Cuando el que habla regresó al país en diciembre de 1949, después de 10 años de ausencia para hacerme cargo de la Secretaría de Estado de Educación y Bellas Artes, comprobó desde el día de su primer contacto con las aulas que el problema escolar del país residía casi íntegramente en la falta de maestros capacitados. Joaquín Balaguer

A partir de esta semana, dedico una serie de artículos al tema de ministros relevantes que han reflexionado sobre la educación dominicana. Inicio con Joaquín Balaguer Ricardo, máximo mandatario de la nación dominicana en siete ocasiones, entre los años de 1960 y 1996.

Nacido en 1906, en Villa Bisonó (Santiago de los Caballeros), fue secretario de educación desde el 1949 al 1955. En el libro titulado Temas educativos y actividades diplomáticas, tomo III, publicado en 1973 por la Editora Fuentes Impresores, S. A, de México, se reúnen 21 discursos relacionados a las actividades diplomáticas y 20 alocuciones concernientes al sistema educativo dominicano. Estos últimos fueron pronunciados en su mayoría en actos inaugurales de escuelas, colegios y liceos de diferentes partes del país: La Vega, Moca, San Francisco, Salcedo, Santiago de los Caballeros y San Pedro de Macorís; así como en congresos de padres y amigos de la escuela, seminarios, graduaciones y cursillos para docentes. Dos de ellos fueron telegrafiados desde el exilio.

Estos discursos reflejan las posturas de Balaguer Ricardo sobre distintos aspectos de la educación dominicana: los métodos de alfabetización, el nivel educativo de los docentes, la situación de la educación rural, la importancia de la educación cívica y religiosa, el currículo de la educación secundaria, la necesidad de la educación a las féminas, la influencia de la reforma hostosiana en el sistema educativo, la labor de Salomé como maestra normalista; así como la concepción que posee sobre la importancia de la educación como ejercicio profesional y la trascendencia de la carrera docente.

De esta selección, en los que más vehementemente afirma sus posturas sobre la realidad del sistema educativo, destaco, primeramente: “Crisis de las profesiones liberales”. Esta alocución fue pronunciada en la inauguración de la primera Escuela Nacional de Artes y Oficios, en 1952, bajo el auspicio de los Estados Unidos. Balaguer, en consonancia con los intelectuales al servicio de la dictadura, sostiene que este tipo de escuelas responde a la necesidad que suscriben los países que evidencian un alto desarrollo industrial y, por consecuencia, crean fuentes de producción que aumentan las riquezas y determinan mayor demanda y calidad de servicios, tal como lo está demandando la creciente economía dominicana.

Entiende que, hasta ese momento, la República Dominicana, solo podía ofrecerle a la juventud la perspectiva universitaria, viendo en esta única posibilidad pocas ventajas y varias desventajas. Entiende que es una actitud loable de la población escolarizada la aspiración a obtener títulos profesionales. Sin embargo, entiende que el país dispone de más profesionales de los que necesita, específicamente, de abogados y médicos. No obstante, en estas áreas -como en todas los demás- escasean los buenos profesionales, entre otras razones, porque no se cumple el papel que debe tener la universidad primada de seleccionar solo los dotados de condiciones intelectuales superiores, mientras los que no pertenezcan a esta categoría, deberían incursionar en el formato de Escuelas de Artes y Oficios.

Sostiene que la gran mayoría de la juventud dominicana vive entregada al culto por la frivolidad e inmersa en una precaria condición moral. Por otra parte, sopesa lo necesario que es para la productividad de los países industrializados contar con personal capacitado y dotado de títulos como el de electricista y el de mecánico, pues estos títulos no solo honran a quienes los poseen, -independientemente de la clase social a la que pertenezcan- sino que, también, se convierten en una fuente de beneficios económicos, pues un buen artesano podría incluso ganar más que un médico o un abogado de profesión.

Desdeña a los dominicanos que solo ven el Estado como un potencial proveedor de empleos y en la carrera administrativa una solución para sus problemas económicos o para su ascenso social, pues en este ejercicio público no ve más que “perspectivas lisonjeras” que ocasionan al empleado más penas que glorias y que, a nivel de transcendencia, en nada se compara con el trabajo docente, un apostolado, solo comparable con el papel iluminador que juega el astro sol cada día.

En el discurso titulado “La Nueva Escuela dominicana”, pronunciado en la inauguración de la Escuela Normal Rural del Licey, en su natal provincia Santiago de los Caballeros, teoriza sobre la diferencia entre la escuela tradicional y la escuela moderna. Comienza midiendo el verdadero aporte de Eugenio María de Hostos en el sistema educativo del país para concluir que el gran logro de este ha sido el haber sustituido la enseñanza empírica, implementada por el sistema colonial, por la racionalista. Entiende que, a la llegada de Hostos, la república contaba con varios siglos de atraso con respecto a otros países de América y esto se lo atribuye a diversas razones, entre ellas, a la desventaja económica que tuvo frente a Cuba y Puerto Rico, y a la administración de Boyer, ya que a su criterio: “había matado todo vestigio de cultura”; y con su ocupación: “nos sumió en una especie de edad de la caverna”.

Entiende que los dotes de orador de Hostos hicieron de él un revolucionario elocuente y una figura atractiva que lo llevó a ser guía y formador del alma, y logró formar un nuevo tipo de hombre que se dejó sentir en la vida pública dominicana por generaciones. En otros discursos, no obstante, concibe la labor de Hostos, al menos en lo que respecta a la formación de docentes, como poco satisfactoria.

Al mismo tiempo, defiende a la Escuela Rural de las acusaciones que, según sus observaciones, se la pretende hacer responsable: la de ser la absoluta causante del abandono de los campesinos al trabajo agrícola y del éxodo de estos hacia las ciudades. Aquí, en unas opiniones tan sesgadas que rayan en el irrespeto, sostiene que el éxodo campesino a las ciudades no es un fenómeno exclusivo del país, sino una constante en el continente. Afirma que los campesinos establecidos en las ciudades no son los egresados de la escuela, sino que, por lo general, representan el eslabón más bajo de los iletrados; ex trabajadores de la compañía Yuquera y de factorías que al verse sin ocupación se van a las ciudades y se hacinan. A estos lugares de asentamientos los llama: “nacimiento y desarrollo de un inmundo caserío”.

Añade que el campesino inmigrante es en general: “el vago que holgazanea al amparo de la fecundidad de la tierra”. Defiende al docente rural que educa para la vida campesina, haciendo énfasis en las potencialidades del trabajo agrícola. También, defiende la función del docente en general, que en su opinión es admirado desde los orígenes de la historia entre los grandes civilizadores de la historia humana.

En el discurso titulado “La enseñanza de la lectura y la escritura”, pronunciado el 15 de agosto de 1952, en la inauguración del seminario de ponderación de los resultados con la aplicación del método audiovisual, aborda las prácticas docentes de alfabetización a jóvenes y adultos y la falta de competencia de docentes, personal técnico y directivo de la Secretaría de Educación.

Entiende que el único criterio que ha utilizado el docente dominicano para evaluar el método audiovisual es el de tenerlo como la última palabra a nivel de tecnología alfabetizadora. Sostiene que durante los 14 años en que se ha estado aplicando, resulta difícil encontrar maestros que lo entiendan pues, en su opinión, los profesores están posicionados en dos bandos: los malos docentes, que lo aplican sin conocerlo; y los buenos, que se resisten a su aplicación. Afirma que con este seguimiento a pies juntillas por parte de los malos maestros, el método se ha convertido en el alfabetizador protagonista y el maestro en un recurso secundario, cuando debería ser lo contario. Se muestra escéptico ante la posibilidad de poder lograr avances a nivel de prácticas alfabetizadoras, en la medida en que ninguna reforma es posible sin un personal docente capacitado.

Propone tomar como ejemplo a las autoridades educativas de la República de Chile, quienes, habiendo traído el método al país, tienen prácticas de revisión y adecuación continuas. Afirma que el Método Global, tan criticado en el país, ha tenido gran éxito en Brasil y que él en persona se dedicó a revisar las cartillas alfabetizadoras brasileñas. Afirma, que los técnicos de la Secretaría han fracasado en no ser capaces de redactar una verdadera guía metodológica que les facilite a los docentes la comprensión de la metodología, tomando en cuenta que “la mayoría son unos improvisados”. Reclama que, en casi tres lustros, no se disponga de una interpretación dominicana del método global, ni una adaptación criolla; y que no se haya realizado, mínimamente, un examen de vocabulario del niño dominicano para acomodarle la comprensión de los textos.

Por su parte, acusa a los intendentes de educación de haberse conformado con convertir sus oficinas en agencias dedicadas a la rutinaria tramitación de expedientes; y a los inspectores, de reducir su trabajo de analistas a policías escolares. Les advierte a todos los empleados del gremio, que, si en las escuelas públicas y privadas abundan los repitentes, la responsabilidad no es solo de factores externos como el ausentismo, sino también, de la ejecución del docente y la responsabilidad de todo el personal en la línea del sistema.

En el discurso titulado “La capacitación del maestro dominicano”, pronunciado en honor a las primeras maestras rurales graduadoras, arremete contra las nuevas generaciones de docentes, con afirmaciones contundentes y aleccionadoras, así como con preguntas retóricas. Inicia indicando todas las ventajas que, a su entender, ofrece la Secretaría de Educación a sus empleados a nivel de planteles, mobiliarios y beneficios; mientras estos, no se encuentran a la altura, pues entiende que la formación del maestro es poco satisfactoria y el cuerpo docente no se preocupa por ampliar sus conocimientos.

En contraste con lo pronunciado en un discurso anterior, sostiene que los docentes que egresaban de las Normales eran bachilleres que solo aspiraban a formarse como profesionales en determinadas áreas técnicas del conocimiento, por lo que no se puede decir que dichas Normales estaban preparadas para capacitar a maestros intelectual y moralmente conscientes de su misión. Indica como prueba, que, de los graduados en 1884 y 1886, a excepción de Feliz Evaristo Morales, ninguna otra figura realizó aportes al sistema educativo.

En contraste con Hostos, cuyo aporte Balaguer lo limita a cambiar la inspiración escolástica de origen colonial de la escuela dominicana, sin formar docentes, postula el éxito en este último aspecto de Salomé Ureña, quien logró formar maestras de la talla de Luisa Ozema Pellerano y Mercedes Laura Aguiar. A su juicio, su influencia tuvo una gran limitación espacial pues se redujo a la capital de la nación.  Esta afirmación no es del todo cierta, pues muchas de sus discípulas fueron maestras en el interior del país, como es el caso, por ejemplo, de Anacaona Moscoso, que se traslada hacia San Pedro de Macorís a establecer la educación normal femenina. “El compromiso de por vida” de sus egresadas, puede analizarse también, desde el punto de vista propuesto por Giner de los Ríos, del perfil feminizado del magisterio dominicano.

Por las limitaciones encontradas en ambas Normales, Balaguer entiende que la gran revolución educativa a nivel de formación magisterial lo representan las Escuelas Normales Rurales que gradúan más de cien maestros a lo largo del territorio nacional y considera que esto constituye un aporte por encima de los logros de Hostos y Salomé.

En el discurso titulado “El maestro de ayer y de hoy”, se dirige a los maestros para comunicarles lo que se espera de ellos y la trascendencia de su labor. En este sentido, la Secretaría le solicita al docente: espíritu de sacrificio, afán de superación intelectual, amor al magisterio, sentimientos patrióticos, dirigir y plasmar el alma de las nuevas generaciones, descubrir la verdad a los ojos del entendimiento ciego, inculcar en la conciencia los principios básicos de la moral, modelar el carácter, darle temple a la voluntad y despertar la conciencia ciudadana.

Les sugiere a los que piensan que el trabajo de su profesión no es lo suficiente remunerado para tales responsabilidades, que analicen las conquistas logradas por el gremio. Entre las mismas, resalta: el magisterio es el único servicio con posiciones estables en las administraciones públicas; los docentes son los únicos empleados públicos que poseen pensión de jubilación; poseen concesiones de licencias con disfrute de salario; y disfrutan del empeño con el que se le resuelven sus problemas de índole personal. Así mismo, les recuerda la institución del día del maestro y la medalla de honor de educación, equivalente con la que otorgaba el senado romano.

En el discurso pronunciado en el acto de inauguración del Colegio Santo Domingo -para ese entonces, exclusivo de señoritas- titulado “La educación religiosa”, se evidencia su concepción de lo femenino y del papel de la educación con relación a dicho género, entendiendo en líneas generales que la educación de la mujer debe dotarla de grandes valores cristianos que le permitan edificar su hogar como un espacio de armonía y que, al mismo tiempo, pueda armonizar el interés entre la religión y la sociedad.

Cada uno de estos discursos pronunciados por Joaquín Balaguer podría ser digno de un estudio crítico. No obstante, en esta ocasión, los abordo solo a grandes rasgos porque, como había afirmado al inicio de este escrito, pretendo con el mismo iniciar una serie de artículos de divulgación que se propone mostrar el trabajo de los secretarios de educación más relevantes.