En el contexto de la isla, que abarca desde Tomás Rodríguez de Sosa (1605 — 1694) hasta Alejandro Arvelo Polanco (1959), se ha desarrollado una tradición caracterizada por una valoración limitada de la filosofía, como si el pensamiento crítico fuese un privilegio exclusivo de otras poblaciones. Esta situación evoca el relato de Balaam, quien, seducido por la promesa de riqueza ofrecida por el rey moabita Balac, desestimó su vocación profética. Este gesto de negación no debe interpretarse como un mero suceso del pasado; por el contrario, se erige como una advertencia que perdura en el tiempo y que debe ser considerada por las generaciones actuales y futuras. La renuncia de Balaam evidencia cómo, repetidamente, la filosofía ha sido sacrificada en el altar de los intereses materiales, políticos o personales. La presente investigación aborda la problemática de la lógica imperante en la sociedad contemporánea, que ha llevado a la sociedad a silenciar el pensamiento incómodo, a reducir la relevancia del pensamiento filosófico y, en última instancia, a despreciarlo en nombre de utilidades inmediatas. No obstante, el auténtico desafío que se yergue ante nosotros no radica en refutar, sino más bien en recuperar el sentido intrínseco de la filosofía como voz crítica y como conciencia viva de una sociedad que persiste en la búsqueda de reconocerse en su propia historia.
Existe filosofía desde los taínos porque en ellos reside una ontología que intenta explicar el ser de las cosas. Esto constituye una manera particular de entender el mundo, que puede ser considerada una forma de filosofía, partiendo de la base de que no existe la filosofía como tal, sino filosofías. (Sartres, 1946) En nuestro país, desde el siglo XVIII, se pueden identificar una serie de momentos que pueden considerarse filosóficos, por lo que la filosofía forma parte de lo que constituye nuestra realidad como nación. Si queremos destacar una perspectiva fundamental de esta concepción, podemos afirmar que Antonio Sánchez Valverde (1729 — 1790) es el primer crítico del tomismo filosófico, lo que nos lleva a considerar que en este primer momento ya existe una idea de filosofía. Su crítica, al dirigirse a Santo Tomás de Aquino, puede considerarse una crítica al aristotelismo, de manera que en Sánchez Valverde tenemos una concepción concentrada que nos invita a considerar la filosofía como quehacer contemplativo. (Martinez, 2009) (parafraseado)
Por tanto, la aparente ausencia de filosofía en nuestra isla es, en realidad, un espejismo alimentado por prejuicios y desvalorizaciones históricas. El pensamiento filosófico nunca fue un privilegio de otros pueblos: desde las cosmologías taínas hasta las reflexiones de Sánchez Valverde, encontramos rastros de una reflexión constante sobre el ser, la justicia y la vida en comunidad. Como señala Martínez (2009), reconocer estas primeras voces equivale a situar la filosofía no solo en los manuales académicos, sino en el tejido vivo de nuestra historia intelectual y comunitaria común.
Es necesario subrayar que un pensador que desconoce sus propios cimientos difícilmente puede comprender el destino de su desarrollo intelectual, del mismo modo que Edipo, incapaz de reconocer lo que se le atribuía como sujeto, se enfrentó a un destino incomprensible. De manera análoga, el ser dominicano, en su condición de sujeto histórico, se ha negado muchas veces la posibilidad de reconocerse como partícipe de una tradición filosófica enraizada en su propio contexto. El reconocimiento, por tanto, no es un gesto accesorio, sino el punto de partida indispensable para abrir caminos hacia una auténtica educación del pensamiento filosófico. Solo así podremos enlazar las huellas del pensamiento que nos preceden, desde las cosmologías taínas hasta Sánchez Valverde, con las exigencias críticas de nuestro presente.
¿Existe un pensamiento filosófico dominicano o se puede hablar de filosofía en la República Dominicana? (Arvelo, 2023). Nuestro pensador Pedro Francisco Bonó (1828 — 1906) afirma que «debemos preocuparnos por nuestro pensamiento dominicano escribiendo obras dominicanas». El objetivo es fomentar nuestro pensamiento. Al leer el pensamiento latinoamericano, me di cuenta de que había un sinfín de pensadores de diversas disciplinas que se preocuparon por darnos un sentido de pertenencia como pensadores dentro de nuestro contexto; de hecho, a estos pensadores se les podría llamar «emancipadores mentales» por su alto sentido de pertenencia relacionado con su ser en el tiempo y en el contexto. Si nos fijamos en cada región de Latinoamérica, veremos que hay pensadores emancipadores en cada país y, en ese proceso, llegaremos a la conclusión de que el nuestro podría ser Pedro Francisco Bonó. En este sentido, podemos destacar que existen pensadores previos y posteriores a él, como Andrés Avelino, cuya metafísica constituye una filosofía que reivindica nuestro más alto sentido de ser filosófico. (Minaya & Arvelo, 2023) (Parafraseada)
¿Cuándo y cómo ocurrió que perdimos el sentido de reconocernos como parte de una urdimbre filosófica? Desde la llegada de los españoles, hemos estado condicionados a no aceptar que somos portadores de verdades propias, capaces de engendrar una forma de pensar que, de nombrarse, debería ser considerada filosofía. Y, si esto es así, Kant tendría toda la razón al afirmar que «no se puede enseñar filosofía». Si esta proposición fuera cierta y se aceptara, deberíamos reconocernos como filósofos semejantes o, al menos, equivalentes a los europeos. Paradójicamente, ellos nos impusieron una lengua que, si bien facilitó la comunicación y se volvió parte de nosotros, también nos negó la posibilidad de reconocernos plenamente como portadores de nuestra propia cultura y tradiciones. Nos llamaron «sujetos sin alma», pero en el sermón de Adviento de los frailes dominicos (especialmente fray Antón de Montesinos, fray Pedro de Córdoba y fray Bartolomé de las Casas) se nos reconoció un derecho fundamental: el de luchar por nuestra dignidad como «seres en desarrollo, en búsqueda de ser algo, que entra da por definirse», condición que, según ellos, también compartían los europeos. Como expresa la frase divina: «como un no ser siempre todavía». (Vellanilla, 1959).
Se puede hablar de filósofos que han reflexionado sobre la realidad de la problemática de la República Dominicana, pero no existe una tradición, ya que los filósofos son producto de la misma sociedad y la misma historia dominicanas, y se han movido dentro de una situación de turbulencia social y política. Los filósofos, de manera específica, se han dedicado a reflexionar desde diferentes ángulos, no solo sobre la República Dominicana, sino también sobre otros aspectos que no tienen que ver con este país. Por tanto, si existen filósofos, en ese sentido podemos negar la idea de una tradición. (Merejo, 2021)
Si tomamos la idea de Lusitania Martínez, que afirma que «esto constituye una manera particular de entender el mundo, que puede ser considerada una forma de filosofía, partiendo de la base de que no existe la filosofía como tal, sino filosofías», podremos considerar, en primera instancia, que la filosofía resulta difícil de definir, como bien señala ella en su entrevista. Sin embargo, llega a una noción plausible al establecer que podemos fijar un criterio no en términos absolutos, sino en función de la experiencia de satisfacción. Así, siguiendo a Martínez, podemos decir que la filosofía es «la búsqueda de interpretar la realidad como totalidad» (Martínez, 2003).
Partiendo de este supuesto, la filosofía no es únicamente una tradición sistematizada u organizada, como afirma Merejo. La filosofía rompe incluso con sus propios sistemas, porque, como advierte Martínez, «existen miles de definiciones» y, desde esta perspectiva, podemos establecer que la filosofía trasciende sus propios fundamentos racionales, permea el estado emocional del ser humano y supera la percepción de los filósofos clásicos y modernos, que consideraban que la filosofía solo era racionalidad.
Aunque la filosofía se expresa en distintos sistemas que constituyen las múltiples filosofías, como coinciden Merejo y Martínez, no es menos cierto que aquí entra en juego la visión de Minaya, quien subraya la importancia de rescatar la autenticidad de nuestro recorrido filosófico. De este modo, se ponen en primer plano las ideas de los «emancipadores mentales» y se establece un criterio que nos permite reconocernos como partícipes de un pensamiento propio que ha contribuido al desarrollo de esta disciplina.
La afirmación de un pensamiento filosófico dominicano: entre la negación y la emancipación.
Aceptar la existencia de un pensamiento filosófico dominicano no implica negar las dificultades históricas que han limitado su reconocimiento. Más bien, implica reconocer que, desde los taínos hasta nuestros pensadores modernos, se ha ido configurando una reflexión constante sobre la vida, la justicia y el ser. Este recorrido nos demuestra que, aunque invisibilizada y subestimada, la filosofía ha estado siempre presente en nuestro país como parte esencial de nuestra identidad cultural y como una forma particular de entender el mundo.
Aunque Merejo advierte con razón que nuestros filósofos han surgido en contextos de turbulencia social y política, y que muchas veces sus reflexiones han desbordado lo estrictamente dominicano, esta visión no agota la realidad. Su aportación es valiosa porque nos recuerda la fragilidad de nuestras instituciones filosóficas y la dispersión de nuestros esfuerzos. Sin embargo, negar la existencia de un pensamiento filosófico dominicano supondría ignorar las múltiples huellas de reflexión crítica que han marcado nuestro devenir, desde Tomás Rodríguez de Sosa, Luis Gerónimo de Alcocer, Fernando Díez de Leiva, Antonio Sánchez Valverde, Fernando Carvajal y Rivera, Andrés López de Medrano, Pedro Juan Pablo Duarte, Francisco Bonó, Pedro Henríquez Ureña, Andrés Avelino, Juan Isidro Jiménez Grullón, José Ramón López, Francisco Moscoso Puello, Federico García Godoy, Tulio M. Cestero, Francisco J. Peynado, Francisco Prats-Ramírez, Andrés Francisco Requena, Américo Lugo y Manuel Arturo Peña Batlle (Fornerín, 2013), Joaquín Balaguer, Juan Bosch, hasta Enerio Rodríguez, Lusitania Martínez, Julio Minaya, Andrés Merejo, Alejandro Arvelo y, siguiendo esta línea, Rafael Morla de la Cruz, Edickson Minaya, Leonardo Díaz, Eulogio Siverio y Miguel Ángel Poueriet, entre otros.

Como expresa Vallenilla, «estamos como un no ser siempre todavía», en un proceso permanente de búsqueda y afirmación. Reconocer esta condición no debe interpretarse como una carencia, sino como una posibilidad abierta: la filosofía dominicana está en marcha, en construcción, y ese dinamismo constituye precisamente su fuerza. Por eso, nuestra tarea es valorarla, asumirla y continuarla, reconociendo que pensar desde aquí tiene el mismo derecho y la misma dignidad que cualquier tradición europea. Solo cuando aceptemos nuestro propio valor como sujetos pensantes, podremos afirmarnos como una comunidad que no solo consume ideas, sino que también las produce y las proyecta hacia el mundo.
Referencias
Fornerín, M. Á. (2013). Los letrados y la nación dominicana: Polis, etnicidad, paideia, discurso y narración en Santo Domingo, 1900-1930. Santuario Mediaisla.
Martinez, L. (2009, 12 4). Filosofía dominicana. Pasado y presente. (1/3). YouTube. Retrieved 9, 23, 25, from https://www.youtube.com/watch?v=EoTg_Gt4ngk&t=163s
Merejo, A. (2021, mar 17). Merejo afirma en RD no hay un pensamiento filosófico articulado. YouTube. Retrieved 9, 23, 2025, from https://www.youtube.com/watch?v=F5NiOO5cJq8&t=162s
Minaya, J., & Arvelo, A. (2023, jul 15). Dr. Julio Minaya/Archivo de la Voz/Escuela de Filosofía-UASD. YouTube. Retrieved 9, 23, 2023, from https://www.youtube.com/watch?v=oTrg-vnUOko&t=33s
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