Con Gaza en el corazón
Por el fin del genocidio del pueblo palestino
Parece como si la vida fuese una eterna espera. Esperamos nueve meses para nacer y continuamos esperando: que toque el timbre en el colegio para salir al recreo, para irnos a casa, que nos vengan a buscar para regresar a nuestro hogar…
La vida literalmente se nos va esperando: graduarnos, especializarnos, casarnos, mudarnos, trabajar o encontrar el trabajo perfecto. Esperamos que llegue el día de nuestro cumpleaños, de nuestro aniversario, y seguimos esperando la gran oportunidad que cambie nuestra vida: el gran logro, el gran descubrimiento, el gran acierto… Esperamos tanto que hasta soñamos con ganar la Bono Loto o un gran premio que nos permita hacer realidad nuestros sueños más increíbles. Esperamos tener más tiempo para hacer cosas que nunca hacemos.
Y esperamos tanto que no nos cansamos de esperar: que se acaben los apagones, que alguien escuche que la situación es insoportable, que no podemos más con el tráfico, que el transporte público es lento y está lleno; que cuando solicito cita con un especialista no tarde más de un año… Y esto lo repetimos, y mientras lo hacemos, seguimos esperando que otro nos solucione las situaciones que nos molestan, que nos perturban, que no queremos ver, pero que están pasando y que son tan insoportables que no nos dejan dormir.
Y la vida sigue, y seguimos esperando a ese redentor que va a solucionar todos los problemas que no nos permiten dejar de esperar; que llegue con nuevas propuestas, con nuevas ideas, con cosas bellas, con creaciones artísticas que nos hagan soñar y despertar un sentimiento desconocido, luminoso, que nos transforme. Mientras tanto, seguimos esperando. Pasa mucho tiempo y ya el tiempo no nos importa, porque, mientras pasa, seguimos esperando, como si eso fuese todo: una espera eterna de algo que siempre se transformará en otra cosa distinta. Porque mientras esperamos, nuestros intereses van cambiando, se van modificando, y pensamos que ese tiempo de espera es tan interesante que podemos, mientras esperamos, ilusionarnos con ese futuro soñado en el que llegarán las soluciones a todo y llegará el cambio: un cambio transformador, edificante, no de palabras, sino de hechos, con cosas concretas que podamos tocar.
¿Y por qué no? Hasta con monumentos como las pirámides de Egipto. No nos importa, porque estamos esperando. Imagínate soñar con una edificación como la Torre Eiffel: es grandioso. Nuestra espera nos ilusiona. Pensar que se puede encontrar una cura para el Alzhéimer o una solución para el deterioro cognitivo… Increíble. Qué espera tan interesante. Y cuántas cosas me esperan —o nos esperan— mientras tanto.
Con este calor insoportable sigo esperando que llegue la guagua, porque llego tarde al trabajo. Mi tiempo de espera continúa, pero me preocupa.
Espero, anhelo, que de una vez por todas me despierte de este marasmo parsimonioso, pasivo e inútil. Espero que acabe el genocidio en Gaza. Y que Palestina, por fin, sea libre.
Compartir esta nota