A veces, los encuentros más significativos llegan en los momentos más oscuros. En pleno 2020, cuando la pandemia golpeaba con fuerza a Cuba, la vida me permitió conocer a un hombre que, sin saberlo, marcaría mi memoria: Freddy Camilo Morfe. Yo trabajaba en Cáritas Holguín cuando, una mañana muy temprana, lo encontré sentado en la escalera de la casa de Cáritas. Luego de un cortés “buenos días”, preguntó si lo podía atender. Le dije que sí, y recuerdo que ambos usábamos nasobuco. Me acerqué un poco y comentó su necesidad económica y su delicado estado de salud; hizo un pedido al que respondí que tendría que regresar al día siguiente, pues no disponía de ello en aquel momento.

Entonces preguntó mi nombre y, cuando se lo dije, vi una expresión de tristeza reflejada en sus ojos. Expresó que Margarita, al igual que yo, se llamaba su esposa, fallecida desde hacía ya algunos años. Comenzó a contarme sobre él y mi sorpresa fue descubrir que estaba conversando con un reconocido poeta de nuestra tierra holguinera, merecedor de varios premios, entre los que sobresale su mención en el Concurso Iberoamericano de la Décima Escrita Cucalambé, en 2003. Morffe Fuentes ha publicado los títulos En la catedral del tiempo (Antología Mínima, Ed. Holguín, 1994), Arpa y hoguera (España, 1999) y Me lo contó el duendecillo (Ediciones Holguín, 2008), entre otros. Una vez terminada la conversación, prometió prestarme dos libros de poesía y, a los dos días, se presentó con ellos.

Recién entraba a mi Facebook hace unos minutos y encontré la triste noticia del fallecimiento de Freddy, el pasado 22 de noviembre, en una publicación hecha por el medio cubano Árbol Invertido, compartida por Orieta Milián, una amiga de Facebook y también escritora de la ciudad de Holguín. Confieso que he sentido mucha tristeza al leer el titular de la noticia: “Fallece en Holguín el poeta Freddy Camilo Morfe, a los 56 años. Vivía en situación de calle”. Me entristece ver cómo en nuestra sociedad cubana existen hoy más personas como Freddy, de tanto valor intelectual y, aun así, desamparadas; que no exista una organización estatal capaz de sensibilizarse con su cuidado.

Hoy, mientras intento asimilar la noticia de su partida, vuelvo a releer algunos de sus versos, esos que él mismo me compartió con tanta sencillez, como quien entrega un tesoro sin darse importancia. Y entonces entiendo que Freddy, incluso en medio de sus carencias, siempre estuvo dejando algo más trascendental que él mismo: su tiempo, sus sueños, su esperanza.

Porque cuando escribió: “Les dejo el tiempo. Les dejo todo el tiempo que me salva…”, quizá no imaginaba que esas palabras serían un legado para tantos. Él, que vivió a la intemperie, nos dejó refugios hechos de poesía. Él, que cargó silencios y dolores, nos regaló sueños “que nadie profana”. Y hoy siento que en cada verso suyo está el recordatorio de que la grandeza humana no depende de las circunstancias, sino del alma que se atreve a fecundar el mañana, como también escribió: “Les dejo la maravilla de fecundar el mañana.”

Ana Margarita Pérez Salceda

Contable

Mi nombre es Ana Margarita Pérez Salceda, licenciada en Contabilidad y Finanzas. Cubana. Soy corresponsal del noticiero nacional de la red meridiana de emisoras Católicas de Santo Domingo, en el segmento de las culturales. Trabajo en la Unión Dominicana de Emisoras Católicas en el área de creación de contenidos.

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