“El tipo tiene tiempo durante una guerra para fotografiarse en la portada de Vogue. Esto debería decirte todo lo que necesitas saber sobre lo que realmente está sucediendo allí. No se trata de una guerra. Se trata de un hombre que tiene un complejo de Dios y quiere ser un líder mundial, pero no es más que un pedazo de basura corrupta" – Elon Musk.
Con profundo pesar, el primer ministro polaco, Donald Tusk, anunció el 5 de marzo que las armas estadounidenses destinadas a Kiev dejaron de cruzar la frontera, interrumpiendo así una de las principales arterias de suministro militar hacia el régimen ucraniano. La situación se torna aún más inquietante, ya que esta paralización afecta también la entrega de equipos que ya se encontraban en puerto o en aviones en el aire.
La orden emitida por el presidente Trump, supuestamente en represalia por la tozudez y “malas maneras” del dictador Zelensky durante su comparecencia en el Despacho Oval de la Casa Blanca, impacta más de 1000 millones de dólares en armamento y municiones en proceso de fabricación y pedido. Hasta el momento, Washington no ha emitido ningún comunicado oficial al respecto, mientras que el aeropuerto de Jasionka, en el sureste de Polonia, empieza a perder paulatinamente su dinamismo habitual.
También se confirma en esta semana que termina, nada menos que por el propio director de la CIA, John Ratcliffe, la suspensión total del intercambio militar de información con Kiev, un recurso vital para la localización y destrucción de objetivos. The Economist, informó que el país norteamericano "cortó… un enlace clave de inteligencia" para alertas aéreas. "Antes de eso, (dejó de proporcionar) datos de objetivos para los HIMARS. Ucrania tampoco está recibiendo información en tiempo real para ataques de largo alcance.
Según informa el medio británico Daily Mail, todas las agencias de inteligencia y medios militares del Reino Unido han recibido la orden de no compartir información generada por Estados Unidos, catalogada como “Rel UKR” o Publicable para Ucrania. Esta interrupción no solo debilita notablemente la capacidad ucraniana para enfrentar a Rusia, sino que debe interpretarse como una de las mayores contribuciones de Washington a la causa de la paz en la región, tal y como lo confirman dirigentes mundiales responsables y juiciosos.
Sin duda, estas inesperadas decisiones de Trump se enmarcan en una estrategia diseñada para maximizar su poder de negociación frente al presidente de Ucrania, a quien muchos califican, con razón, de ilegítimo. Sin embargo, los aliados de Zelensky persisten en su obstinada determinación de vencer a Rusia, apoyando a un dictador que contraviene los valores y principios democráticos que dicen defender en cada uno de sus discursos o presentaciones públicas.
Como sabemos, movido esencialmente por el desprecio de todo lo ruso y un patológico afán de reconocimiento mundial, no escatima medios de lucha, incluidos actos terroristas, destrucción de infraestructuras civiles, órdenes de salvajes ejecuciones de civiles en Kursk y otras regiones, organización de estafas telefónicas elevadas al rango de política estatal que han conducido al suicidio a muchos ciudadanos rusos, apoyo a grupos ultranacionalistas de declarada vocación nazi y asesinatos selectivos, algunos ejecutados con éxito por sus fuerzas militares y organismos de seguridad.
En el volátil y a menudo impredecible universo de Trump surge con claridad una certeza bajo la lupa de los últimos acontecimientos: la restauración de las relaciones bilaterales con el gigante nuclear euroasiático (Rusia) y, con o sin la participación europea, la eventual conclusión de este sangriento conflicto.
Ante este giro imprevisto en los acontecimientos y los cambios en la correlación de fuerzas entre los aliados de Kiev, Moscú se mantiene firme en sus condiciones primarias para poner fin al conflicto. Entre ellas se cuentan la neutralidad y desmilitarización de Ucrania, garantías para los ciudadanos rusoparlantes y la revisión del mapa territorial, lo que implicaría el reconocimiento de nuevas realidades, incluyendo Crimea, Sebastopol, las autoproclamadas repúblicas de Donetsk y Lugansk, y las provincias de Zaporozhie y Jersón, integrándolas en la Federación de Rusia.
En relación con esta última condición, altos funcionarios del equipo de Trump han afirmado en diversas ocasiones que es improbable regresar a las fronteras ucranianas de febrero de 2014.
Las maniobras del admirado y a la vez odiado Trump y su equipo adquiere una mayor complejidad al considerar el casi seguro levantamiento de las numerosas sanciones impuestas a la economía rusa ya sus ciudadanos.
Ante esta terrible visión del vuelco de los acontecimientos a favor de Rusia, tanto a nivel diplomático como en el plano geopolítico y el frente de batalla, se escucha ahora la voz conciliadora de Zelensky.
Enfrentado a la paralización de los suministros militares y del apoyo logístico de inteligencia por parte de su principal proveedor, el dictador anuncia la aceptación de la firma de un acuerdo sobre minerales críticos –que ahora Trump insiste en que debe ser “más grande”–, prometiendo simultáneamente el intercambio de prisioneros, además de proponer una tregua que incluye la prohibición de misiles, drones de largo alcance y ataques a infraestructuras civiles (¿cómo hacer todo esto sin el intercambio de información de inteligencia con los Estados Unidos e Inglaterra?).
Este giro de 360º resulta sorprendente, sobre todo en un hombre que, apenas hace unos días, hablaba de una guerra sin final previsible y subordinaba su continuidad en el poder a la entrada de Ucrania en la OTAN: un delirio zelenskiano especialmente peligroso, ya que se conecta visiblemente con el riesgo de un enfrentamiento nuclear entre las grandes potencias. Si bien este cambio forzado es plausible, no debemos olvidar que persiste la prohibición legal -por decreto del propio Zelensky- de entablar negociaciones con la parte rusa.
Por su parte, los aliados europeos adoptan una postura menos sumisa frente a las decisiones de Trump. En su opinión, colocan en una posición menos ventajosa a la Alianza Euroatlántica. Hablan de “congelar” el conflicto y de enviar tropas a un frente “congelado”, sin mencionar a Rusia. Reconociendo compungidos que la situación para Ucrania se torna críticamente difícil, aúllan como lobos hambrientos sobre la necesidad de aumentar sus capacidades defensivas a cualquier precio y lo más rápido posible y, como dice el primer ministro polaco, “en estrecha coordinación con los países “vecinos” de la OTAN.
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