Por siglos, Don Quijote de la Mancha ha sido mucho más que una novela: es un espejo deformado y a la vez certero de la condición humana. Miguel de Cervantes, conocido como “el Manco de Lepanto” tras perder el uso de su mano en aquella histórica batalla naval de 1571, nos legó un personaje cuya locura se convirtió en la cordura más lúcida de la literatura universal. Y esa locura, ese delirio noble y terco, tiene resonancias profundas en la República Dominicana.
El Quijote, con su lanza desafiante y su Rocinante famélico, nos recuerda a tantos dominicanos que, armados solo de ideales, se lanzaron contra los molinos de la historia. Desde los padres fundadores de la patria, enfrentados al poder colonial, hasta los luchadores anónimos que cada día resisten la pobreza, la corrupción o la indiferencia, hay algo de quijotesco en esa insistencia en pelear batallas que parecen imposibles.
El delirio de Cervantes no fue el delirio vacío del loco, sino la visión de quien entendía que la dignidad se encuentra en el intento, aunque se pierda en la empresa. En la República Dominicana, país insular que ha enfrentado invasiones, dictaduras, crisis y reconstrucciones permanentes, la metáfora del Quijote nos acompaña como un eco cultural: seguimos creyendo que la justicia puede alcanzarse, que la libertad vale la pena, que la esperanza puede vencer al desencanto.
Debemos cuidarnos del delirio ciego, del ideal que se convierte en excusa para la arbitrariedad
Pero también está la advertencia cervantina: no basta con soñar, hay que saber cuándo la fantasía se convierte en engaño. Nuestra historia contemporánea conoce bien los riesgos del delirio político disfrazado de mesianismo. Líderes que se han querido presentar como caballeros andantes modernos, pero que han terminado confundiendo al pueblo con molinos de viento y a la patria con su propio feudo.
El gran mensaje del Quijote en suelo dominicano es doble. Por un lado, necesitamos mantener viva la capacidad de soñar, de rebelarnos contra lo que parece inamovible, de creer que hasta la injusticia más férrea puede ser desmontada. Pero por otro, debemos cuidarnos del delirio ciego, del ideal que se convierte en excusa para la arbitrariedad, de la locura que deja de ser noble y pasa a ser destructiva.
Cervantes, el Manco de Lepanto, nos enseñó que la locura puede ser luminosa si está guiada por la ética y el amor a la humanidad. Hoy, en la República Dominicana, ese mensaje sigue vigente: necesitamos quijotes que se atrevan a soñar y luchar, pero también sanchos que pongan los pies en la tierra. Porque la libertad y la justicia, como el buen camino, se alcanzan siempre entre el delirio y la sensatez.
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