Empezaremos diciendo que si Adolfo Hitler hubiese obtenido la victoria militar durante la Segunda Guerra Mundial, los pueblos del mundo hoy lo colocarían más en el centro de las llamas del infierno.
Y pudiéramos agregar más aún, el propio pueblo de Estados Unidos se movilizó frente al mundo contra la injusta invasión del ejército norteamericano al heroico pueblo de Vietnam.
En rechazo a la guerra de Estados Unidos contra aquel pueblo asiático, las calles de las grandes ciudades del mundo, incluyendo las propias de los grandes estados norteamericanos, se llenaron de marchas inmensas e incontenibles, protestando para que se le pusiera fin a esa injusta contienda bélica.
El mundo escuchó la viva voz de Martin Luther King y de todos los grandes líderes de su país que lucharon por los derechos civiles que se pusieron de pie recorriendo las calles de Estados Unidos y reclamando el fin de la guerra.
El rechazo de los pueblos a las guerras y a las invasiones ha sido constante durante todas las guerras en la historia de la humanidad.
El coraje del invencible pueblo de Vietnam y las protestas mundiales de los pueblos obligaron a Estados Unidos a retirar sus tropas de aquella nación.
Las guerras y las invasiones de los poderosos contra las naciones y sus pueblos -y es normal que así sea- van creando rechazos universales en el alma de la gente, en oposición a las fuerzas interventoras.
Ese sentimiento es natural, justo e histórico en el alma de los pueblos: la gente no puede pensar en Alemania sin que a su mente llegue como un fantasma la figura de Adolfo Hitler. Sin embargo, el pueblo alemán es uno de los más nobles del mundo.
Las naciones que bombardean a otros países, destruyendo hospitales, iglesias; asesinando a niños, mujeres embarazadas, ancianos, y llevándose todo a su paso terminan derrotados por la victoria humana de sus pueblos.
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