El recuerdo es una de las fases de la consolidación de la información y de la memoria, porque estamos permanentemente evocando hechos o conocimientos que nos hacen tener acceso a fechas, datos… con los que podemos vivir. Se pueden desprender de emocionalidad y convertirse en automatismos que utilizamos de forma continua e inconsciente: una dirección, una receta de cocina, una marca, incluso una consigna…
Pero también se puede estar enfermo de nostalgia… Desde luego, parece una forma muy poética de enfermar: vivir en el pasado, nutrirse de recuerdos y estar perennemente evocándolos, atender, en definitiva, a lo que pudo pasar… y no pasó. Estos sentimientos alejan enormemente del presente, de lo que nos ocupa cotidianamente, y someten a un aislamiento mental. La tristeza se alimenta de la nostalgia y también de la culpa, que es uno de los sentimientos más corrosivos y lacerantes.
Cuando recordamos, muchas veces es un recuerdo idealizado de un hecho que realmente no sucedió, pero que, como nuestro cerebro detesta los vacíos, lo enriquecemos para convertirlo en una historia perfectamente construida a nuestra medida.
La enfermedad de la nostalgia es también la tristeza que ayuda a los escritores y poetas a crear un mundo lleno de palabras hermosas que enriquecen el alma. La creación artística se nutre de esa nostalgia, de esa melancolía, de esa añoranza de otro tiempo lejano más feliz. Es un viaje a la sublimación del que se alimentan cuando la cruda realidad los atormenta.
La nostalgia puede convertirse en una forma de aislamiento emocional, pero también en una fuente profunda de inspiración para transformar la realidad a través del arte y la memoria.
En nuestro mundo actual, ¿cómo no enfermar de nostalgia cuando la realidad es tan dura, tan contradictoria, tan veloz y muchas veces tan incomprensible? Hoy pasamos inmediatamente del ahora, que es un instante que va tan rápido que no deja huella; hay que inventarla para poder pensar que en ese instante pasó algo transformador y bello.
Esta información está construida, consolidada en nuestro cerebro y muchas veces es emocional e idealizada y en estos casos consideramos que el tiempo pasado siempre fue mejor. Esta idealización choca frontalmente con el presente, en el que debemos enfrentarnos a múltiples obstáculos y tomar decisiones constantes, que nos pueden hacer acertar o equivocarnos.
La nostalgia siempre es un viaje idealizado al pasado perfecto al que se sueña volver, pero ese pasado idealizado muchas veces es producto de los anhelos más profundos que lo disfrazan de perfección. Realmente, muchas veces la realidad es dura y compleja, pero hay que afrontarla y, si es posible, cambiarla y hacerla más justa para todos.
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