Algunos lo pondrán en duda , pero en el análisis desapasionado de la política contemporánea, la aciaga adversidad en la fase postrera de estos dos prominentes líderes perjudicó bastante al país. Nadie puede señalarlos como proclives al cohecho; siempre propugnaron por el desarrollo de un país sano. Las encabritadas oleadas de la política los separaron en detrimento de la sociedad dominicana. Sus actitudes de noble proyección social son lo que se debe ponderar de uno y otro.

Hoy sus discípulos partidarios se enfrascan en una competencia de cuáles mejores calles, avenidas, urbanizaciones, hospitales, etc., colocarles sus nombres. Si el más allá existiera, estoy seguro de que ellos discreparían de estos superfluos homenajes post mortem.

Eso de saturar las ciudades dominicanas con nombres de políticos (aun de historiales positivos como los antes mencionados) debería estar prohibido. Es pretender imitar a tiranos como Pedro Santana, Buenaventura Báez, Ulises Heureaux, Rafael Trujillo y Joaquín Balaguer (y otros que pretendieron penetrar a ese círculo como Horacio Vásquez), que, creyendo que el país era propiedad particular de ellos, disponían, entre otras medidas arbitrarias, que los mejores lugares o propiedades públicas llevasen sus nombres presuntuosos.  (Balaguer lo dejó como misión a sus súbditos).Con el agravante de que héroes innegables de la sociedad dominicana, a través de sus representantes legislativos y municipales, no han sido capaces de tomarlos en cuenta, para que la posteridad agradecida les rinda el honor que merecen por sus desinteresados aportes al país.

Bástenos citar algunos casos memorables, que hoy son grandes desconocidos. Timoteo Ogando, el Páez de Pedro Corto (San Juan), general de primera línea que combatió en todas las luchas por la sobrevivencia de la República Dominicana desde su fundación hasta los intentos de anexión a los Estados Unidos que propició Buenaventura Báez en su tiranía de los seis años.

La historia dominicana está llena de héroes olvidados que merecen reconocimiento real

Lucas de Peña, jefe de la revolución antianexionista de febrero 1863 en el Cibao, totalmente desconocido.  Trujillo, tras sus diferencias con Horacio Vásquez, ordenó suprimir el nombre a Villa Vásquez y la designó Villa Isabel en honor a su colaboradora Isabel Mayer. Cuando esta entró en desgracia con el régimen en 1960, se decidió un cambio de nombre a la ciudad y la designaron Lucas de Peña. Tras el ajusticiamiento del “Jefe”, a esa importante ciudad la volvieron a titular Villa Vásquez. Es posible que confundieran al egregio héroe Lucas de Peña (fallecido antes del inicio de la “Era” fatídica) con algún estrecho colaborador del tirano.

Recién me acaba de informar un maestrante de historia que en Santiago Rodríguez una calle lleva el nombre de Lucas de Peña; ese es el único homenaje a ese héroe desconocido. Entre sus aportes renombrados se debe destacar que, en medio de los combates de Sabaneta, designó como general al médico del pueblo, el doctor Eugenio, por su carácter imbatible. Este doctor combatiente era Gregorio Luperón, que se ocultaba en Sabaneta como doctor Eugenio, esperando el estallido revolucionario.

De manera muy merecida fueron designadas con los nombres de héroes de la Restauración diversas ciudades, principalmente del Cibao, en homenaje a Gregorio Luperón, Ulises F. Espaillat, José María Cabral, Francisco del R. Sánchez, Pedro A. Pimentel, Benito Monción, José Cabrera, Olegario Tenares, Cayetano Germosén, Manuel María Castillo y Santiago Rodríguez. Gaspar Polanco fue segregado porque en la “Era de Trujillo” se asumió como un delito histórico su actitud de ordenar el fusilamiento de Pepillo Salcedo. Trujillo no podía permitir homenajear a un magnicida de esa estatura, ni mucho comulgar con los propósitos de este. (Obviamente, también un municipio se llama Pepillo Salcedo).

Los intelectuales que cumplieron la orden de satanizar a Gaspar Polanco lo hicieron aun conscientes de que las circunstancias del momento reclamaron una actitud enérgica contra un personaje que conducía la revolución restauradora hacia su inminente claudicación. Polanco, tras asumir el mando de la revolución en octubre de 1864, solo en 90 días hizo cambiar el desarrollo de los acontecimientos y ya en diciembre en Madrid se discutía cómo abandonar Santo Domingo, sin que se considerara una derrota para la monarquía española. Los documentos y testimonios históricos no mienten, están ahí para los incrédulos.

Lo peor es que la batalla más importante de la Guerra Restauradora, la del 6 de septiembre de 1863, la batalla de Santiago, liderada por Gaspar Polanco, es totalmente ignorada. Este heroico acontecimiento le entregó el control de Santiago a los insurgentes dominicanos y la guerra a partir de ese momento se centró en la desesperada acción de la jefatura colonialista por recuperar la ciudad de Santiago, que se convirtió en la capital de la República en armas. Nunca lograron retomarla.

Cuando era profesor en el CURSA-UASD, un estudiante me informó que en Santiago existía una pequeña calle detrás del Cementerio Municipal 30 de marzo, con el nombre de 6 de septiembre, lo que pude comprobar. ¿No merece ese nombre una gran avenida en la capital, o acaso Ovando, Churchill, Kennedy o Lope de Vega aportaron más a la existencia de la República Dominicana?

El genocida Bartolomé Colón, ¿su nombre fue impuesto a una importante avenida de Santiago, por encima de la ciclópea Batalla del 6 de septiembre o de Gaspar Polanco?

El general Gregorio de Lora, herido de manera mortal en el intento de asalto a la Fortaleza San Luis, en la batalla del 6 de septiembre de 1861, es otro héroe totalmente desconocido.

Marcos Adón, aunque existe una calle en un barrio popular con su nombre benemérito, es digno que una de las nuevas estaciones del Metro que llegará a Los Alcarrizos lleve su nombre por su condición de jefe militar insurgente en las zonas aledañas a la ciudad amurallada de Santo Domingo, durante la Guerra Restauradora.

Manuel Rodríguez Objio, combatiente y cronista de la Guerra Restauradora, fusilado tras su apresamiento por las tropas de Báez cuando combatía contra el intento de anexión a Estados Unidos. En Ciudad Nueva, el local del Instituto de Señoritas Salomé Ureña en la tanda vespertina llevaba su nombre; al plantearse la tanda extendida, como era lógico, se prolongó el horario del Salomé Ureña. El Liceo Manuel Rodríguez Objio desapareció.

Se han inaugurado otros liceos, pero nunca se ha tomado en cuenta restituir el nombre del único general intelectual de la Guerra Restauradora, asignándolo a un nuevo plantel educativo.

Los herederos políticos de Trujillo sabotearon que la extensión del nombre de la avenida Enrique Jimenes Moya no se hiciera posible. No podían tolerar una prolongación de la avenida que honra al héroe que encabezó la gesta patriótica de Constanza, Maimón y Estero Hondo. ¿Por qué no enmendar ese agravio?

Esos mismos personajes se las ingeniaron para reducir de manera significativa el perímetro de la avenida Amado García Guerrero, so pretexto de ampliar la avenida 27 de Febrero, todo por la inquina histórica hacia García Guerrero por su valiente participación en la ejecución del tirano Trujillo. Con tales propósitos hicieron unos desvíos de calles próximos a la avenida Duarte, que hoy son inútiles.

Los héroes y mártires de la guerrilla de 1963, que subieron a las escarpadas montañas de Quisqueya a luchar con las armas en las manos contra los golpistas que pretendían cercenar las libertades públicas, como sentenció Manolo Tavárez. Estos héroes en su mayoría no han sido objeto del reconocimiento que le merece la patria, como los comandantes Juan Miguel Román e Hipólito (Polo) Rodríguez, Piqui Lora, la mujer guerrillera, los líderes estudiantiles Luis Ibarra Ríos, Tony Barreiro, Danielito Fernández y otros héroes de esa gesta.

La política ha eclipsado a figuras que lucharon por la soberanía y la dignidad nacional

A la plazoleta La Trinitaria, en la entrada del Distrito Nacional desde Santo Domingo Este, se le colocó este nombre sagrado expresamente para evitar que se denominara Plaza Héroes y Mártires de Abril. En ese lugar numerosos dominicanos ofrecieron sus vidas en defensa de la constitucionalidad en abril de 1965. Esa área era prácticamente deshabitada en los tiempos de los trinitarios; formaba parte de Galindo.

El mejor homenaje para los Trinitarios es colocar su nombre a la antigua Plaza de Armas, injustamente llamada Parque Colón. En ese lugar ellos desarrollaron importantes jornadas, como la creación frente a esta plaza del teatro en la cárcel vieja para denunciar los atropellos del ocupante foráneo, la acción armada ocurrida en 1843 en la revolución de la Reforma contra los seguidores de Boyer y el 26 de mayo de 1844, día del patriotismo integérrimo, cuando Duarte en asamblea pública frustró la proyectada entrega a perpetuidad de Samaná a los franceses.

No pretendemos ser prolijos; finalmente, queremos puntualizar que son muchos los patriotas anónimos que merecen homenajes de una sociedad agradecida. Aunque se han realizado reconocimientos muy tenues a los héroes de la revolución de abril, Francisco Caamaño y Fernández Domínguez, en los cuarteles sus nombres todavía son vedados, mientras se homenajean a gentes que sirvieron al invasor. En lo relativo al comandante Manuel Ramón Montes Arache, la cosa es peor; ni un callejón ha sido designado con el nombre del heroico jefe del cuerpo de hombres ranas.

Como diría Amengual: Sea usted el jurado.

Santiago Castro Ventura

Médico e historiador

Médico, historiador.

Ver más