Desde su regreso a la Casa Blanca, Donald Trump ha desplegado una agenda comercial radicalmente proteccionista, fracturando los cimientos del sistema económico global. Bajo el lema "America First", su administración ha impuesto una escalada de aranceles contra China, la Unión Europea, México y otros socios comerciales, desatando no solo represalias inmediatas, sino una peligrosa espiral de desglobalización. Lo que en el pasado fue un mecanismo de integración, hoy se ha convertido en un juego de suma cero: los países compiten por blindar sus economías, sacrificando crecimiento y estabilidad en el altar del nacionalismo económico.
Los efectos de esta guerra comercial ya son visibles, y sus consecuencias podrían ser irreversibles:
- Colapso del comercio internacional: Las barreras arancelarias han estrangulado el flujo de bienes y servicios, golpeando con especial fuerza a economías exportadoras como Alemania, China y México. La OMC proyecta en las condiciones actuales, que probablemente que el volumen del comercio mundial de mercancías disminuya un 0,2% en 2025. Se prevé que la disminución sea particularmente acusada en América del Norte, donde se pronostica que las exportaciones caigan un 12,6%.
- Disrupción de las cadenas de suministro: Empresas que operaban bajo el paradigma de la eficiencia global ahora enfrentan costos exorbitantes y fragmentación productiva. Sectores como el automotriz y el tecnológico, altamente dependientes de insumos extranjeros, están reevaluando sus modelos, pero a un precio altísimo: desaceleración industrial y desempleo masivo.
- Declive del multilateralismo: La Organización Mundial del Comercio (OMC), otrora garante de un sistema basado en reglas, ha quedado relegada a un papel testimonial. Trump no solo ignora sus fallos, sino que incentiva a otros países a hacer lo mismo, enterrando décadas de cooperación económica.
Este giro proteccionista no es solo una política económica; es un arma geopolítica. Trump ha convertido los aranceles en un instrumento de presión diplomática, aprovechando el descontento de una base electoral que culpa a la globalización por la pérdida de empleos industriales. Sin embargo, el costo es enorme: inflación importada, menor inversión extranjera y un clima de incertidumbre que frena la recuperación pospandémica.
Los países emergentes, sin margen para maniobrar, son los más vulnerables. México, Brasil y Vietnam (economías altamente dependientes de las exportaciones) ya enfrentan déficits comerciales y fuga de capitales. Mientras tanto, China responde acelerando su autonomía estratégica, reduciendo importaciones estadounidenses y fortaleciendo alianzas alternativas (como los BRICS).
La pregunta clave ya no es si el proteccionismo de Trump dañará la economía global, sino hasta qué punto redefinirá el poder económico en el siglo XXI. Estamos ante un posible cambio de era:
- Fragmentación económica: Bloques comerciales rivales (EE.UU. vs. China vs. UE) competirán por influencia, reduciendo la interdependencia que antes evitaba conflictos abiertos.
- Fin de la hiperglobalización: Las empresas priorizarán resiliencia sobre eficiencia, relocalizando producción, pero a costa de precios más altos y menor competitividad.
- Riesgo de crisis prolongada: Si las tensiones no se contienen, el mundo podría enfrentar no solo una recesión cíclica, sino un estancamiento estructural similar al de los años 70.
En este escenario, la comunidad internacional tiene un dilema: adaptarse a un mundo donde el poder se ejerce mediante aranceles y sanciones o intentar rescatar contra reloj las reglas que sostuvieron décadas de prosperidad. Por ahora, la balanza se inclina hacia el caos.
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