En alguna ocasión escribió Borges: “Los doctores del Gran Vehículo enseñan que lo esencial en el universo es la vacuidad”. La tradición budista a la que alude enseña que los fenómenos carecen de esencia propia e independiente. Nada existe por sí mismo; todo está interconectado.
Irónicamente, en esta ocasión la vacuidad no se nos presenta como vía de iluminación, sino un producto de consumo masivo. El vacío es mercancía. Asistimos a la exaltación de la irrelevancia y el descarte de lo trascendental.
Algún estratega mediático, con astucia empresarial innegable, lo ha entendido a la perfección. Su acierto ha sido comprender la apetencia social por lo trivial y diseñar un producto rentable en torno a ello. Como resultado: una marca de entretenimiento sin precedentes locales similares, capaz de conectar multitudes comparables con los niveles de audiencia de la histórica rivalidad beisbolera entre Licey y Águilas (a riesgo de quedar corto). Hazaña que cualquier ministerio religioso o bandería política envidiaría.
Presenciamos la espectacularización de la mera existencia. El experimento mediático fue un éxito rotundo. Un inadvertido coctel tropical de Bentham, Foucault, Han, Debord y Lipovetsky. Sin más: un grupo de personajes coexistiendo en “La Casa”, sin dispositivos móviles ni redes sociales, confinados en un escenario dispuesto para la observación granhermanística 24/7.
Paradójicamente, mientras estos personajes se privan de sus pantallas, 1.3 millones de espectadores (mal contados) se congregan frente a las suyas para observar cómo otros seres humanos hacen, en esencia, nada. Una genialidad: convertir la ausencia de contenido en el contenido mismo.
No se trata de descalificar el entretenimiento ligero como forma válida de diversión, socialización o incluso crítica social. Se trata de no perder la perspectiva y advertir que la atención es un recurso escaso y poderoso. Al final, decidir hacia dónde la dirigimos, como individuos y como sociedad, es un acto político.
Lo preocupante no es el evento en sí, sino cómo acapara esa atención masiva que difícilmente consiguen los asuntos decisivos de nuestra convivencia social. Devela la realidad de una sociedad que reproduce espectadores y consumidores que rara vez se asumen como actores sociales o ciudadanos deliberativos. Y no podrá serlo mientras no se priorice la promoción del pensamiento crítico y la formación de una ciudadanía con herramientas para asumirse como sujeto político.
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