Estoy a cargo de un equipo multidisciplinario que ofrece acompañamiento a mujeres que denuncian violencia de pareja y delitos sexuales, el Centro de Atención a Sobrevivientes de Violencia, una dependencia de la Procuraduría General de la República.
Es un equipo de salud mental que cuenta con psicólogas, trabajadora social, psiquiatra, área de capacitación y movimiento corporal. Durante 18 años no hemos parado de leer, estudiar, discutir libros y artículos científicos acerca de la temática que trabajamos. En esa búsqueda una de las profesionales del equipo nos presenta a la autora argentina Laura Gutman y decidimos que su título “La biografía humana” seria el siguiente libro a discutir entre todas y así fue, en este mes iniciamos esta nueva travesía.
Desde la introducción es una lectura que impacta y cuestiona, la autora es atrevida y osada en sus planteamientos, lo cual me encantó, pues resonaron en mí algunos aspectos. Uno de ellos es el tema del paso de los años y la ventaja que representa para las personas que hacemos este trabajo; plantea que 20, 30 o 40 años de experiencia haciendo terapia es una ventaja por el solo hecho de haber vivido y dice “Personas que hemos viajado, hemos caído en desgracia, hemos renacido de las cenizas, hemos estado en contacto con la miseria humana, con el abuso, la muerte, con el horror propio o ajeno, hemos llorado, pensado, buscado recursos, hemos ofrecido nuestras virtudes al prójimo, hemos gritado a los cuatro vientos nuestros errores, servido en causas justas o injustas, hemos trabajado hasta el límite de nuestras fuerzas, criado hijos, hemos conocido el amor y el desánimo, hemos envejecido” (Pags.23 y 24).
Creo que la palabra clave de estos años es sabiduría, para ser y dejar ser, para hacer sin afán y con gusto, para escuchar sin juzgar, etiquetar o señalar, solo mirando con respeto el alma desnuda de la otra persona, acogiendo su dolor y acompañando con escucha o con silencio.
Leer estas líneas me trajo directo a mí y a la manera en que he vivido envejecer haciendo este oficio con esa sensación de irme convirtiendo en un ser humano más compasivo y descubrir desde ahí que envejecer es bueno, gratificante y tiene ventajas. Ya es posible dar respuestas, no desde la soberbia que da el conocimiento, sino desde la empatía, el amor y el cuidado a ese otro ser humano que abre su corazón frente a mí.
Ya los pacientes dejaron de tener el poder de ofender, conferido por mi inseguridad cuando cuestionaban aspectos personales en plena sesión, ya los entiendo y hasta ternura me provocan.
Ya no hay la necesidad de gustarles a todos y todas o hacer que se sientan bien, pues ya la aprobación viene de dentro y no depende de la opinión de alguien. Hace unos meses recibí a una madre que venía por el incesto en la infancia de su nueva pareja a su hija ya adulta, quedó de hablar con ella para que asistiera a la próxima sesión. Al recibir de nuevo a la madre sola, me dice que su hija nunca iría con una terapeuta mayor de 40 años. La entendí y la referí a una excelente colega de esa generación. Siendo más joven esto me hubiese hecho sentir descalificada, pero en estos años, lo miro no desde mi lugar, sino desde el lugar de esa chica que tiene todo el derecho de elegir la terapeuta que mejor le parezca.
Creo que la palabra clave de estos años es sabiduría, para ser y dejar ser, para hacer sin afán y con gusto, para escuchar sin juzgar, etiquetar o señalar, solo mirando con respeto el alma desnuda de la otra persona, acogiendo su dolor y acompañando con escucha o con silencio. Esto no quiere decir que no sea necesaria la actualización constante, que si lo es, pero desde la conciencia de que el principal recurso es la persona, la presencia amorosa de del ser humano que acompaña.
Hace poco leí una publicación donde planteaba que la psicoterapia es una de las profesiones que no desaparecerán ni serán sustituida por la inteligencia artificial, justamente por estas capacidades que se ponen al servicio de la genuina conexión humana, de manera que con los años que nos quedan tenemos trabajo para rato.
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