Célebre es la anécdota de cuando, en una ocasión, Neruda y García Lorca fueron a dar una conferencia a un pueblo. En la estación del tren nadie los recibió ni los procuró. Cuando llegaron al lugar de la conferencia les dijeron que habían ido a buscarlos a la estación, pero que no pudieron reconocerlos porque esperaban que fueran vestidos como poetas. A lo que Lorca ripostó: “Es que somos de la poesía secreta”.
Cuento esto porque recientemente el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, admitió haber autorizado operaciones encubiertas de la Agencia de Inteligencia de su país (CIA) en Venezuela, un inusual reconocimiento público porque se trata de información clasificada para los más altos niveles del gobierno sobre operaciones que se supone encubiertas o secretas y que habilitan a atacar con drones, financiar o entregar armas a grupos insurgentes y producir cambios de régimen. La referida autorización permite a la CIA realizar operativos en la región, incluyendo ataques letales en contra de supuestos traficantes de drogas u operativos más amplios que puedan conducir a la caída del gobierno de Nicolás Maduro.
Por solo citar el derrocamiento de Jacobo Árbenz en 1954 en Guatemala, la fracasada invasión de Bahía de Cochinos en la Cuba de Castro en 1961, el golpe de Estado contra Allende en 1973 y el suministro de armas a los patriotas dominicanos que ajusticiaron al feroz tirano Rafael Leónidas Trujillo Molina, son innumerables las operaciones desplegadas por la CIA en nuestra América para derrocar gobiernos o asesinar gobernantes y dirigentes políticos.
Independientemente de que la declaración de Trump socava lo encubierto de cualquier operación secreta, que es ilegal y que se inscribe en una tradición de fallidos y nocivos cambios de régimen promovidos por la CIA en la región, lo declarado por Trump señala el signo distintivo de la política exterior trumpista hacia América Latina.
Esta marca singular es el espectáculo como herramienta política, una mezcla de “poder duro” -por eso el extraordinario despliegue militar en el Caribe y la destrucción de embarcaciones supuestamente cargando drogas y al mando de pretendidos narcotraficantes- y “poder suave” -lo que explica la extraordinaria campaña mediática con videos de embarcaciones destruidas y notas de prensa oficiales que anuncian que no hay vía negociable para la salida del poder de Maduro y su claque.
Lo anterior no significa que, pese a los riesgos que implica -entre ellos perder apoyo de la base MAGA que ha favorecido a un presidente Trump supuestamente pacificador-, el gobierno de Trump no pase de las palabras a la acción, o más allá de estos golpes quirúrgicos, como parecería indicar la renuncia del almirante Alvin Hosley y el anuncio de Trump de que esos ataques podrían ser ahora en tierra. Sin embargo, pese a esas acciones, la guerra es sobre todo sicológica.
En cualquier caso, y sobre todo tras la ampliación de las operaciones hacia el Pacífico y eventualmente a Colombia, estamos frente a otro episodio histórico de lo que, en palabras de Juan Bosch, sería la “frontera imperial” del Caribe -y, en sentido general, de toda nuestra América-, especie de "laboratorio donde los imperios ensayan su poder y su decadencia". Esperemos que este ensayo no atrase aún más el final de la dictadura chavomadurista y la anhelada transición democrática en Venezuela.
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