muy bien el operativo de todo el sistema sanitario local, donde no pocas clínicas han cerrado sus puertas y muchos médicos sus consultorios, ante las imposiciones de los angelicales capataces de las ARS.
El caso SeNaSa, además de harto deplorable, debe ser investigado y sancionado en atención a los requerimientos judiciales pertinentes. Pero la atención al paciente al margen de restricciones y la prevención de las enfermedades sin considerarlas mercancías deben alcanzar el nivel de prioridad que merecen por su enorme necesidad social. Espero que algún día volvamos al paciente y desterremos al usuario o cliente.
Compartir esta nota
