Santos de la Torre concibió un mural de ochenta casillas (¿inspirado en el tablero de ajedrez?) para mostrarnos el alma y pensamientos huicholes. ¿No sé qué es lo que más recuerdo?, ¿su explosión multicolor, las figuras como salidas de un sueño? Creo vislumbrar paisajes amarillos llenos de víboras, felinos acompañados de aves, flores y más reptiles en horizontes verdes y, sobre todo, soles, lunas y peyotes inmensos. Esta obra la podemos ver a la salida del metro cercano al Museo del Louvre y formó parte de un “intercambio institucional”, entre los sistemas de transporte de las capitales francesa y mexicana.

Ahora bien, los Huicholes o Wixarikas, como ellos mismos prefieren nombrarse, son un pueblo originario que vive en las montañas de la Sierra Madre Occidental. Iluso como soy, quisiera pensar que son inmunes al consumismo y a las bondades del wifi; aunque claro, como muchos otros, han padecido el olvido y el maltrato de los gobiernos…, pero no quiero irme por otro lado.

Hace poco, el 12 de julio para ser exactos, los chicos de la Unesco tuvieron su reunión plenaria, precisamente en París y, determinaron incluir a la Ruta Sagrada Wixakira en las listas del Patrimonio de la Humanidad, noticia que puso a circular el nombre de esta comunidad en los portales noticiosos.

La ruta en cuestión no es una ruta cualquiera; se trata de una peregrinación de 500 kilómetros de geografía agreste que hombres y mujeres hacen cada año, para ganar el afecto de sus dioses. Se la conoce como Tatehuarí Huajuyé, es decir, el Camino de Nuestro Abuelo Fuego.

Como los mexicanos solemos mirar a nuestros hermanos con dosis de indiferencia, desprecio o como meros fabricantes de artesanía “típica”, lo que más se conoce de ellos es su relación con el peyote, además de su vestimenta colorida, adornada con perlas de plástico, al estilo de las figuras del mural de Don Santos, a quien, por cierto, los “ilustres” burócratas de la cultura, luego de encargárselo, ni siquiera terminaron de pagarle ni tampoco lo invitaron a la inauguración del mural.

Después de casi treinta años, la Unesco reconoce la trascendencia de esta ruta mística en la que los Wixarikas se comunican con sus divinidades fundamentales, a saber: el maíz, el venado, el peyote, el águila, el sol, y así caminan, felices y sin cansarse, desde las costas de Jalisco y Nayarit, hasta las montañas de Durango, Zacatecas y San Luis Potosí.

Sin embargo, este andar no está exento de peligros, ya que deben sortear explotaciones mineras, evitar a gentes impertinentes que buscan consumir el cactus sagrado y los demás riesgos “pintorescos” del país, como la violencia y el abuso de la autoridad. Al respecto; el comité recomendó "mayor monitoreo, educación y aplicación de las leyes". Por eso, el gobierno, además de festejar el hecho, tendrá que asumir una actitud vigilante y defender a aquellos a los que usualmente ha dejado en el abandono, pero me he vuelto a salir del carril.

Uno de los lugares frecuentados por los Wixarikas es Real de Catorce, un poblado escondido entre los cerros grises pero majestuosos del estado de San Luis y cuya gloria pasada se debió a sus yacimientos de plata. Había tanta, que allí mismo acuñaban monedas de no sé cuánto valor, ¿de catorce reales, de allí su nombre? Luego, la mina se secó y el sitio se volvió fantasmal. A inicios de este siglo, Brad Pitt y Julia Roberts filmaron una película (palomera) que le dio nuevos bríos. Se llamaba La mexicana y no iba de ninguna chica sexi, morena, ni devoradora de tacos, sino de una pistola antigua que el ex de Angelina Jolie debía de recuperar.

Si recuerdo bien, cosa poco probable, la comitiva hollywoodense acababa de irse cuando llegué allá, a pasar un fin de semana. Era diciembre y hacía bastante frío en Real de Catorce, en especial al caer la tarde, si consideramos los muchos metros de altitud sobre el nivel del mar, casi tres mil. No había mucho que hacer salvo tomar una cerveza, escuchar anécdotas de la filmación, cerrarse hasta arriba la chamarra. Quizás por esa razón, dejé que me convencieran un par de vaqueros, para fuéramos a dar una vuelta al cerro sagrado huichol. El paseo fue a caballo y uno podía contemplar el horizonte desértico, los zopilotes aburridos, el sol terco y, en consecuencia, añorar el bullicio confortable de la ciudad.

Más tarde supe, leí o me contaron, que una minera (desalmada y extranjera seguramente, aunque bendecida por el estado) pretendía explotar dicho centro ceremonial, lo que implicaba su destrucción. Hubo protestas e inconformidades varias, hasta un documental salió: Eco de la montaña, de Nicolás Echeverría, en la que también mencionan a Santos De la Torre…

En fin, durante la reunión aludida, la gente del Instituto Nacional de Antropología e Historia insistió que se trata de un “Testimonio excepcional, que el caminar huichol es un ejemplo de la interrelación entre la cultura y el entorno natural en las prácticas espirituales”. Espero que la “medalla” de la Unesco ayude a protegerlo y no provoque la saturación de visitantes, que no ansían otra cosa que la experiencia peyotera.

Manuel Iñaki Leal Belausteguigoitia

Abogado y literato

No es sencillo hablar de uno mismo. Qué decir sin provocar bostezos. Que tengo la dicha de estar en Santo Domingo; que antes anduve por México (de donde soy), Francia y España; que estudié derecho y más tarde literatura; que hoy me dedico a enseñar francés (Alianza francesa, Liceo Franco-dominicano), a leer y, en menor medida, a escribir, ir al cine, nadar…

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