Vivimos en el período histórico de la masificación de las «gárgolas profanadoras de templos». Antes tenían funciones simbólicas; hoy se han trasmutado a la vida real del siglo XXI. A partir de la Edad Media, tanto en el diseño como en la instalación en diversas iglesias de Europa, las gárgolas incrustadas en la fachada tuvieron la función simbólica de defender y proteger los templos.

Hoy, ascendieron de las calderas de Pedro Botero, como en España se le denomina popularmente, al infierno, al mundo de lo real a urdir tropelías contra el Estado, la sociedad civil y el empresariado.

Espíritus encarnados que treparon del averno a protagonizar putrefacciones, inmundicias y roñas con hechos punibles que han reescrito a Santo Tomás de Aquino y sus Siete Pecados Capitales. Gárgolas que, en vez de proteger templos, han convertido otrora santuarios y emblemas institucionales en objeto de deseo, caos y destrucción.

Historiadores y antropólogos como Dolores Herrero, doctora en historia del arte y especialista en gárgolas, estudian el simbolismo de estas esculturas.

Los siete pecados capitales según el presbítero siciliano, Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia y patrón de los estudiantes, son soberbia, avaricia, lujuria, envidia, gula, ira y pereza. Estos pecados se llaman "capitales" no por su gravedad intrínseca o interior, sino porque son la raíz de los cuales brotan muchos otros vicios, desórdenes y corrupciones.

La soberbia se ha expandido de la mano de los nuevos ricos, por causa de sus riquezas derivadas de negocios propios basados en tecnologías y redes sociales; o riquezas ajenas como aquellas que resultan del salto originario luego de la acumulación irregular de capitales en el Estado. Es un exceso de amor propio que lleva a despreciar a los demás y a considerarse superiores.

La avaricia se vincula al anterior, en la medida en que es un deseo desordenado de poseer bienes materiales, por encima de lo necesario o de los valores espirituales.  Quien tiene por objetivo de vida solo poseer capitales o “fetiches” de la mercancía, como decía Karl Marx, termina en manos del pecado, siendo vergüenza nacional de sus familias y lapidado con razón o sin ella, por las redes sociales.

Por su parte, la lujuria, o el placer a cualquier costo, es un deseo excesivo por goces sexuales o carnales, buscando el deleite desordenado del cuerpo. Si somos soberbios y avaros, lo más lógico es que nos deslicemos hacia el mal del erotismo, hedonismo y la pasión carnal desenfrenada.

Con la envidia, Santo Tomás de Aquino rompe el análisis para escalar un nuevo nivel. Es la tristeza o el resentimiento ante la felicidad o el éxito ajeno, a menudo deseando que esos bienes no existan para otros. La gula, por su parte, adiciona el deseo excesivo, ansioso e insaciable por la comida y la bebida.  La ira es la pasión descontrolada, resentimiento o enojo que busca infligir daño a otros.

Finalmente, la pereza es una aversión hacia el trabajo, lo que lleva a una falta de iniciativa o negligencia en el cumplimiento del deber, especialmente en lo espiritual, laboral o familiar.

Hoy, casi 1,000 años después de su surgimiento, las gárgolas irrumpen en la vida real expresando los pecados capitales. En la sociedad civil, las empresas y el Estado, en los pasados 25 años, ascendieron del inframundo un conjunto de súcubos, lamias o criaturas coléricas, patéticas y extraviadas que, en otras realidades, nunca hubieran salido de la sombra.

En el Medioevo, las gárgolas tenían la función de alejar de las iglesias el pecado y su expresión en diversos demonios. Pero, en estas tres primeras décadas de este siglo XXI, en la realidad cotidiana, surgen de forma permanente los más variados personajes que, en vez de salvaguardar los santuarios de la ética, la buena razón y la conducta social honorable, depravan principios elementales y embargan el bien común.

Los sectores Justicia, Salud y Educación son divisiones donde nunca debió nacer la inconducta, evidenciada públicamente desde inicios de este siglo. Por más de 25 años, la nación ha sido sorprendida por grandes controversias de corrupción en instituciones esenciales para la tolerancia, la paz y la democracia. Desde la venta de sentencias en el ministerio público, el pagar para no matar, el que me deba favores políticos que me pague, o la podredumbre en alimentos estudiantiles hasta la utilización inmunda del seguro nacional de salud.

Que los gárgolos invadieran la Lotería Nacional en diversas ocasiones en el pasado cuarto de siglo es una cosa, y otra, que afecten la esencia de un servicio público vital para la libertad, la vida o la muerte.

Una parte de Santiago, igualmente, está poseída por gárgolas efímeras. La ausencia de sentido común del grupo que a la fuerza fue impuesto en el templo que denominamos Consejo Desarrollo Estratégico de Santiago (CDES) genera preocupación. Otro tanto acontece en Compromiso Santiago, que centraliza a discreción un conjunto de recursos públicos de proyectos no formulados por ellos.

Que los gárgolos invadieran la Lotería Nacional en diversas ocasiones en el pasado cuarto de siglo es una cosa, y otra, que afecten la esencia de un servicio público vital para la libertad, la vida o la muerte

Es un accionar estúpido en el mejor sentido de Erasmo de Rotterdam, y su «Elogio a la locura». Hoy este grupo de gárgolos, además de excluir diputados y regidores, pretende desatar una nueva cacería de brujas contra humildes organizaciones de base de la otrora entidad modelo de planificación estratégica. Alguien tiene que llamarlos a salir de la imprudencia.

Historiadores y antropólogos como Dolores Herrero, doctora en historia del arte y especialista en gárgolas, estudian el simbolismo de estas esculturas. Ella revela que el misterio de su significado todavía está oculto. Sin embargo, nadie duda de que las gárgolas son advertencias dramáticas del pecado que se quiere prevenir.

Las gárgolas debieran volver como esculturas para espantar males. Que simbolicen espíritus perversos y almas condenadas, que aporten seguridad subjetiva al Estado. Que persuadan visualmente, que es mejor estar dentro de la iglesia que fuera del templo. Que el bien común debiera seguir rigiendo por encima de las banalidades de los apetitos personales.

Reynaldo Peguero

Epidemiólogo y urbanista

Maestro en Administración y epidemiología, especialista en Planificación Estratégica del Centro Iberoamericano de Desarrollo Estratégico Urbano (CIDEU), Barcelona, y director del Consejo de Desarrollo de Santiago (CDES).

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