San Soucci. Sábado 22 de septiembre. Formaba parte de los varios miles de personas que se graduaban ese día. Nos graduábamos todos. La graduación de nuestros familiares era también la nuestra.
A partir de hoy el tiempo ya no se contará en cuatrimestres escolares, sino en cuatrimestres de vida. Celebramos los sueños realizados y otros que se despiertan al entrar en el mundo de los graduados. La vida universitaria continúa. ¡Continuamos atrapados por la esperanza!
La ceremonia de la LXXV Graduación de la PUCMM sucede dos días después de que el papa Francisco recibiera en el Vaticano a más de 200 rectores de universidades públicas y privadas de América Latina y el Caribe.
En el encuentro denominado “Organizando la Esperanza” el papa Francisco afirmó que es responsabilidad de las universidades “organizar la esperanza y traducirla en opciones y gestos concretos de atención, justicia, solidaridad y cuidado de la casa común”. ¡Eso deben hacer las universidades: organizadoras de las esperanzas de los estudiantes y de la sociedad!
El papa Francisco también instó a los representantes de universidades a asumir el compromiso de impulsar a las juventudes a participar políticamente para generar las instancias democráticas para los cambios que necesita nuestra sociedad. ¡Si no se nos dijo en la universidad, que de alguna manera se nos mande a decir!
Por lo que vi y oí creo que la ceremonia de graduación nos marcó a todos con el sello de la esperanza. Cuento y comparto como me marcó a mí.
Acto 1. La graduación de ni nieto Marco Andrés. De la carrera de Administración, mención Negocios Internacionales. Toda la familia emocionada. Agradecidos de la PUCMM por su formación integral, la preparación para la vida, por despertar horizontes y contribuir a “organizar las esperanzas” de Marco Andrés, que ya inicia diligencias para llevar sus esperanzas a una maestría en Barcelona. ¡Lo hará!
Acto II. El inspirador, luminoso y esperanzador discurso del orador invitado Alejandro Fernández, Superintendente de Bancos. Comenzó invitando a compartir con los demás la luz que da el conocimiento. Hizo poner la mirada en los principios que le han valido a él para superar los momentos desafiantes de la vida. Animó a los graduandos a avanzar adornados de valor, humildad y fuerzas con la mente y el corazón bien dispuestos, observando y recibiendo lecciones, abriendo la puerta para que la luz les permita madurar sus propias verdades y su propio sentido. Puso en el corazón de los graduando una ruta para ver la verdadera riqueza del buen vivir: “Disfruten el camino. Espero que estén alumbrados por los mejores valores humanos y el compromiso con su familia y con la construcción de una mejor República Dominicana”.
Acto III. Las lágrimas y la alegría de doña Eva. No elegimos nuestros puestos. Nos encontramos milagrosamente allí. Lloró cuando mencionaron el nombre de su hijo. Instintivamente la abracé. La humilde señora nativa de Constanza había salido de su pueblo a las cinco de la mañana. Me dijo: “Lo hice lavando, planchando y cocinando en casas de familias. Así he podido encaminarlo”. Hoy ya trabaja como maestro y la ayuda económicamente. Compartimos entonces la alegría. Le acompañaba otro hijo de 40 años con condiciones especiales. Es bachiller y desea estudiar psicología. Pudiera hacerlo on line si tuviera una computadora. Doña Eva aprendió el oficio de enferma. Trabajó 15 años en una clínica y no tiene pensión. Enviudó muy temprano. No me pidió nada. Me autorizó a dar su nombre y su teléfono: Eva Núñez Batista. Teléfonos: 809 539 1534 y 829 978 7264. Constanza.
Pienso que algunos pueden llamarla para ayudarla a organizar sus esperanzas. Pongámosla en nuestro camino en gratitud a lo que sembró en todos la PUCMM. ¡Ella espera esa llamada!