¿Cómo enfrentar los discursos y acciones de figuras de autoridad a las que les tenemos cariño, pero que dañan a los más vulnerables en nuestras casas y en nuestros barrios? No hay respuestas fáciles para esta pregunta. Obviamente, para los casos más graves está o debe estar la justicia. Pero la judicialización no resuelve los problemas estructurales ni cambia prácticas arraigadas en la cultura.
¿Cómo promover la reflexión entre quienes crecieron y nos educaron con la idea de que es aceptable golpear a niños y niñas como forma de disciplina? ¿Qué hacer al descubrir que el profesor que nos enseñó a leer con dedicación y amor también promueve discursos de odio contra los migrantes? ¿Cómo manejar la tensión al darnos cuenta de que nuestro querido tío, a quién admiramos, y nos ayudó con la universidad, justifica la violencia económica contra las mujeres?
Estas preguntas se han planteado de diferentes formas y en distintos contextos en procesos de formación sobre derechos humanos que he coordinado para diferentes instituciones con líderes comunitarios, periodistas y funcionarios tanto en la capital como en las provincias. La más reciente de estas formaciones fue en las provincias de Dajabón, Santiago Rodríguez y Montecristi.
Durante las clases y talleres se identifican prácticas de violaciones de derechos humanos comunes en las propias familias o en las comunidades como golpear a los niños como forma de disciplina, violencias física, psicológica y sexual contra niñas y mujeres y discriminación contra personas con discapacidad.¿Qué hacer con esta información, con estas reflexiones, por dónde empezar?
Enfrentar el poder del Gobierno, de un político al que hemos visto poco o a una gran empresa es difícil y suele tener elevados costos personales a nivel económico, social y psicológico. Pero enfrentar las prácticas y discursos de gente querida va directo al corazón. Defiendes a tu gente de las violaciones a sus derechos humanos y a la vez enfrentas acciones, actitudes y discursos de personas cercanas. ¿Cuáles estrategias se pueden utilizar en estas circunstancias, sobre todo en comunidades vulnerables donde se depende de la ayuda mutua y de la unidad para defenderse, a la vez, de graves injusticias cometidas por el Gobierno o por grandes empresas?
Las respuestas que han surgido en los distintos procesos en los que he participado incluyen campañas de educación e incidencia para toda la comunidad, espacios de diálogo separados para distintos grupos, (como hombres de mediana edad, con el fin de enfrentar ideas que justifican el matrimonio de adultos con adolescentes, por ejemplo), presentación de casos en los que se aborde el daño a las víctimas y se visibilicen alternativas más justas, que recuperen buenas prácticas del propio entorno, entre otras. Son estrategias para dialogar desde la búsqueda de soluciones y la reparación, no desde la culpa.
Pero la comunicación y la educación no son suficientes. Muchas familias necesitan apoyo psicológico para lidiar con casos complejos y en determinadas circunstancias, sin trabajadores sociales que medien en los conflictos, es difícil detener el sufrimiento de los más vulnerables, por más información y buena voluntad que exista. Y como comentaba Leydi Jáquez, defensora de derechos humanos, residente en Barahona, la principal violación a los derechos humanos de las mujeres y las niñas en el Suroeste es la pobreza que les impide, entre otras cosas, pagar el pasaje y acudir al médico.
Lograr el equilibrio al manejar la tensión entre la necesidad de erradicar violaciones a los derechos humanos en nuestros espacios familiares y comunitarios, al tiempo que se empujan soluciones más estructurales es clave para que los procesos tengan éxito a largo plazo. Exige el difícil ejercicio de identificar nuestras propias fallas, las de nuestras familias y las de nuestros espacios de trabajo o activismo, y tratar de corregirlas, al tiempo que se impulsan proyectos de más alcance en un municipio o en el país. No hay que terminar uno para iniciar el otro. Están imbricados. Si se impulsa uno y se olvida el otro se cae en grandes incoherencias y el cinismo se hace presente. Desde el cinismo es complicado construir una sociedad basada en los derechos humanos y sobre todo, impulsar la solidaridad.
Debemos tener esas conversaciones difíciles sobre discriminación e injusticias calladas en las casas, en las organizaciones sociales, en los espacios comunitarios, en los medios de comunicación locales donde trabajan algunos colegas. Una práctica que he aprendido en estos procesos es la de reconstruir las propias historias de vida, de manera individual y colectiva, identificando momentos en los que hubo solidaridad, empatía, inclusión y aquellos donde se discriminó, excluyó o maltrató a alguien y pensar con qué nos quedamos y cómo cambiamos lo que debe ser cambiado para el futuro.
A fin de cuentas, en una sociedad con tantas violencias estructurales y arraigadas en la cultura, como la dominicana, difícilmente alguien pueda tirar la primera piedra. Afortunadamente, también tenemos historias de defensa de derechos humanos, de solidaridad y de construcción de bienestar colectivo. Posiblemente, con más o menos conciencia, todas y todos hemos sido parte de ambas experiencias, y podemos cambiar.
Esa conciencia de que podemos cambiar y no estamos condenados a reproducir para siempre prácticas que causan sufrimiento, puede dar paso a diálogos que cambien costumbres nocivas arraigadas en nuestros propios espacios y fortalecer la unidad para erradicar las violaciones a los derechos humanos. Y reitero, hay que denunciar y judicializar lo que sea necesario. También hay propuestas de justicia restaurativa para manejar algunos conflictos comunitarios que incluyan violaciones a los derechos humanos o discriminaciones, pero ese es otro tema. Por ahora, quedémonos con la idea de que podemos conservar, recuperar y retomar prácticas inclusivas, solidarias y respetuosas y erradicar aquellas que violentan los derechos humanos, a partir de una reflexión crítica de nuestra propia realidad, la vulnerabilidad y la empatía, y dejar como legado mejores prácticas y procesos de cambio para las próximas generaciones.
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Canoa Púrpura es la columna de Libertarias, espacio sobre mujeres, derechos, feminismos y nuevas masculinidades que se transmite en La República Radio, por La Nota.
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