Increíble: parece que fue ayer, pero ya han pasado seis Semanas Santas desde la llegada al mundo del COVID-19. Igualmente, desde que, poco tiempo después, se aplicó la cuarentena que prácticamente nos encerró a todos. Justo ahora, me permito reproducir un artículo que escribí por entonces, pero que —no sé por qué razones— nunca hice público, y hoy lo hago con muy pocos cambios. Siempre será útil hacer esta mirada retrospectiva de lo vivido, ahora más que nunca.

Ortega y Gasset dijo una vez que el hombre era él y sus circunstancias. Esta sabia frase encierra una gran verdad. Hay una simbiosis cada vez más estrecha entre la carga con la cual venimos al mundo y el entorno con el que, desde pequeños, interactuamos. Hoy lo notamos más crudamente a la luz de la experiencia vivida por todos durante la cuarentena.

El año 2020 arrancó como comienzan todos: con expectativas, con metas de ocasión, con Día de Reyes, con la Virgen de la Altagracia, con carnaval y elecciones de ñapa. La cotidianidad proseguía marcando nuestros días. Cada quien hacía lo propio para seguir existiendo. Para obtener el moro. Para extender las horas y los pesos. Disimular las canas, los pliegues o las libras de más. Sin mayores sobresaltos, proseguíamos amando y afanosamente persiguiendo likes. El reloj seguía marcando nuestro paso por el tren de la vida. El sol continuaba trayendo la sombra. La luna, inspirando a poetas.

Pero, de pronto, desde muy lejos, desde China, cual goteo de suero de miel de abejas, nos llegaron las primeras primicias de lo que vendría. La rutina de las urgencias manejadas nos permitió recibirlas, luego administrarlas como parte de las dosis de informaciones nuevas que navegaban por la red y que nos tocaba mal procesar cada día. La suspensión de las elecciones de febrero, los muchachos de negro de la Plaza de la Bandera —con sus cacerolazos incluidos—, nos distrajeron un poco. Días después, el —ahora la— COVID-19 irrumpió con más fuerza. Ya era parte de nuestra agenda diaria.

La declaratoria como pandemia pronto dio pie a la cuarentena, al confinamiento de todos. Cesaron las urgencias. Los horarios carecieron de sentido. Los trabajos, para unos pocos, se hicieron desde casa; para la gran mayoría, implicó la suspensión de estos. La incertidumbre fue mayor. El sustento económico peligró. Las calles comenzaron a vaciarse. El toque de queda reinó. El silencio se adueñó de las noches. La ficción se hacía realidad. El pánico se arraigó. Las filas y los apremios por comprar hasta papel de baño marcaron la tónica. Súbitamente, éramos todos presos domiciliarios.

Y así pasaron los días y las semanas. También los meses. La Semana Santa esfumó su fin. Nuevas prendas acompañaron nuestras vidas. Las redes impusieron su imperio. Las noticias e informaciones sobre el COVID nos abrumaron. Los memes aligeraron su toxicidad. Los boletines diarios del ministro Cárdenas coparon los medios. Las declaratorias del estado de emergencia, por 25 y por 15 días, se repitieron. Las muertes por el clerén irrumpieron para competir con las del COVID. La campaña electoral se hizo caricatura de caridad.  Aprendimos sí o sí a conectarnos por Zoom o Teams. Nos acercamos a lo que sería la incipiente IA. Mientras el mundo se vestía de duelo, Silicon Valley estaba de fiesta. La aprensión por el presente y el futuro era moneda de curso legal. La vida y el mundo cambiaron en un santiamén. Abruptamente, nos dimos cuenta de que, junto con nuestras circunstancias, fuimos otros.

Sin embargo, la secuela dejada por esta novedosa praxis de vida fue quebrando, poquito a poquito, nuestra tolerancia. El novel statu quo que vivíamos se hacía insostenible. El temor a contagiarse, con el paso de los días, se fue relajando. Los apremios de subsistencia se expandieron. El hastío de este nuevo hábitat comenzó a expresarse. El riesgo de perder lo poco o mucho conquistado resurgió. La cuarentena se hizo inviable. El desconfinamiento se imploraba por doquier. Poco importaba la realidad por venir. ¿Sería el mundo que nos recibiría otro o el mismo? ¿Asumirán los líderes mundiales el manejo global y razonable de esta crisis post? Nuestra antigua realidad, con algunos cambios, nos reclamaba. Volvimos a la “normalidad”.

El contraste que ha puesto de relieve esta experiencia vivida por todos reafirma lo acertado de aquella frase de Ortega y Gasset: somos seres, en esencia, circunstanciales; moldeables y permeables a nuestro entorno. El tránsito hacia el post confinamiento apunta a que esta característica del homo sapiens se hará aún más omnipresente. Concluida esa inédita experiencia de vida hace seis Semanas Santas, cabría preguntarnos: ¿qué aprendimos de ella para ser mejores seres humanos o hijos de Dios?

José Lorenzo Fermín

Abogado

Licenciado en Derecho egresado de la PUCMM en el año 1986. Profesor de la PUCMM (1988-2000) en la cual impartió por varios años las cátedras de Introducción al Derecho Penal, Derecho Penal General y Derecho Penal Especial. Ministerio Público en el Distrito Judicial de Santiago (1989-2001). Socio fundador de la firma Fermín & Asociados, Abogados & Consultores desde el 1986.-. Miembro de la Comisión de Revisión y Actualización del Código Penal dominicano (1997-2000). Coordinador y facilitador del postgrado de Administración de Justicia Penal que ofrece la PUCMM (2001-2002). Integrante del Consejo de Defensa del Banco Central y de la Superintendencia de Bancos en los procesos de fraudes bancarios de los años 2003-2004, así como del Banco Central en el caso actual del Banco Peravia. Miembro del Consejo Editorial de Gaceta Judicial. Articulista y conferencista ocasional de temas vinculados al derecho penal y materias afines. Aguilucho desde chiquitico. Amante de la vida.

Ver más