Cuando cursé el 6º de la primaria en la Escuela República Dominicana y luego de haber concluido el año escolar, la secretaría de educación entonces enviaba a un grupo de técnicos que seleccionaban unas preguntas cuyas certezas en las respuestas dadas decidían si se nos daban o no el certificado de suficiencia de los estudios primarios.
Y es que la evaluación es el acto que se realiza para saber en qué medida se están alcanzando determinados propósitos que se asumen como pertinentes. Es decir, tener cierto nivel de certezas de que las cosas que se hacen están permitiendo que dichos propósitos se cumplan en un determinado nivel.
La evaluación es más cotidiana de lo que pensamos e incluso sabemos. La vida diaria está llena de actos evaluativos. Probamos una pequeña porción de una comida, una bebida o un dulce que no conocemos, con tal de saber si puede o no gustarnos. Chequeamos el estado de tiempo para decidir o no de ir a la playa o a la montaña.
Las empresas y organizaciones valoran el desempeño de sus empleados y colaboradores, con el fin de conocer si estos están haciendo lo que deben hacer y si lo que hacen permite cumplir con los objetivos institucionales. En algunos casos lo hacen, además, para aplicar incentivos al personal.
El gremio de profesores es muy activo y diligente en procurar la evaluación del desempeño docente de todos sus afiliados por esa razón última, y con ello, lograr mejoras significativas en los salarios de los docentes. Hay que saber que la escala de incentivos por evaluación del desempeño, en nuestro caso, va del 17 al 32%. Nada mal.
Esa escala de aumento salarial por desempeño se desglosa de la siguiente manera: 17% si el docente cae en la categoría de mejorable (concepto un tanto ambiguo, pues todo el mundo siempre tiene algo que mejorar); 24% si es desempeño básico (que debería ser el mínimo); 28% competente y 32% excelente.
Como se podrá recordar, en la evaluación del desempeño docente que se realizó en el 2017-18 en esta última categoría solo cayeron el 2.90% del total de los casi sesenta y cinco mil maestros evaluados. En la última categoría el porcentaje llegó a ser del 38%. Esta evidencia se desgloso a nivel nacional, regional y distrital.
En el año 2021 Minerd y ADP llegaron a un acuerdo en que se estableció igualar el salario base de todos los docentes (primaria y secundaria), y por ello, se llevó a cabo un incremento de un 10% del salario bruto (salario base+incentivos) efectivo a partir de junio 2022, además de que los incentivos se actualizarían con dicho aumento.
Algunos estudios consultados señalan una escasa relación entre la evaluación del desempeño docente y los resultados de los alumnos, aunque sí, en algunos casos, al desempeño de toda la institución (Alcalá, P., 2016; Escardibul F., J., 2017). Este es un tema que debería llamara más la atención de los investigadores.
No tengo la menor duda de que la calidad de la educación se asocia a docentes bien formados con altos niveles de desempeño y bien remunerados. La experiencia dominicana muestra, sin embargo, que dicha relación aún está pendiente, pues los aumentos en los salarios no guardan relación con los aprendizajes de los estudiantes.
Quizás es por eso por lo que, prácticamente, en ningún país de América Latina y el Caribe se asume dicha política y más bien dichos incentivos obedecen a otros aspectos de una carrera docente bien definida, estructurada e implementada por todos los vinculados con ella, desde los ministerios hasta los gremios profesionales.
He tenido conocimientos de que en algunos países la evaluación del desempeño docente no solo no está vinculada a aumentos salariales, sino que más bien se emplea para diagnosticar la situación del docente con miras a su mejoramiento mediante cursos y acompañamiento, como incluso a su desvinculación del cargo.
Hay dos preguntas cuyas respuestas justifican el acto evaluativo en sentido general: ¿Por qué evaluamos y para qué lo hacemos? Cada una de ellas nos proporciona aspectos distintos de la definición y organización de la actividad evaluativa. Sin ser una unidad como tal, estas preguntas están íntimamente relacionadas.
¿Por qué evalúo? Porque necesito saber y tener evidencias de si los propósitos se están alcanzando. Sencillo. En el caso de los estudiantes, si estos están avanzando en los aprendizajes esperados y en qué nivel lo hacen. Esta pregunta es esencial de cara a la propuesta curricular y su desarrollo en la escuela y el aula.
¿Para qué evalúo? Para tomar las decisiones pertinentes y así dar un seguimiento más oportuno a los procesos de enseñanza y aprendizaje a lo largo del sistema y/o del año escolar en curso. En ese sentido, la evaluación se constituye en una herramienta para la mejora de los procesos de supervisión y de formación continua.
¿Por qué y para qué evalúo? Para alcanzar la efectividad y eficiencia anhelada, al mismo tiempo que rendir cuentas sobre la gestión de las políticas y programas que se llevan a cabo para el desarrollo de una educación de calidad y con ello, asegurarle a la sociedad los ciudadanos y ciudadanas que le son imprescindible para su desarrollo.
No es recomendable separar ambas cuestiones, pues en su síntesis está la razón fundamental que debe guiar la visión y la misión del sistema educativo. La educación es una actividad intencional y que, en nuestro país, como en la mayoría de los países de la región y del mundo, tienen un costo muy alto para la sociedad.
Aunque las consecuencias de las evaluaciones en educación recaen, en sentido general, en los estudiantes, las mismas están valorando la eficiencia y eficacia de los docentes, las escuelas y todo el sistema educativo, por lo que mal haríamos con “escurrir el bulto”, es decir, sacar nuestras propias responsabilidades en el tema.
Como la “fiebre no está en la sábana”, el Ministerio de Educación y sus autoridades no deberían entretenernos con el tema de las Pruebas Nacionales, más bien, darles continuidad a las políticas y, de ser necesario, desarrollar otras políticas que aseguren que todos los estudiantes aprendan.
Esa es su misión y su función, y que toda la sociedad espera que hagan.