“Siempre parece imposible hasta que se logra” Nelson Mandela

Les escribo esta columna casi como una carta de amor en estos tiempos difíciles. Lo hago en la hermosa ciudad de Chicago a donde vine la semana pasada a una de las conferencias más importantes de mi disciplina: el congreso anual de la Asociación de Sociología de los Estados Unidos. No era la idea cuando planifiqué el viaje pero también me ha servido para reflexionar sobre lo que está ocurriendo en nuestra querida media isla.

La coincidencia no podía ser más oportuna. ¿Por qué? Porque ver nuevamente a gran parte de nuestra clase política darle la espalda a nuestra gente, la misma gente que les eligió y que dicen representar, le puede bajar el ánimo a cualquiera. Por eso volver a uno de mis hogares como socióloga para conversar con colegas, presentar mi trabajo, recibir sugerencias y críticas para mejorarlo y conocer los nuevos trabajos e investigaciones en mi área me ha servido para recargar baterías y ver las cosas con más claridad.

Y es que no puedo dejar de pensar en el desafío que continuamos teniendo en República Dominicana para lograr tener personas en la política que tomen en serio su responsabilidad de ayudarnos a construir una sociedad en la que quepamos todo el mundo. Cuando hasta quienes se definen como “modernos” borran los avances que hemos logrado como sociedad y prefieren “acostarse con la Edad Media”, vemos que este vacío nos está costando demasiado como nación. Nos cuesta vidas, nos cuesta en pobreza, nos cuesta en desigualdad, nos cuesta en odio desatado contra los grupos más vulnerables (migrantes, la comunidad LGTBQ, las personas negras, las mujeres), nos cuesta en violencia y violaciones a los derechos de las personas y nos cuesta en la dignidad y la calidad en los servicios de salud, educación y tantos otros que todavía no recibe la gran mayoría de nuestra población.

Como también trabajé y me formé en políticas públicas, sé que una parte significativa de este desafío tiene que ver con el tipo de liderazgo que decide ejercer la gente que se dedica a la política. Como les comentaba en una entrega anterior, el liderazgo del presidente Abinader y el PRM (y lamentablemente de la mayoría de nuestras y nuestros líderes más importantes) me recuerda el trabajo de mi profesor de la Escuela Kennedy de Gobierno de Harvard, Ronald Heifetz. Heifetz diferencia lo que llama el liderazgo adaptativo de dirigentes como Abraham Lincoln, Nelson Mandela o Jacinda Ardern del liderazgo tradicional. En el adaptativo las y los líderes se toman en serio los problemas históricos de sus sociedades y ayudan a sus pueblos o comunidades a enfrentarlos sabiendo que es un proceso que se puede llevar años y hasta décadas. En el liderazgo tradicional, por el contrario, quienes lideran solo se fijan en el corto plazo y dejan intactos esos problemas o incluso los agravan buscando excusas para distraer a la gente.

La aprobación del Código Penal es otra muestra triste de que seguimos siendo rehenes del liderazgo tradicional. En vez de emprender el camino más largo de crear las condiciones para que nuestra gente supere los prejuicios del pasado y utilice su creatividad casi infinita en soluciones innovadoras, la mayoría de gente que tenemos en la política deciden quedarse debajo de la mata para coger los mangos bajitos. Prefieren aliarse con los sectores más retrógrados dentro de las iglesias (donde también hay mucha gente de avanzada que sus jerarquías ignoran), los mismos partidos y otros sectores empeñados en volver a lo peor del pasado en vez de construir el futuro que queremos y merecemos.

En el caso del PRM que tanto se vendió como el partido “del cambio” es doloroso ver su gobierno y sus congresistas impulsando y aprobando un Código que trata a la mitad de la población como incubadoras y muñecas sexuales en vez de como personas como vimos, por ejemplo, con la pastora diputada que justifica la violación dentro del matrimonio. Sin ningún tipo de vergüenza el PRM y sus dirigentes incluyendo el presidente volvieron a echar para atrás ignorando sus promesas no solo con respecto a las causales y los derechos de las mujeres sino también respecto al fortalecimiento de nuestras instituciones y el respeto a la dignidad de todas las personas con un Código que regala impunidad a las iglesias, los municipios y la clase política y que borra parte importante de lo poco que ya se había logrado respetando la dignidad de los niños y niñas, la comunidad LGTBQ y otros grupos vulnerables.

En momentos difíciles como este es en la sociología donde sigo encontrando las respuestas más completas. En estos días en la conferencia el discurso de una colega me recordó a uno de los sociólogos que más admiro y a quien también les he mencionado antes: el estadounidense C. Wright Mills, creador del concepto de la imaginación sociológica. Es decir, la capacidad de entender lo que ocurre en nuestras vidas individuales (por ejemplo, en nuestra vida de pareja o en nuestras redes sociales) analizando lo que ocurre en la sociedad en general (por ejemplo, los cambios en los roles tradicionales de hombres y mujeres o en los avances tecnológicos).

Pero esta colega se refería a otro concepto de Wright Mills que nos cae como anillo al dedo para entender la forma en que el Congreso y el presidente aprobaron un Código Penal que desprotege a los sectores más vulnerables mientras pone por encima de la ley a los grupos más poderosos. Ese concepto es el de la “élite del poder” (“power elite”) en el que Wright Mills incluía los grupos que encabezan la economía, la política y el poder militar. Wright Mills se refería al mundo de mediados del siglo XX y, por tanto, su análisis no puede aplicarse de la misma manera a nuestro país finalizando el primer cuarto del siglo XXI.

Sin embargo, Wright Mills destacaba una característica de las élites que es todavía relevante: el hecho de que estos tres grupos son cada vez más cercanos y ejercen el poder cada vez más a través de las instituciones que controlan como también podemos ver en el liderazgo (¿que el Congreso qué?) de la República Dominicana de hoy. Como explica Wright Mills, una de las consecuencias de este cambio en la forma de ejercer el poder es que independientemente de sus orígenes (léase, independientemente de si nacieron en Piantini o en Vengan a Ver), estas tres élites unidas como élite del poder, la económica, la política y la militar, se coordinan y negocian entre sí para mantener ese poder. Lo vimos en este supuesto “nuevo” Código con las diferentes formas de protección que se auto-regalaron las y los congresistas o las disposiciones para calificar de injuria casi cualquier tipo de crítica al funcionariado público o los tribunales militares para que las y los militares se juzguen entre ellos. Y Mills no incluía a las jerarquías de las iglesias en su análisis pero estas jerarquías siguen teniendo mucho poder en nuestro contexto y también salieron beneficiadas en este Código Penal anclado en el pasado.

Décadas después de los aportes de Wright Mills, el sociólogo francés Pierre Bourdieu hacía un análisis similar con lo que denominaba los diferentes tipos de capital (el económico, el cultural y el social) que las élites utilizan para mantener y aumentar su poder. El capital económico que es el que generalmente vemos y del que hablaba Carlos Marx incluye el dinero y las propiedades que se utilizan para generar más riqueza mientras que el capital cultural incluye la educación y las habilidades que las élites cultivan en sus hijos e hijas y el capital social es el conjunto de conexiones que tienen o gente a la que conocen.

Bourdieu destacaba que estos tres tipos de capital se pueden intercambiar entre sí. El idioma que aprende o el título de maestría que obtiene el hijo o la hija de una familia poderosa (capital cultural) se pueden usar para obtener más ingresos (capital económico) pero para eso se requiere conocer a alguien que les conecte con ese trabajo muy bien pagado o con los inversionistas que papá, mamá o el abuelo conocen de sus negocios anteriores, del partido o del club (capital social).

Nuestras élites económicas, políticas y militares también intercambian estos tipos de capital y también se protegen entre sí. La aprobación de un Código Penal del pasado en pleno siglo XXI nos muestra que el PRM y la mayoría de nuestra clase política no están dispuestos a ejercer el tipo de liderazgo que necesitamos para construir lo imposible como decía y como logró hacer Nelson Mandela. Nuestro destino como país y nuestro bienestar siguen siendo controlados por una clase política que prefiere seguir cogiendo los mangos bajitos. Tenemos que plantearnos cómo cambiarla.

Esther Hernández-Medina

Doctora en sociología

Es una académica, experta en políticas públicas, activista y artista feminista apasionada por buscar alternativas para garantizar el ejercicio de los derechos de las mujeres y de los grupos marginados de todo tipo en la construcción de políticas públicas y sociedades más inclusivas. Es Doctora en Sociología de la Universidad de Brown, egresada de la Maestría en Políticas Públicas de la Universidad de Harvard y egresada de la Licenciatura en Economía (Summa Cum Laude) y de la Maestría en Género y Desarrollo del INTEC universidad donde también fue seleccionada como parte del Programa de Estudiantes Sobresalientes (PIES). Su interés en poner las instituciones y políticas públicas al servicio de la ciudadanía, la llevó a colaborar en procesos innovadores como el Diálogo Nacional, la II Consulta del Poder Judicial y el Programa de Igualdad de Oportunidades para las Mujeres (PIOM) en la década de los ’90 y principios de la siguiente década. Años después la llevaría a los Estados Unidos a estudiar la participación ciudadana en políticas urbanas en la República Dominicana, México y Brasil y a continuar investigando la participación de las mujeres y otros grupos excluidos en la economía y la política dominicana y latinoamericana.

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