Para nuestro país la inmigración, no solamente la haitiana, resulta un tema importante y de obligado abordamiento, de “buen abordamiento”, que requiere de nosotros como país una elevada atención permanente y una acción política humanizada tan urgente como resuelta.
En su libro “Extraños llamando a la Puerta”, (Paidos, 2016), Bauman señala que tanto en Europa como en otras regiones consideran la migración entre los problemas más importantes que tiene los países. Oleadas de nuevos migrantes son vistos con malos ojos como si fueran, al decir de Beltold Brecht, “heraldos de malas noticias”.
Bauman considera que esto explica en gran medida “la coincidencia de la inmigración masiva reciente con la trayectoria creciente de la xenofobia, el racismo, y el nacionalismo chovinista de partidos y movimientos xenófobos y sus líderes patrioteros”.
Sin embargo, esos nómadas, que no lo son por su elección propia, sino por una realidad determinada por un destino cruel, nos hacen recordar de manera irritante y horripilante la vulnerabilidad de nuestra propia apreciación sobre ellos y la fragilidad del bienestar nuestro que se convierte en prioridad muy apreciada.
El autor señala que hay una vía alternativa, más corta y menos arriesgada para hacerle frente al problema y lo robustece con el siguiente mensaje: “La humanidad está en crisis y no hay otra manera de salir que mediante la solidaridad”.
En este sentido también destaca que “el primer obstáculo en ese camino de salida del alejamiento mutuo es la negativa a dialogar: silencio nacido de la autoexclusión, del desinterés, de la desatención y, en definitiva, de la indiferencia”.
Debemos ser conscientes de que nos encontramos ante una encrucijada histórica: depende de si somos capaces de elevarnos por encima de nuestras limitaciones y aprendemos a convivir en paz, solidaridad y cooperación mutuas.
En el mismo contexto, asegura Bauman: “si queremos vivir en paz, tendremos que aprender a soportarnos los unos a los otros y hacer que prime la hospitalidad sobre la hostilidad”. Auspiciando como norma de relación con los migrantes el diálogo, la hospitalidad y la convivencia como horizonte común.
Bauman da un sinnúmero de razones para entender por qué vivimos lo que él denomina «un cuadro político explosivo», en el cual la estrategia del odio es romper «el espacio de la compasión y de aquello que nos impulsa a preocuparnos por otras personas» y evitar así el sentimiento de indiferencia moral, de inhumanidad y adiaforización.
El abordamiento del problema migratorio debe estar vinculado a una visión ética. Sobre esto, Bauman afirma; “El miedo impulsivo provocado por la visión de esos extranjeros portadores de peligros inescrutables, según algunos, entabla combate con el impulso moral activado por la visión del sufrimiento humano”.
Bauman alimenta “el filosofar” sobre el tema migratorio cuando nos dice: “los problemas generados por la actual 'crisis migratoria' y agravados por el pánico de las migraciones pertenecen a la categoría de los más complejos y controvertidos, el imperativo de la moral entra en confrontación directa con el miedo a lo desconocido, personificado por las masas de extraños congregados a nuestra puerta”.
Como país estamos obligados a mirar de cerca el problema de la migración, pero con “sentido de verdad”. Tal como expresara el columnista Roger Cohen en The New York Time: “Las grandes mentiras producen grandes miedos que producen a su vez grandes ansias de grandes hombres fuertes”.