Mi buen amigo, el general José Miguel Soto Jiménez, me ha conferido la distinción de darme a leer los borradores de su próximo libro antes de mandarlo a imprenta. El Doctor, Aproximación a un Personaje Premeditadamente Indescifrable, es el título de la nueva obra de este veterano de las letras y de las armas, sin duda alguna uno de los más prolíficos de todos los escritores de la generación presente.
La obra resulta interesante. En ella, el general se extiende en apreciaciones y juicios sobre la figura, el papel y el dilatado recorrido de Joaquín Balaguer por la vida política del país.
Son los juicios y las valoraciones del autor, expuestos al estilo en que Soto Jiménez nos tiene acostumbrados a lo largo de su extensa lista de publicaciones acerca de distintos temas y géneros. Esas valoraciones y juicios son muy suyos y hay que respetárselos. Yo tengo los míos y los he dicho y escrito desde siempre.
El general trata sobre el manejo político que Balaguer le daba a asuntos tan importantes como los de las Fuerzas Armadas, la corrupción, la represión contra los opositores, especialmente a los de la izquierda revolucionaria; como las relaciones con los políticos de otras banderías partidarias: Juan Bosch, Salvador Jorge Blanco, José Francisco Peña Gómez, Hipólito Mejía, Leonel Fernández, entre muchos más.
Tengo para mí que el general hace un importante aporte al conocimiento del personaje y de la historia misma, al hacer revelaciones desconocidas, al menos para mí, sobre interioridades y detalles de la vida personal y familiar del presidente Balaguer. Soto Jiménez ofrece datos convincentes de las cosas de “la Casa”, como habitualmente le decían a la residencia de la Máximo Gómez 25 los que tenían alguna relación familiar o de trabajo con los habitantes de la misma. Habla de los visitantes: Políticos, militares, contratistas, cabilderos, escritores, religiosos, viejos amigos del zorro político.
Y entre las muchas cosas que el general saca a la luz está el episodio aquel en que el país y aun con Balaguer vivo, estuvo varias horas sin presidente. Ocurrió que por una administración equivocada de uno de los medicamentos que acostumbraba a usar aquel paciente tan especial, Balaguer perdió la lucidez, su mente quedo en tinieblas y empezó a hacer cosas totalmente desacertadas y contrarias al comportamiento habitual del personaje.
Hasta el punto de que el 29 de enero de 1995, envió con el general Pérez Bello una carta debidamente firmada, al director del diario Hoy, don Cuchito Álvarez, en la cual anunciaba qué en su discurso de rendición de cuentas del 27 de febrero siguiente, revelaría con nombres y apellidos los autores de grandes contrabandos de mercancías y de paso desafiaba a un duelo “en el campo del honor”, con padrinos y todo, a la persona sobre la cual lanzaría los principales cargos.
Era una señal de que el presidente había caído en un estado de confusión y de delirio y que por el momento estaba inhabilitado para gobernar. Narra el general todo el intenso proceso de contactos y diligencias cerca de algunos altos mandos militares, emprendidos por él desde el instante en que el entonces Rector de la Universidad, Roberto Santana, le comunicó la situación.
Otras revelaciones de intimidades semejantes se leerán en la próxima publicación del general Soto Jiménez, incluyendo las que le tocó presenciar ante el lecho de Balaguer cuando este había entrado en trance de muerte y, con airada insistencia, les exigía a sus más cercanos colaboradores de siempre que lo devolvieran a “La Casa” para morir en ella.
El relato de este y otros episodios inéditos tiene un aval importante en favor de su veracidad y su crédito, y es el hecho de que el general cita con nombres y apellidos a testigos que están vivos, junto a los cuales pasó por esas experiencias que ahora, con detalles enriquecedores serán conocidas por vez primera.
Démosle la bienvenida a este otro fruto de la pluma pronta y creativa de José Miguel Soto Jiménez. Y ya, con el libro en las manos, la sociedad y los más legítimos dueños, los lectores, ejercerán el derecho soberano de leerlo, juzgarlo y pronunciar la última palabra sobre el mismo. Yo le deseo la mejor suerte.