Rara vez me he encontrado en una encrucijada emocional tan intensa, contemplando los sucesos globales con un sentimiento de confusión y desamparo. A lo largo de mi existencia, he compartido reflexiones, presentado propuestas y buscado constantemente formas de enriquecer la vida de quienes nos rodean y de las generaciones venideras, siempre con un espíritu optimista. No obstante, en estos momentos, una profunda desazón me embarga al observar el panorama global.
La contienda y el desacuerdo, que deberían ser eventos atípicos en el relato histórico, tienden a ser habituales en nuestros días. Es realmente desconcertante que, en una era de innegable avance científico y tecnológico, persistamos en este sendero de autodestrucción. Resulta incomprensible cómo naciones con un pasado de subyugación, como Israel, pueden participar en la opresión de otros pueblos, como el palestino, hasta llegar al punto de convertir la Franja de Gaza en el mayor campo de concentración del mundo y hoy en un gran cementerio.
Es aún más desolador percibir que, en lugar de buscar soluciones pacíficas, el conflicto se agudiza mediante actos terroristas incruentos, que resultan más perjudiciales para la misma causa que buscan defender.
Al cruel terrorismo de Hamás, le responde Israel con mas crueldad ante la mirada cómplice de naciones que se dicen civilizadas. Genocidio y terrorismo en alianza cruel contra inocentes de uno y otro lado. El que más poder tenga mayores víctimas cobra. Siento sus gritos aquí. Lloro por ellos.
¡Cuántas vidas perdidas, cuánto horror!
Más allá de las confrontaciones armadas, como el conflicto entre Rusia y Ucrania y las potencias que lo instigan, el panorama global refleja un retroceso político y económico alarmante. Gran parte de los líderes mundiales o son cómplices o parecen atados de manos ante estos desafíos. La disparidad entre las élites y la población en general no cesa de ampliarse.
A medida que nos adentramos en este abismo de desigualdad, nuestra potencialidad de progresar y evolucionar se ve menoscabada.
Este retraso en ámbitos políticos y económicos repercute gravemente en nuestras sociedades y tradiciones. Surge entonces una oleada de incertidumbre y escepticismo, haciendo cuestionar si nuestra capacidad analítica y crítica está en declive. Política y economía, que deberían ser motores de avance, parecen estar en un punto muerto.
Sin embargo, quisiera pensar que no todo está perdido. Las soluciones podrían estar al alcance de la mano, pero requieren de liderazgos comprometidos e ilustrados y esfuerzos conjuntos a escala global. La cooperación internacional, hoy desprestigiada, una fuerte apuesta por la educación y la difusión de valores universales son pilares para superar la miopía colectiva y trazar una ruta hacia un futuro más prometedor.
En este escenario global, marcado por la ambigüedad, la vulnerabilidad y la crueldad, me aferro a la convicción de que la humanidad, como lo ha demostrado en otros momentos trágicos de su historia, aún posee la resiliencia y la ingeniosidad necesarias para superar los desafíos actuales y edificar un porvenir donde reinen la paz, la prosperidad y una distribución equitativa de recursos y oportunidades.