“El mayor mal que puede oprimir a los pueblos civilizados proviene de las guerras, no tanto de las guerras presentes o pasadas, sino del armamento interminable y en constante aumento para futuras guerras.” (Immanuel Kant, Sobre la paz perpetua)
La película alemana/británica Múnich en vísperas de una guerra (2021), dirigida por Christian Schwochow y escrita por Ben Power, constituye —además de una tensa y entretenida trama de espionaje ambientada en un recuento ficticio de las negociaciones entre las grandes potencias occidentales previo al estallido de la llamada “Segunda Guerra Mundial”— un filme oportuno y conmovedor, dadas las terribles circunstancias geopolíticas en las cuales nos encontramos actualmente hoy en día.
Sin arruinar demasiado la historia para quienes no la han visto todavía, la trama gira en torno a su protagonista, Hugh Legat, un joven británico que trabaja como secretario privado del primer ministro Neville Chamberlain (1869-1940), en el año 1938. Con Europa al borde de la guerra, Legat es enviado por los servicios de inteligencia británicos a acompañar a Chamberlain a la histórica conferencia de Múnich, donde el primer ministro pretende intentar apaciguar al dictador nazi Adolf Hitler (1889-1945) a toda costa, aunque implique cederle la conquista de la región de los Sudetes en la antigua Checoslovaquia. Sin embargo, un viejo amigo alemán de Legat, Paul von Hartmann, quien secretamente forma parte de una conspiración contra Hitler, tiene en su posesión un documento que demuestra las verdaderas ambiciones bélicas del tirano, y tiene la esperanza de que Legat pueda mostrárselo a Chamberlain justo a tiempo para evitar una catástrofe.
Al ser estrenada originalmente, Múnich en vísperas de una guerra suscitó cierta controversia, como suele suceder con películas ficticias inspiradas en hechos históricos reales. En particular, su retrato de Chamberlain fue especialmente objeto de análisis y crítica, ya que, por mucho tiempo, este líder histórico de Gran Bretaña fue percibido como un cobarde que se rehusó a enfrentarse al nazismo antes de que fuera demasiado tarde. No obstante, los creadores del filme parecen haberse inspirado en historiadores de corte revisionista, entre los cuales, curiosamente, se encuentra también el expresidente asesinado de los Estados Unidos, John F. Kennedy (1917-1963), cuya tesis doctoral en la Universidad de Harvard intentó rescatar la imagen de Chamberlain como un héroe que le ganó tiempo a Gran Bretaña para prepararse para el conflicto contra la Alemania nazi y la Italia fascista.
Nuestro mundo se encuentra hoy nuevamente al borde de una conflagración bélica internacional de proporciones nunca antes imaginadas, precisamente porque el modo de producción capitalista, en su desgaste histórico, requiere de la destrucción de capitales para reiniciar su lógica de acumulación y prevenir su casi inevitable derrumbe
El propio Kennedy, como se sabe ahora, quiso enfrentarse en varios puntos al entramado complejo militar-industrial que sigue impulsando hasta el día de hoy la maquinaria bélica imperialista de la gran potencia norteamericana, señalada ya por su antecesor Dwight D. Eisenhower (1890-1969) en su discurso de despedida ante la nación estadounidense, transmitido el 17 de enero de 1961. Hoy, esta maquinaria se oculta tras el rostro del actual presidente Donald Trump (n. 1946), cuya aberrante psicología sociopática encarna la personificación de la voracidad rapaz del capital en su era de decadencia y consiguiente agresión expansiva contra el planeta, en busca desesperada de “materias primas” y “mano de obra” barata.
Hace doscientos treinta años, el filósofo y polímata prusiano Immanuel Kant (1724-1804) publicó su obra Sobre la paz perpetua (1795), consternado como estaba por el estado de guerra constante que atormentaba al continente europeo desde hace siglos. Escrito antes del auge de la llamada “Revolución Industrial” inglesa, que, a partir del siglo XIX, comenzó a acelerar la expansión del modo de producción capitalista por todo el orbe, el filósofo se atrevió a soñar con un mundo gobernado por un orden global de repúblicas democráticas que aseguraran la no interferencia en los asuntos internos de cada Estado y garantizaran de tal modo la coexistencia pacífica de todas las naciones del mundo.
Este bello ideal, que, según el académico Moisés Flores, en su texto La paz perpetua de Immanuel Kant en el paradigma de las Relaciones Internacionales (2024), inauguró una tradición de idealismo político en el ámbito de las Relaciones Internacionales, formó la base de todos los intentos posteriores por construir una mancomunidad de las naciones para dirimir pacíficamente los conflictos globales. Este mismo era el sueño del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt (1882-1945), en sus esfuerzos por fundar lo que hoy en día conocemos como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), tras la culminación de la Segunda Guerra Mundial.
No obstante, nuestro mundo se encuentra hoy nuevamente al borde de una conflagración bélica internacional de proporciones nunca antes imaginadas, precisamente porque el modo de producción capitalista, en su desgaste histórico, requiere de la destrucción de capitales para reiniciar su lógica de acumulación y prevenir su casi inevitable derrumbe, debido a la aceleración desenfrenada de la innovación de los medios de producción, en sectores como las inteligencias artificiales, las telecomunicaciones y las energías renovables. Esta innovación, que en apariencia resulta tan beneficiosa para la humanidad, conlleva su lado obverso en la disminución del valor de cada mercancía, al reducir la cantidad de trabajo socialmente necesario para producirla.
Esta crisis de valorización del valor contribuye a la rapiña interimperialista que está detrás de la movilización bélica mundial a la cual estamos asistiendo. El escritor China Miéville (n. 1972), en su tesis doctoral, Between Equal Rights: A Marxist Theory of International Law (Entre iguales derechos: Una teoría marxista del derecho internacional) (2005), se sostiene en la teoría del teórico soviético disidente, Evgeny Pashukanis (1891-1937), para afirmar que —así como la aparente igualdad ante la ley, en los regímenes democrático-burgueses, disimula las condiciones materiales de explotación y desigualdad— el orden liberal internacional, basado en la ideología de la soberanía nacional, esconde la desigualdad estructural existente entre los diversos Estados-naciones.
A fin de cuentas, plantea Miéville, el derecho internacional, dentro del marco del capitalismo global, es parte del problema y no la solución a los conflictos bélicos internacionales. Mientras la función básica de los Estados sea la salvaguarda de la propiedad privada de los medios de producción y la protección del intercambio y flujo de mercancías, el sueño kantiano seguirá siendo una quimera idealista sin arraigo en la realidad material del orden global. Solo una profunda transformación democrática de los organismos transnacionales que imponen el statu quo actual —la ONU, el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), la Organización Mundial del Comercio (OMC), etc.— podría poner freno a la penosa realidad de guerras interminables que presenciamos hoy en día.
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