Si hay un autor dominicano que ha recorrido los bordes de precipicios, habiendo caído y rebotado en ellos y vuelto a la paz de las imágenes acogedoras, ese es Homero Pumarol (Santo Domingo, 1971).
Constante, consistente y certero, como Muhammed Ali en sus primeros y mejores tiempos, Homero vive en la poesía. Interregnos del escándalo aparte -como el accidente que casi le cuesta la vida y el letrero que le cayó, que lo convirtió en trending topic-, Homero vive en, con, dentro de la poesía.
Aunque me resisto a seguir la corriente que lo considera como nuestro “poeta maldito”, en verdad que su vida y obra bien que siguen la estela de un Rimbaud, de un Lautremont, sin irle muy lejos a un Artaud. A veces hay que hacerle concesiones a la vox populi. Lo importante es que el poeta se lo goce, que le saque filo al lápiz con la misma pasión con la que se enfunda con una trompeta, haciéndole guiños a Miles, a Getz.
Hay mucho Homero. Tenemos uno desbordante, que a veces se pasea en un trompetista de Hamelin por el Parque Iberoamericano, o un juglar, casi a gritos, con el conjunto de Spoken Word “El Hombrecito”, junto a Frank Báez. También hay otro, pausado, que día a día, sin mancar, le da al teclado de la máquina o a su celular, para regalarnos aforismo, historias, crónicas, vivencias, ocurrencias que darían la impresión de tener siempre el proyector rodando.
“Averías para bajar del Polígono” es su última apuesta. Estamos ante su primer libro en prosa, en un breve compendio de una amplia escritura que comienza en los desolados días de la pandemia. Volviendo la vista a los años 2020-22, caemos en la pura disonancia, en un cuadro más que vacío y con los monstruos de Iván Tovar. Cualquier tos era la condena, los abrazos zonas de muerte, las conversaciones camisas de fuerza. Tan sólo como una hormiga en el Sahara, Homero sacó fuerzas para día a día lidiar con sus fantasmas, que fueron los nuestros. Se puso a recordar, a imaginar, a evocar en esa niñez tan plácida, en esa condición de trillizo feliz, con unos padres únicos pero ya en esa cápsula a la que empujaba la máscara, los agobios de un mundo que se disolvía.
“Averías…” nos permite asomar a una historia que en su tinta ya es otra cosa: poesía urticante, lírica, ruda en sus metáforas, igualmente prácticas para recomponerse, porque Homero sí que lo tuvo duro en lo físico, lo mental, lo espiritual, en ese proceso de recomposición del que surgió el último Homero, que al igual que el anterior, siempre supo hacerse querer, con todo y sus estridencias.
Este sábado 15 de marzo pondremos a circular “Averías para bajar del Polígono” en una edición de 50 ejemplares. Esta vez nos acogerá un local nuevo, hermoso, lleno de imaginación, que se llama “Matica”, y que ha sido armado con mucha delicadez por la artista visual Olga Valdez. “Matica” está ubicado en la calle Juan Isidro Pérez 8, en la Ciudad Colonial, frente a las Ruinas de San Francisco. Ahí estaremos entre 5 y 7 de la tarde.
Esperamos contar con los que puedan y quieran darse una experiencia única, junto a un poeta igualmente único: Homero Pumarol.
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