En la definición ideológica oficial sobre la composición de la cultura dominicana, se enfatiza sobre la presencia étnica “indígena, española y africana”, aunque en la realidad se priorizan las dos primeras en una expresión parcial. El 12 de octubre, por ejemplo, es reconocido como “el día de la raza” (nunca he sabido cuál), porque antropológicamente la raza como categoría humana es abstracta, no existe, y segundo, porque contiene el veneno de la discriminación, de la exclusión, saturada de prejuicios, contra la presencia y herencia de los “negros africanos esclavizados”.
Además, el indigenismo fue promovido como un movimiento de orgullo de muchos pueblos que se transformó en conciencia de ser, en una nostalgia y una catarsis de identidad, pero contradictoriamente, en realidad es un simbolismo de discursos, donde la realidad nos dice que no ha existido ni existen políticas de Estado para la revalorización y salvaguarda de los monumentos, patrimonios y herencia de los habitantes originales de nuestro país, aunque existan instancias institucionales para esto, las cuales acusan un abandono total intencional y un discurso decorativo, escenográfico, que es una desvergüenza y una complicidad sin pudor.
De acuerdo con los cronistas del periodo colonial, en diversos espacios de convivencia indígena, periódicamente se realizaban celebraciones colectivas de dimensiones religiosas-pedagógicas-festivas, donde se trasmitían los acontecimientos históricos de la tribu, en actividades identificadas como areitos, escenificados colectivamente, al igual que los rituales de la cohoba y el juego de pelota.
Encontraron cientos de petroglifos, figuras antropomorfas, zoomorfas y fitomorfas, con los indicios de una plaza donde podían celebrarse areitos, juegos de pelota y rituales de la cohoba.
Las dos plazas testimoniales indígenas más importantes que sobrevivieron a las irracionales ignorancias y al saqueo son “El Corral de los Indios” en San Juan de la Maguana y la de los petroglifos de Chacuey en Partido, Dajabón, la primera actualmente semiabandonada y la segunda destruida e irrespetada, ante la indiferencia desvergonzada, a pesar de su trascendencia, del Estado.
Igual ocurre con las 55 Cuevas del Pomier, al norte de San Cristóbal, conocidas desde el 1851, gracias al inglés Sir Robert H. Schomburik, espacio donde existe la mayor y más trascendente conjunto de expresiones de arte rupestre del Caribe, donde están eternizadas la reproducción de aves, peces, reptiles, ceremonias, rituales, etc., expresadas con carbón y grasa vegetal que han resistido cambios ambientales y al tiempo, las cuales, a pesar de medidas tomadas por el Estado para su protección, se han impuesto los intereses económicos-comerciales de la explotación de la piedra caliza por el sector privado, responsables de que se sigan destruyendo este trascendente patrimonio arqueológico, único en la isla, América y el Caribe.
Fuera de la simbolización de estas dos plazas y las Cuevas del Pomier, el pueblo más reivindicado con la herencia indígena es San Juan de la Maguana, con un impresionante monumento al cacique Caonabo liberado rompiendo las esposas, la Plaza de Anacaona con sus dimensiones temáticas-artísticas y los indicadores de los kilómetros antes de llegar a esa ciudad en la vía Baní-Azua-San Juan, gracias a la visión, la conciencia, la creatividad e iniciativa de la exsíndico Hanoi Sánchez.
“El Corral de los Indios” es un espacio sagrado en el centro de la isla, profanado con la indiferencia de muchos vecinos que lo usan incluso como parqueo, y la piedra en el centro que servía de asiento a la cacica Anacaona durante los rituales originales de actividades y ceremonias tiene cera dispersa derretida de velas y velones, resultado de actividades de la religiosidad popular.
En el municipio de Partido de la provincia de Dajabón, en la frontera con Haití, en el paraje de la Sabana de los Indios, en lo que fue el Cacicazgo de Marien a la llegada de los españoles, presidido por el cacique Guacanarix, el cual hizo profunda amistad con el almirante Cristóbal Colón, de donde el psiquiatra dominicano Antonio Saglul creó la categoría del “complejo de Guacanarix”, en la sobrestimación a lo extranjero.
En febrero de 1948, una delegación dirigida por el Ing. Emile de Boyrie Moya, director del Instituto Dominicano de Investigaciones Antropológicas de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Santo Domingo, llegó a Partido para la investigación de ese patrimonio indígena. La delegación estaba integrada por los arqueólogos René Herrera Fritot, Luis A. Charlate Baik, José María Cruxent y Mario Sánchez. Como ayudantes locales de campo estaban Jaime García, Melanio-Juan José Jaquez, Miguel y Alejandro Rodríguez.
Las 55 Cuevas del Pomier, al norte de San Cristóbal, conocidas desde el 1851, gracias al inglés Sir Robert H. Schomburik, espacio donde existe la mayor y más trascendente conjunto de expresiones de arte rupestre del Caribe
Encontraron una plaza ceremonial, con calzada doble que comunicaba al río Chacuey y un conjunto de petroglifos en ambas márgenes del río, vigilado por el cerro de Chacuey. Ensimismado ante tanta belleza, obras de arte, Boyrie Moya escribió: “Un ave, un reptil, una zancuda devora un cangrejo, caras redimidas y cuerpos rectangulares, figurillas que parecen mirar sus brazos y piernas lineales… y así, cuentas de figuras de ingenios, trazos, albores de arte”.
Encontraron cientos de petroglifos, figuras antropomorfas, zoomorfas y fitomorfas, con los indicios de una plaza donde podían celebrarse areitos, juegos de pelota y rituales de la cohoba. Luego fueron eliminadas las expresiones materiales y el tiempo se robó las dimensiones artísticas culturales. Todo era sagrado y fue profanado. La necesidad, la falta de conciencia, la ignorancia y la ambición lo destruyeron todo; incluso no hubo pudor estatal, sino responsabilidad con la ampliación de una carretera que violó parte de la plaza a pesar de las protestas. Todavía retumban los impúdicos rugidos de tractores que violaron la tierra para construir un campo de jugar beisbol.
El poder y una élite alienada, colonizada, presa del “complejo de Guacanarix” de Saglul, han prostituido esencias, sacrificando ancestros, para sustituirlos por caricaturas, esbaciándolas con discursos de abstracciones idealizadas falsas, difundiéndolas como escenografía planificada para disfrazar la dignidad de nuestros ancestros, de la cual en el fondo están avergonzados, pero las raíces, aunque las maltraten, nunca mueren. ¡Llegó la hora de la vergüenza y de la justicia!
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