Estados Unidos es el principal destino de la diáspora haitiana, la mayor fuente de remesas, el principal financiador de la policía y de la Misión de Apoyo a la Seguridad Multinacional (MMAS), el mayor proveedor de ayuda humanitaria, el principal portavoz de Haití en la ONU, y el principal apoyo del Consejo Presidencial de Transición. Con tantas interacciones, se podría decir que su influencia en la vida económica, política y social de Haití es innegable.
Sin embargo, a pesar de esta estrecha relación, la cooperación parece cada vez más difícil y las intenciones de los estadounidenses, menos predecibles.
Cuando Estados Unidos interfiere abiertamente en nuestros asuntos, el desequilibrio resultante lo pagamos muy caro. Y cuando, por el contrario, aplican la política de "los asuntos de Haití son responsabilidad de los haitianos", a menudo termina beneficiando a lo peor de nuestra sociedad y garantizando un futuro incierto para el país.
¿Cómo podemos lograr un equilibrio? ¿Cómo mejorar la relación entre ambas naciones para que Haití y los haitianos puedan sacar el mayor provecho de ella? La pregunta es compleja y no tiene una respuesta única, fácil o ya definida. De hecho, la respuesta suele cambiar según el tema.
Desde la caída de Duvalier, los estadounidenses siempre han tenido una visión clara de sus intereses y de su posición en la relación con Haití. Los haitianos, en cambio, no tanto.
Todo político haitiano, ya sea en la oposición o en el poder, aspira a obtener el apoyo de Estados Unidos. Esos políticos que logran alinear sus sueños con las necesidades de Haití y con los intereses estadounidenses son raros, y la mayoría de las veces, su voz no es escuchada o es malinterpretada.
Al final, la convivencia de los proyectos estadounidenses y haitianos siempre termina perjudicándonos, debido a la falta de coherencia en las acciones de unos y en los sueños de los otros. Estando en la oposición, el político haitiano quiere que los estadounidenses apoyen su causa contra el poder establecido. Una vez en el poder, reza para que Estados Unidos lo respalde e ignore a sus oponentes. Pero la realidad siempre es diferente. Estados Unidos suele apoyar al gobierno de turno mientras busca a la vez quién podría reemplazarlo. Esta es una constante.
Otra constante es la posición geográfica de Haití. Al encontrarse a pocos kilómetros de la costa estadounidense, Estados Unidos nunca dejará de influir en nuestro destino, especialmente cuando se da cuenta de que nos negamos o somos incapaces de gestionar nuestros propios asuntos y de dirigir nuestros intereses basándonos en nuestra ubicación geográfica, económica, diplomática y migratoria.
Es lamentable que, justo cuando se debate sobre los nuevos roles de las Naciones Unidas, se busca reestructurar la Misión de Apoyo a la Seguridad Multinacional y se traza una hoja de ruta para Haití en la OEA, y al mismo tiempo que en Estados Unidos hay un nuevo presidente con una nueva administración, el Consejo Presidencial de Transición, la sociedad civil, el sector privado, los intelectuales y la oposición en su conjunto no tengan un plan, una perspectiva, un discurso o una idea para guiar la relación con su vecino más importante. Es una verdadera pena.
También es una pena que los haitianos no podamos creer que la República Dominicana no se va a separar de la isla y que, por lo tanto, seguirá influyendo en nuestro destino para bien o para mal.
Es urgente que las autoridades haitianas —y toda la población— dejen de beneficiarse de la política de lo peor que está hundiendo al país. Es necesario que definan un camino para salir de este pozo y elaboren un plan para iniciar nuevas conversaciones con los países vecinos y amigos.
Los estadounidenses, más que cualquier otra nación, por miles de razones, pueden ayudarnos. Pero para ello, debemos decidir qué lugar van a ocupar en nuestra historia y en el futuro de nuestra geografía.
Es necesario mejorar la relación entre Haití y Estados Unidos, y le corresponde a los haitianos dar los primeros pasos.
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