Las viejas canciones, de música y letra que evocan emociones y provocan en nuestros cerebros sensaciones que nos hacen recordar momentos importantes de nuestras vidas, no son del gusto de los jóvenes de hoy. Estos prefieren diferentes modalidades de la llamada “música” urbana y sus bailes sensuales y eróticos, que evocan gestos y símbolos vinculados a la hipersexualización de mujeres y hombres; al dinero como signo de éxito y estatus; las armas como símbolo de poder y protección; y, con frecuencia, las drogas como vía de escape y hasta signo de estatus.

Trump retorna al poder montado en ese carro, a ritmo de perreo. Las imágenes de jóvenes de todos los rincones de la unión, de las más variadas pintas y clases sociales, exhibiendo con orgullo gorras MAGA-Make America Great Again, hablan de la extraordinaria capacidad de ese carro para acarrear gente que se ha dejado vender una ilusión: con un multimillonario en la Casa Blanca habrá para restablecer nuestros bolsillos golpeados por la inflación postpandemia. Privilegian la inmediatez y envían el porvenir al mismo diablo.

El peligro que representa para los norteamericanos y el resto del mundo el retorno de este hombre a la Casa Blanca va mucho más allá de sus planes proteccionistas, intención de reducir impuestos a los ricos, desprecio por los programas sociales y amenaza de deportar millones de inmigrantes para presumiblemente edificar una América de sangre pura, sin contaminación con la peste inmigrante.

El peligro mayor es el mensaje que están enviando al resto del mundo con su elección y otorgamiento del control del Congreso: en política, el programa y las ideas, el respeto a las instituciones, la preservación de los derechos adquiridos por décadas, ya no cuentan. Ahora lo que cuenta es el espectáculo que alguien pueda montar con la mayor carga posible de insultos, misoginia, violencia, sed de venganza, desprecio al diferente, transgresión de la decencia…

Y para montar ese espectáculo, cuanto más inmoral e irrespetuoso es el realizador, mejor. Puede ser, incluso, un criminal condenado por sus delitos menores, que aún no ha pagado ni parece que pagará por el mayor crimen cometido: haber incitado un asalto, con su estela de muertos y heridos, al principal símbolo de la democracia de ese país que se piensa el centro del mundo libre.

Buena suerte para quienes lo eligieron, y mis condolencias para la otra parte de ese país fracturado que creyó en la posibilidad de colocar una negra de origen inmigrante a la cabeza del Estado, y hoy tiene que reconocer una dolorosa evidencia: Estados Unidos de América sigue siendo un país profundamente sexista, racista y antiinmigrante.