Sucede que me canso de ser hombre… (Neruda)
“El hombre es la única criatura que se niega a ser lo que es”, sentencia Albert Camus. En el otro lado de esa afirmación, el hombre acepta ser lo que no es. Mientras preconizamos nuestra individualidad, como paradoja fatal respondemos a programas de adocenamientos. Degradados a usuarios, vamos perdiéndonos en el sindiscurso. Decir desde el vaciamiento, hablar sin órganos, no ha resultado liberador (me oigo anti- deleuziano)1.
El sujeto que no se habla no es hablado, solo sirve de bocina de aquel que lo de/subjetiviza, lo despoja de ser y solo queda el muñeco ventrílocuo. Ese fenómeno de sustitución del sujeto critico por el muñeco ventrílocuo, una vez iniciado, se va expandiendo a los otros que, acríticos, repiten lo que le han servido, aun sea el decir de su propia anulación. Obliteración del sujeto por él mismo, desplazamiento del demos por cuerpos yuxtapuestos de individuos mal formados.
Si la historia de la humanidad es la historia de los discursos, asistimos a una era de la des/historia, vale decir, a la era de una historia prefabricada por el poder ante la cual no queda más que repetir esquemas, confiriendo sin saber, por vía del vaciamiento de la voluntad, el poder del discurso estructurante a otro. Hoy, salvo unos pocos que, ingenuos esperan la llegada de la revolución, no se evidencia resistencia alguna a los relatos del poder; por el contrario se normalizan sin escrutinio y mucho menos rechazo.
El economista Yanis Varoufakis, acuña el término tecnofeudalismo para referirse al paso de la acumulación de capital por el movimiento de mercancías, a la recaudación por servicio que la era digital ha impuesto como nueva forma de riqueza. Pero este neologismo tiene un mayor alcance y nos enfrenta a una nueva forma de explotación donde esclavo y siervo se ponen felices los grilletes, y al pagar el tributo se creen importante cuando en realidad han sido relegados a la novedosa condición de usuario, término más suave y seductor que el de “esclavo moderno”.
Ya en otras páginas he planteado que las clases hoy han sido subsumidas a tres categorías: usuarios, tecnólogos y acaparadores de riqueza. Esos que llamamos élites mundiales son los tecnoreyes de esta etapa de involución socioeconómica que el viejo Marx no pudo imaginar. Hemos pasado de la miseria de la filosofía a una filosofía de lo miserable en la que
el canalla tiene voz. Es el paso del muñeco títere al autómata que repite su dictado. El titiritero es ahora tecnorey. El autómata puede hablar pisando cadáveres, nulo de emociones, pues su voz no es propia.
La subalternidad gramsciana suponía una cierta consciencia del marginado que, aunque no poseía enunciación en el marco de los enunciados del poder, jugaba un rol de resistencia en la llamada lucha de clases. Sin embargo, en tiempos del tecnocapitalismo donde la teoría ortodoxa de clases se topa con una economía de pago de tributo a los ostentadores del poder tecnológico, que han pasado de propietarios de las plataformas de idiotización a la big data y al fantasma de la “autonomía de la maquina”, la subalternidad adquiere una voz descompuesta que recuerda las fallas del robot C-9 en una escena de la serie de los sesentas: perdidos en el espacio. La voz descompuesta es ilícita, sin conciencia de clase, incapaz de ulcerar el poder. Es malapalabra.
El lenguaraje desfondado del autómata deja intacta la gramática del poder; sus decires que obtienen viús , antes bien la alimentan por vía de la alienación de los usuarios. Y en este teatro de inversión de valores, se quedan sin voz los intelectuales, relegados a pequeños cenáculos donde, despojados de discursos otrora cáusticos y peligrosos contra el poder, se pelean entre sí, despedazan teorías por el hueso de una verdad ya sin sustancia social. Nuevos autófagos, son insensibles a sus propias desgarraduras.
A la verdad de Perogrullo: cambiar para que todo siga igual, se le empareja el hablar para no decir, disentir allí donde no hay nada; Nancy lo llama el “juego de la indiferencia”, juego de individuos dóciles que han dejado sus cabezas a la puerta de una democracia supresora, como se evidenció de manera descarnada en la pandemia, donde el sujeto fue degradado a ser biológico y la democracia se suprimió a si misma; todo por vía de la manipulación de las pulsiones.
De este modo, en un mundo desencantado, hecho de palabras, la voz sigue teniendo dueños, mientras persiste el sueño de la masa sin cantera, bajo la hipnosis de otra canción de fondo que repite incesante la palabra “democracia” allí donde no hay demos. El ruido ha suplantado no solo a la música y al arte, sino también a las ideas. Sin pathos ni logos el sistema brinda un panorama oscuro de incertidumbres.
A diario una voz unánime nos dice: si quieres tener éxito, ¡para de pensar!
1CsO es un concepto difícil de Deleuze y Guattari, que se aproxima a la potencia pura del hombre sin las pautas institucionales externas.
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