A veces, las palabras no alcanzan. O no bastan, o no deben bastar. Todos estamos tocados, heridos, por lo ocurrido el pasado 8 de abril. Una fecha que ya no es solo un día más en el calendario, sino un umbral de dolor colectivo, de conmoción profunda y de duelo compartido. Angustia, tristeza, incredulidad: todavía se respiran en el aire. Un aire pesado, que parece no haberse despejado desde aquella noche, hace apenas doce días.

Y sin embargo, entre tanto ruido mediático, tanta exposición vacía, tanta necesidad de decir, opinar, compartir o incluso apropiarse de una tragedia ajena, ha habido una presencia callada, más poderosa que el alboroto: el silencio de quienes han sabido acompañar sin invadir, consolar sin hablar, ayudar sin publicar.

Ese silencio, que en otros contextos se confunde con indiferencia, aquí se convierte en lenguaje sagrado. Un acto de respeto. Un gesto de humanidad. Una oración sin palabras que sube, discreta, hacia lo alto. Porque a veces lo que más cura no es lo que se dice, sino lo que se honra con el alma en silencio. Ese silencio que no necesita cámaras, ni micrófonos, ni aplausos.

He querido escribir sobre ellos: los héroes del silencio. Quienes desde sus hogares o espacios de trabajo, sin aparecer en titulares ni notas de prensa, rezaron, lloraron, se conmovieron profundamente y actuaron con decoro y conciencia cívica. Quienes decidieron no especular ni compartir imágenes dolorosas, ni señalar culpables en el momento. Quienes entendieron que el dolor no se comenta: se acompaña. Que el respeto no se impone: se encarna.

Y también están los héroes en silencio, los que estuvieron físicamente allí, en el lugar del desastre. Bomberos, rescatistas, médicos, voluntarios, ciudadanos comunes. Quienes sin luces ni reflectores, y muchas veces sin más herramientas que sus manos y su vocación, hicieron lo que había que hacer: salvar, buscar, rescatar, recuperar, entregar. Lo hicieron sin sentir la necesidad de ser vistos, porque su ética no depende del reconocimiento. Porque sabían que el deber no se grita, se cumple.

Ambos tipos de héroes, los del silencio íntimo y los del trabajo silencioso, nos enseñan algo valioso: que la grandeza no siempre hace ruido, y que la verdadera solidaridad es desinteresada, respetuosa y humana. Ojalá podamos aprender de esto.

Que esta tragedia, que tanto nos ha dolido como país y como generación, nos deje al menos esa enseñanza: que en tiempos de crisis, lo que más dignifica no es hablar, sino actuar con compasión y con humildad.

Que Dios, la vida o la conciencia colectiva se lo tomen en cuenta a todos los que eligieron honrar la vida, incluso en medio de la muerte. A todos los que supieron estar, no por protagonismo, sino por amor, por humanidad.

Mayrelin García

asesora empresarial

Excandidata a diputada por la circ. 2 del Distrito Nacional y Dirigente del PRM. Licenciada en Administración de Empresas con especialización en Recursos Humanos y Lic. en Mercadeo con Especialización en Inteligencia Competitiva por la Pontificia Universidad Católica Madre & Maestra (PUCMM); Project Management Professional (PMP), Especialización en Negocios Internacionales por Florida International University (FIU), egresada del Programa de Desarrollo Directivo en Barna Management School. Asesora empresarial, charlista y articulista.

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