Afirma ese viejo zorro de la política española Felipe González que un expresidente es como un jarrón chino, algo muy valioso, pero que nadie sabe dónde colocar. Quería remarcar González con esa comparación el difícil lugar de los ex mandatarios en los sistemas políticos, en especial en los sistemas presidenciales. Es más, salvo el caso de Chile, donde los expresidentes tienen derecho a ser senadores vitalicios, propuesta que en su momento hiciera en nuestro país Salvador Jorge Blanco, la teoría y la práctica político-constitucional de los sistemas presidenciales no han construido un espacio institucional para los antiguos ejecutivos.
Por eso, al margen de lo que resulte en los hechos de la reciente reunión de los expresidentes Hipólito Mejía, Leonel Fernández y Danilo Medina con el presidente Luis Abinader, hay que aplaudir calurosamente la iniciativa del actual presidente al promover esta reunión para tratar unos temas de gran trascendencia para el país, buscando consensuar políticas públicas respecto a asuntos tan medulares para el destino nacional como lo son las cuestiones migratoria y haitiana.
Quiera Dios que con esta icónica reunión, que concitó la mayor atención nacional, se inicie una práctica política, que devenga costumbre constitucional y que permita adelantar soluciones políticas consensuadas a grandes problemas nacionales. La democracia constitucional se nutre no solo de instituciones y normas formales sino también de un conjunto de convenciones, tratos de cortesía, reglas no escritas, usos y pactos de damas y caballeros. Incluso, cuando estas normas consuetudinarias se quiebran, como ocurrió en Chile previo al ascenso al poder de Salvador Allende, inicia el colapso de un sistema democrático.
La cumbre del presidente Abinader con los expresidentes presenta un nota singular: es el primer encuentro de antiguos mandatarios con el primer magistrado de la nación, donde todos alcanzaron el poder de modo democrático. Ello es importantísimo porque, tras la desaparición de los lideres históricos Balaguer, Bosch y Peña Gómez y la muerte del presidente Antonio Guzmán y los expresidentes Jorge Blanco y Jacobo Majluta, al sistema político dominicano le han hecho falta elementos políticos estabilizadores y legitimantes que ni siquiera una exitosa cultura del diálogo como la precursoramente propiciada en el país por monseñor Agripino Núñez pudo suplir del todo.
En estos tiempos oscuros que viven las democracias constitucionales en el mundo, que los dominicanos tengamos un presidente capaz de usar su liderazgo y su rol como jefe de Estado para convocar una cumbre como la descrita es un signo alentador. Más esperanzador resulta aún contar todavía con partidos que siguen convocando con gran intensidad la adhesión de simpatizantes y militantes; con expresidentes capaces de resistir las tentaciones populistas de las coyunturas políticas; con un sistema constitucional que ha convertido en cláusula irreformable el modelo de dos mandatos presidenciales consecutivos y nunca más; y con una estabilidad económica preservada por las autoridades del Banco Central, el gobierno y los partidos.
Habría que explorar en el futuro la posibilidad de encontrar un locus político-constitucional formal para los expresidentes. Mientras tanto, resulta clave que se consolide en el país la práctica de estas cumbres del presidente con los expresidentes. Hay mucha y valiosísima experiencia y memoria histórica acumuladas en los pasados mandatarios para que sea irresponsablemente desperdiciada porque no sabemos qué hacer con ellos una vez termina su tránsito por el poder.
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