Las personas encuentran una identidad que, en vez de conectarlas con la sociedad mayor, las aísla. Carlos Peña
Es una verdad de perogrullo la vertiginosa caída en la formación de vínculos y el culto al individualismo como divisa de las nuevas generaciones en distintas partes del mundo, y nuestro país no es la excepción. Se han convertido en artículo de lujo la familia, la amistad y las relaciones de pareja centradas en el afecto. Estas formas relacionales han sido sustituidas por las conductas hedonistas y prácticas egoicas, reforzadas por seudopsicologías.
A la economía neoliberal la acompaña una mala lectura del estoicismo que conduce a los sujetos a suponerse responsables únicos de sus circunstancias, obligados a tolerar el fracaso y asumir la culpa de toda catástrofe, sin que el entorno tenga ninguna responsabilidad. Esta propaganda en baja frecuencia genera patologías, en tanto el sujeto reprime sus frustraciones y las subsecuentes angustias por no alcanzar metas sociales con emprendimientos solipsistas.
Miro con el asombro de un testigo extemporáneo cómo se normaliza el individualismo más radical. Empero, paradójicamente, prospera el asistencialismo y la vida inútil. No se trata de un individualismo filosófico, sino de un egoísmo parásito evidenciado en los guetos donde el consumo de alcohol y estupefacientes son subvencionados por el Estado, la familia o, en el peor de los casos, el trabajador atracado en un cruce de calles.
Vemos imágenes desgarradoras de comunidades de adictos en espacios públicos de grandes ciudades, "ciudadanos" que guardan en sus faldriqueras un documento que les brinda asistencia social, en ciertos casos programas de desintoxicación y tratamientos con metadona gratis que, al fin y al cabo, son financiados por un sistema al cual no le sirven. En nuestro país "gozamos" de una calle donde la desvergüenza convoca a divergentes clases sociales. Y a veces la visita algún político para el asistencialismo morboso.
Otras comunidades posmodernas, como los Therian, grupo de jóvenes fundadores de una mitología de identidad animal no humana, ocupan las plazas y aúllan o balan, según sea su animal totémico, mientras los "conservadores" (entre los que supongo me encuentro) producen sus alimentos, construyen sus casas y crean orden de tolerancia para respetar el "derecho" de los que antes eran considerados con alguna patología disfórica o de identidad.
Puede observarse en la base de estas prácticas que no hay una real desconexión de las estructuras y aparatos del Estado, sino una adherencia rémora: mientras critican la familia, la organización y sus leyes como constructos "opresores", recogen los beneficios que les otorga el pertenecer. Siendo como es el humano un animal de manada con mínimas capacidades para vivir por sus propios medios, hasta para criticar las construcciones sociales necesita de sus referentes.
Parece que la conducta de grupo desemboca siempre, como tautología, en algún grupo de referencia, aun a despecho del sujeto. Se suplantan los pertinentes sociales tradicionales, como la familia, para adherirnos a subculturas como los Therian. Rehúsan identificarse con la imagen del padre o la madre, y proyectan su necesidad de vínculo a un gato. De tal manera, aquella vieja idea edípica de ser como papá ha sido sustituida por ser como mi mascota.
Hay un desborde tal de las "identidades" que hace pensar en una distopía en donde cada individuo sea su propia identidad, sin grupo, solo una suma de singularidades que supondría una babel de yoes, cada uno con su decir, en donde el diálogo sería un ruido ensordecedor. Todo sería alter sin referencialidades. Tal desborde de individualismo no encontraría lugar o, más bien, haría metástasis en el lugar en donde suponemos grupos referenciales.
Sí, de acuerdo con Zizek: la identidad es dinámica, y su movimiento ocurre en los intersticios de estructuras construidas por la cultura a las que no puede sustraerse el sujeto, so pena de disolverse en una rebelión sin objeto. Mientras el mundo convulso pone en juego la vida misma, las nuevas ideologías nos proponen "paradas" para exigir el derecho de una persona sobre su cuerpo, pero resulta que no hay cuerpos fuera del corpus social. Si somos indiferentes ante la muerte, todo derecho más allá del derecho a la vida es anulación.
El hombre nace en una lengua, en unas estructuras relacionales correspondientes a una especie (sapiens), a un género (homo) y a un reino (animal). Nace animal altricial, sin ninguna esperanza de crecer por sí solo. Se complejiza en las redes comunicacionales que establece, se historiza con los otros. Su identidad no se opone a la diferencia, antes se complementa. En fin, es en la cultura en movimiento y relacional que él mismo hace en que se forja entre reenvíos de su suseidad al grupo y viceversa.
Se ha dicho de múltiples maneras: el individuo se reconoce en el otro. Para ello es necesaria la relación dinámica, siempre regida por acuerdos, tensiones y reconciliaciones. Porque producimos y al mismo tiempo somos producto de una esfera llena de símbolos y representaciones que llamamos cultura, y no existe el afuera de esa cultura, por más que nos esforcemos en buscar salidas esquizoides.
¡Hay tantas herencias por recuperar! Estoy seguro de que, al pasar este punto negro de apología al solipsismo, volveremos a los vínculos, quizás modificados por el tiempo; siempre haciéndonos humanos, no demasiado, solo humanos.
czapata58@gmail.com
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