La sensación del pensar cansado y optimista hace del hombre ser y parte, una sola unidad en principio, porque se “alimenta” del pensar per se, consciente e inconsciente, de aproximación a lo material para engordar lo espiritual y viceversa en su diario discurrir, tanto en la luz como en la oscuridad, para evitar que naufrague el Ser de cada instante, de cada día, que es quien hay que tenerle siempre disponible el salvavidas.

La sensación de sentir que el pensamiento cansado y optimista naufraga nos orilla a la nada, quedando el dejarse llevar, la otra orilla distante, agonizando, pernoctando en una sola entidad, que arrastra las interrogantes: ¿Es este tiempo su reino perdido y reencontrado? ¿Debido a qué? ¿A cómo cada quien se piensa, se sienta realizado, a corto o largo plazo? El pensamiento cansado tras la presunción, fruto de la pandemia, ¿nos llevó a las orillas pese a su causa que es la vida misma?

Al contemplarse el hombre bordeando el pensar cansado se abisma en un crepúsculo otoñal, aun sin la edad biológica. Tal el pensamiento erótico, psicológico, filosófico, social, religioso y tecnológico, (este último el salvador de la pandemia; en cambio, el pensamiento religioso es un naufragio al asecho), donde ningún pensamiento, de los enumerados, satisface a largo plazo, al final se constituye en una angustia de perecer como pez fuera del agua, al que lo sustenta, tanto como al que lo genera.

La reciente pandemia que agoniza todavía como un mal recuerdo y que izó como un pensamiento cansado, que se busca olvidar porque se le sobrevivió, colocó entre la espalda y el vacío la vida afectiva del hombre, al planeta Tierra, que es la gran madre de la vida.

El pensamiento en general de esa situación puso al hombre a ponderar la posibilidad de desaparecer de la faz de la tierra; puso en crisis al pensamiento cansado y optimista, aun no se pensara, al dejar al hombre mirando como los locos a todos los lados, sin puntos de orientación interna ni externa, fruto de la desaparición física de su entorno que envolvió lo afectivo en todas sus consecuencias.

Los mecanismos de pensamientos tanto espirituales como materiales se vieron a sí mismos ahogándose en lo seco, en el polvo como porvenir a corto plazo e hizo que resurgiera de la ceniza la sensación de morir con pena y sin gloria, aun bajo el apremio de las respuestas consuetudinarias del pensamiento optimista e inteligente (las vacunas, la fe entre otras) llegaron como salvavidas que terminaron dando los resultados ya vistos.

La agresividad de la pandemia fue un cisma y ante los cismas se vuelve al origen o se piensa que se llegó: al mito de desaparecer y quedarse en los reminiscente de volver a construir otro mito, esta vez de sobreviviente.

Toda esta bruma ante la vida ocurría mientras la naturaleza reverdecía como nunca, de vuelta a su origen, con la metáfora gastada de paraíso recobrado entre el placer de ver y sentir, al mismo tiempo, la llamada de la madre naturaleza reverdecer como nunca. Fue la gran lección de la naturaleza, que encierra la vida que no cesa como transformación inapelable.

La naturaleza, en general, se volvió el centro de sus propios intereses primarios. ¿Un susto de los eternos hilos de Ariadna de la vida natural? Quizás. En la medida que la estación violenta de la pandemia, como se recuerda, fue cediendo, tanto por las manos y la inteligencia del hombre y de: “Todo lo que sube tiene que bajar…” , se respiró hondo y los porqués (nudo marinero del pensar cansado e inteligente), volvieron a su equilibrio, al parecer, menos cansado, tras dejar una parte de lo ponderado dentro como una “esperanza”, como una mariposa nocturna alrededor del fuego y afuera esta frase, como un grito mudo y los ojos brotados, a coro terrenal: “De esta nos salvamos”.

Amable Mejia

Abogado y escritor

Amable Mejía, 1959. Abogado y escritor. Oriundo de Mons. Nouel, Bonao. Autor de novelas, cuentos y poesía.

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