La controversial recepción de Superman: Legacy, la película dirigida por James Gunn que reinicia la serie fílmica sobre el famoso super héroe, es una manifestación del polarizado estado de la política en los Estados Unidos.
Abordó esta película desde una perspectiva, para utilizar la terminología de Umberto Eco, que no es “apocalíptica”, pues no rechaza totalmente la cultura de masas, y que es moderadamente “integrada”, en la medida en que no veo nada malo que el arte sea popular y entretenga, aunque reconociendo, en el sendero trazado por Ariel Dorfman y Armand Mattelart en su obra Para leer al Pato Donald, que Superman, como toda expresión de la cultura de masas, es reflejo de una ideología dominante.
La principal crítica a la nueva entrega fílmica de Superman es que es “woke”. Esto así por presentar al superhombre como un inmigrante, lo que ha irritado a muchos en la nueva derecha anti inmigrantes.
Lo cierto es que Superman siempre ha sido entendido como un verdadero “alien”, pues es un inmigrante de otro planeta, lo que antes no causaba polémica precisamente por haberse considerado Estados Unidos siempre como un país de inmigrantes. Como afirma nuestro Junot Diaz, “puede que el tipo sea tan estadounidense como la tarta de manzana, pero también es más extranjero que un extranjero, es un auténtico extraterrestre”.
Otros también han criticado que la película es anti semita pues el villano principal es Vasil Ghurkos, líder del país ficticio de Boravia que ordena invadir Jarhanpur (Gaza), se parece a David Ben-Gurión, el principal fundador nacional y primer ministro del Estado de Israel y tiene el mismo acento que Benjamin Netanyahu. Por si esto fuera poco, alegan unos que este malvado Ghurkos secuestra a un vendedor ambulante árabe llamado Malik en las calles de Nueva York y obliga al otro villano Luther a ejecutarlo como castigo por darle comida a Superman.
Sorprende la crítica porque, al igual que Moisés en la Torá, quien fue enviado por el Nilo en una canasta para ser criado en la corte egipcia, Superman fue enviado en una nave desde su planeta Kriptón para ser criado en la Tierra. Por demás, el conflicto entre Boravia y Jarhanpur puede ser visto como el que enfrenta ahora a Ucrania (Jarhanpur) con su invasor Rusia (Boravia).
No hay dudas que el Superman de Gunn es un idealista, que busca que prevalezca en el mundo la justicia y que se opone al realismo geopolítico de las potencias que se niegan a cumplir la obligación de intervenir humanitariamente para proteger a aquellos que enfrentan guerras, opresión, persecución y hambrunas. El filme, además, es crítico de la política de arrestar ciudadanos en violación al debido proceso para deportarlos a campos de concentración en el extranjero, así como del complejo militar industrial que domina las decisiones de política exterior en los Estados Unidos.
Si Moisés rechaza la cultura egipcia en la que se formó, Superman, en inverso viaje identitario, asume plenamente la cultura del planeta y del país donde fue acogido. La cinta rescata el hecho de que Superman reivindica su humanidad, su capacidad de amar, que aprendió de sus abnegados padres adoptivos terrestres. Este Superman es, en tanto temporalmente pierde sus poderes, desguañangado, detutanao y derrotado. Es, en consecuencia, humano, demasiado humano.
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