Recientemente se celebró en la capital dominicana la Feria Internacional del Libro, dedicada a Washington Heights, una comunidad en Estados Unidos que representa a los dominicanos y fue de las primeras en recibirlos cuando llegaron allí hace 400 años; y al escritor dominicano Mateo Morrison, un destacado promotor de las letras. Los méritos de esta comunidad y del galardonado quedaron resaltados en dos majestuosos pabellones dedicados a cada uno.
Esta feria contó con la participación de decenas de editoriales y autores de Puerto Rico, México, Argentina, España, Chile, Canadá, Colombia, y otros países. Sirvió para la puesta en circulación de libros, charlas, coloquios, talleres; exhibiciones de conciertos y obras de teatro, películas y la venta de libros y artículos culturales.
El lema de la feria fue "Los libros conectan", una afirmación que comparto plenamente, ya que en los libros se resumen los saberes, los datos precisos y los conocimientos científicos surgidos en monasterios, universidades y centros de investigación y pensamiento. En cualquier formato, electrónico o físico, se ha dicho que la lectura de un libro es a la mente lo que el ejercicio es al cuerpo. Los libros preservan y transmiten la ciencia y la cultura, mantienen vivas las ideas y los hechos, la historia y la identidad de las sociedades, y promueven la educación, el arte y la literatura.
Cada día, los especialistas en psicología y neurología recomiendan la lectura para activar zonas cerebrales que intervienen en procesos como el pensamiento, la comprensión, la memoria, la imaginación, y la empatía; para reducir el estrés; y aumentar la neuroplasticidad, es decir, la capacidad del cerebro de reorganizarse y aprender. Y existen nuevas evidencias de que la lectura favorece el bienestar, la felicidad y la salud mental, y mantiene el cerebro activo y saludable a lo largo de la vida.
Algunos criticaron esta feria por su elevado costo y por promover el libro físico, al considerarlo en decadencia. Soy de los que creen que nadie acabará con el libro, ya que ofrece una experiencia sensorial única y ha resistido los embates del Internet y las redes sociales. Que las pantallas y los teléfonos inteligentes tienden a generar distracciones, ansiedad, falta de concentración y fatiga visual. Que estas tecnologías fueron de gran utilidad durante las restricciones de la pandemia de la COVID-19, pero en la actualidad existen estudios y evidencias, incluido uno de la UNESCO y la Evaluación PISA sobre el progreso académico de los estudiantes a nivel mundial, que revelan los limitados beneficios de estas tecnologías digitales, principalmente los teléfonos inteligentes, en la educación y el aprendizaje. Por ello, cada vez más países abogan por el retorno al libro físico.
Recientes estudios realizados por equipos de psicólogos sociales, liderados por el profesor de la Universidad de Nueva York Jonathan Haidt, y publicados en su exitoso libro La generación ansiosa, formulan estas recomendaciones a los padres sobre sus hijos: “nada de teléfonos antes de los 14 años; nada de redes sociales antes de los 16; nada de celulares en los colegios; y más independencia, juego libre y responsabilidad en el mundo real”.
Finalmente, es una verdad indiscutible que la lectura de libros permite mayor concentración y comprensión, amplía la mente y fomenta el pensamiento crítico. Por tales razones, el aporte del libro a la humanidad ha sido incomparable. Ejemplos de su impacto son libros como La Biblia, posiblemente el más leído y prohibido en el planeta; El manifiesto comunista de Marx y Engels, el más perseguido en el mundo capitalista o El Dr. Zhivago de Boris Pasternak, Premio Nobel de Literatura en 1958, y así y todo, fue prohibido y perseguido en el campo socialista. O sea, han sido muy leídos y censurados según la época histórica.
Felicito a las autoridades dominicanas por la calidad y organización de esta feria, la que ha contribuido a fortalecer nuestra soberanía y democracia. Feliz estadía a nuestros distinguidos visitantes y vida y salud a mi amigo homenajeado, el poeta Mateo Morrison.
** Este artículo puede ser escuchado en audio en Spotify en el podcast Diario de una Pandemia por William Galván