En enero de 1946, contando ya con 60 años de edad, y siendo el dueño de fincas más rico de todo el Cibao y sin haber tenido problemas con Trujillo, Juan Rodríguez García (“Juancito”) decidió abandonar la República Dominicana para dedicarse a derrocar al régimen que ya durante dieciséis años controlaba su país. Su hijo, Juan Arturo Rodríguez Vásquez, fue donde Trujillo y lo engañó diciendo que iría a buscar a su padre a Puerto Rico, pero en realidad lo que quería era también salir del país, y con más dinero, lo cual logró.
Entre 1946 y 1949, Juancito gastó casi toda su fortuna en dos esfuerzos armados para derrocar a Trujillo. Encabezó en 1947 en Cuba la expedición de Cayo Confites utilizando su dinero para comprar armamentos, aviones y barcos, pero en la misma había más cubanos que dominicanos y la política cubana reorientó el propósito de la expedición tratando de buscar un cambio en el gobierno cubano, lo que obligó a las autoridades de ese país a paralizarla. El 4 de octubre de 1947, Juancito, en una declaración a Prensa Asociada, dijo que la expedición había fracasado “porque estaba formada por un 99.34% de lunáticos contra un 4% de gente cuerda”. Poco después, disgustado con los cubanos, Rodríguez García optó por irse a Costa Rica para desde allí invertir más dinero en otra invasión.
Creó una organización que eventualmente se llamaría “Legión del Caribe” y que comenzó por lograr llevar al poder a José Figueres en Costa Rica. Durante esa guerra civil, Juancito cedió a Figueres parte de las armas de Cayo Confites, así como a varios de sus principales oficiales dominicanos, entre ellos José Horacio Ornes Coiscou y Miguel Ángel Ramírez Alcántara. En medio de esa lucha, Figueres le escribió: “Mil gracias en nombre de América. Nos estamos batiendo como fieras. Este fuego no cesará hasta que liberemos al mundo americano de Trujillo. Su oficialidad magnifica”. Lograda la liberación de Costa Rica, Juancito se trasladó a una Guatemala presidida por Juan José Arévalo, donde la Legión del Caribe se planteaba si primero tratar de tumbar a Somoza o a Trujillo. Juancito, con lo que quedaba de su fortuna, compró aviones, algunos de los cuales se perdieron al caer entre Cuba y Guatemala. El propio Juancito, con 63 años de edad, acompañado por su hijo Juan Arturo, estuvo en uno de los tres aviones que salieron para invadir a Trujillo, pero que había sido boicoteado por republicanos españoles sobornados por Trujillo, a través de Joaquín Balaguer, embajador dominicano en México, y que, en medio de una tormenta, logró amarizar en una playa a 177 kilómetros al sureste de la isla de Cozumel, el destino planeado. Este y otros tres aviones fueron apresados por las autoridades mexicanas y tan solo un avión Catalina con siete dominicanos y tres centroamericanos logró amarizar en Luperón.
Fracasada esta segunda expedición y casi sin dinero, Juancito se fue a La Habana. Allí llegó una de sus hijas, Mercedes (“Pucha”), quien había sido mantenida como rehén por el dictador, pero se le permitió salir gracias a una presión que se dice provino de Eleanor Roosevelt, viuda del expresidente norteamericano. Según narraría Mercedes, allí eran tan pobres “que había que recortarlo todo: se suprimió el café, pasta de dientes y otras cuantas cosas más”. Juancito se instaló en una finca donde se dedicó a criar gallinas ponedoras y a picar caña. Tan solo recibió un poco de dinero al poder vender algunos de los barcos de la expedición de Cayo Confites.
Cuando la victoria de la revolución cubana, Juancito se trasladó a Venezuela para conocer allí a sus nietos y donde se enteró de que Trujillo había ordenado incendiar su casa en Barranca, lo que lo deprimió. Pero el golpe demoledor para Juancito sobrevino cuando su hijo murió encabezando la lancha “Carmen Elsa” que desembarcó en Maimón. Ese hijo, junto con Miguel A. Feliu Arzeno (“Miguelucho”), serían los únicos que participarían tanto en Cayo Confites como en Luperón y también en las expediciones de 1959, muriendo ambos en estas últimas.
En Barquisimeto, en la casa de Luis Iriarte Ramírez, cuñado de Horacio Julio Ornes, esposo de “Pucha”, el 19 de noviembre de 1960 Juancito decidió suicidarse utilizando su pistola. Irónicamente, tan solo seis meses después murió Trujillo. Quedó enterrado allí, pues ni el Consejo de Estado, ni el gobierno de Bosch, ni el Triunvirato, ni mucho menos durante los veinte años de Balaguer, se tuvo interés en traer sus restos al país, hasta que el presidente Antonio Guzmán lo ordenó.
Es a los 65 años de su muerte que el actual presidente Luis Abinader ordenó muy correctamente el traslado de sus restos al Panteón Nacional.
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