En la última década, se ha estado produciendo a nivel mundial, regional y nacional, un insólito crecimiento del autoritarismo, del nacionalismo y, nuevos fundamentalismos ideológicos que están deteriorando la credibilidad de la democracia, las instituciones políticas tradicionales como el Estado, los partidos y, la opinión pública.

Este fenómeno llamado el auge de la nueva ultraderecha, parece cerrar el ciclo de democratización que experimentaron las sociedades occidentales a partir de la década del setenta y, abrir un nuevo y peligroso período de antagonismo, guerra y autoritarismo en la historia política mundial.

Sin embargo, debemos estar consciente que el auge de la ultraderecha es peligroso, pues está destruyendo la diversidad y el diálogo democrático; es bastante complejo, pues está influenciado por una diversidad de variables.

Para algunos, está asociado a la revolución tecnológica (Manuel Castells), al desarrollo del cibermundo (Andrés Merejo), a la infocracia (Chul Han), que ha hecho posible el incremento del poder de la comunicación digital y, el fortalecimiento de las identidades tribales, mediante la promoción de los sentimientos de odio y, miedo frente al otro: el extraño, el diferente y/o extranjero.

A decir de algunos intelectuales, en la era del cibermundo, se ha potencializado el poder y la capacidad de los medios de comunicación y las plataformas digitales de manipular las emociones, de fomentar la intolerancia ideológica, destruir la capacidad de dialogo, de reconocimiento del otro y, construir identidades tribales.

El auge de la ultraderecha se ha interpretado también, a partir de la teoría del complot, de los grupos de la derecha radical y ultraconservadora como el ku Klux, klan, el Tea Party, y los llamados neofascistas que, según sus intérpretes y seguidores mediáticos, estos grupos fundamentalistas han impuesto en la opinión pública  mundial, la agenda de la ultraderecha conservadora, libertaría soberanista y antiglobalista, mediante la política del lobby, los algoritmos y el control de los medios de comunicación.

Sin embargo, de manera general, vamos a sostener que el auge de la nueva ultraderecha no es algo que se pueda interpretar de forma universal, sin tomar en cuenta la historia sociopolítica de los países. Existe la ultraderecha libertaría, como es el caso de la Argentina de Milei, que tiene como principio filosófico, el liberalismo de mercado, la libertad individual (liberal) y, la reducción del Estado.

La ideología libertaria de Milei, es producto de la crisis fiscal, la inflación y el aumento de los costos de vida de los gobiernos neoperonistas en Argentina. En ese sentido, los libertarios defienden un fundamentalismo de Mercado, donde el enemigo es el Estado y la solución es el Mercado, por tanto, se oponen a cualquier intento de intervención del Estado en la sociedad y, están en contra de cualquier política redistributiva de signo progresista, socialdemócrata y socialista.

Por otro lado, existen los grupos políticos y religiosos (católicos y protestantes) de la ultraderecha conservadora, llamado también antiwoke que, en nombre de Dios, la tradición, la familia y la pureza de la nación, rechazan cualquier intento de garantizar los derechos de las mujeres en el caso del aborto, los derechos de las minorías sexuales, gay, lesbiana, etc., y, en diferentes magnitudes, apoyan políticas autoritarias en relación con la migración.

Tenemos también, la ultraderecha soberanista con una fuerte ideología nacionalista y antiglobalista, como es el caso de los Estados Unidos de Donald Trump y el movimiento fundamentalista Make American Great Again (MAGA), que es una reacción política de la crisis del capitalismo global, las migraciones, las políticas neoliberales y, sus consecuencias en la cultura cívica de los ciudadanos.

En este caso, la ultraderecha soberanista se opone a los efectos de la globalización como son la pérdida de soberanía del Estado-nación, al poder de los organismos multilaterales, el incremento de las migraciones, el multiculturalismo, a los déficits del intercambio comercial de los Estados Unidos con otros países y, se unifican a partir del relato de volver a ser una nación fuerte de nuevo.

Hay que tener presente que estas tres ideologías de la nueva ultraderecha: libertaria, conservadora y soberanista no son puras, son más bien recursos de interpretación o tipos ideales. Tampoco son filosofía o ideología política que están volando en el aire en las cabezas de los pensadores, sino que adquieren vida, cuerpo y sangre en los partidos, los líderes, las políticas públicas del Estado, en la opinión pública y, en la cultura cívica de los ciudadanos.

Por tanto, vamos a sostener que, el auge de la ultraderecha es directamente proporcional a las crisis del capitalismo global y la democracia neoliberal, que está asociado a la creciente desigualdad social, inflación y, bajos salarios que ha producido el capitalismo y, la pérdida de la responsabilidad social del Estado, la corrupción y, el corporativismo de los partidos, que ha estado deteriorando la esfera pública y, el sentido de pertenencia y comunidad en los ciudadanos.

El auge de la ultraderecha no se ha producido en el vacío, no es sólo un problema del poder de la comunicación y las tecnologías digitales, tampoco se puede reducir al complot de los grupos conservadores, sino, una consecuencia de la crisis o el malestar sociopolítico de la derecha tradicional, debido a las grandes deficiencias del capitalismo global y, la crisis de la democracia neoliberal.

Con el desarrollo del capitalismo global a partir de la década del noventa, se ha estado configurando a nivel mundial, regional y nacional, una transición de un capitalismo nacional, industrial, a un capitalismo global, financiero, desregulado, organizado por la lógica de la innovación, las competencias y el libre mercado.

Este nuevo capitalismo, ha estructurado una nueva estratificación social a nivel mundial. Primero, ha producido una enorme concentración de las riquezas en una élite empresarial y grupos económicos familiares que tienen mayores poderes que los Estados nacionales. Segundo, ha configurado una clase media, empresarial, profesional individualizada, con bienestar y, calidad de vida y, tercero, se ha estructurado una nueva clase de precariados, de trabajadores no cualificados e informales, sin seguridad social y con bajos salarios, produciendo una mayor polarización, fragmentación y falta de cohesión social en las sociedades.

En términos territoriales, el desarrollo de una economía de servicios, ha producido una polarización en las grandes ciudades. Grandes urbes que concentran el desarrollo de la tecnología, las finanzas, bares, restaurantes, avenidas, autopistas, residenciales y, villas donde residen los más ricos y, por otro lado, la expansión de los guetos urbanos, las villas miserias, las favelas, los suburbios donde viven los trabajadores precariados.

Esta nueva estratificación social y territorial, ha  configurado una sociedad competitiva, dividida, polarizada y fragmentada, rompiendo la solidaridad, la cohesión social y los lazos comunitarios que unen a la nación. Los trabajadores precariados y los ciudadanos en general han sido abandonados a sus propias suertes y, han perdidos la confianza en la democracia, el Estado, los partidos y los líderes políticos tradicionales.

Mediante el discurso económico de la estabilidad macroeconómica y, la crisis fiscal, la intervención del Estado se ha reducido, produciendo un déficits de inversión pública en servicios sociales de salud, educación, vivienda, impactando negativamente la calidad de vida de los más pobres y precariados. En ese sentido, los partidos y los líderes políticos de la derecha tradicional están perdiendo el apoyo de los trabajadores y los ciudadanos.

De manera que, en esta coyuntura, de incertidumbres y falta de solidaridad en las comunidades, del auge de los medios de comunicación y las plataformas digitales, la ultraderecha con sus grandes recursos ha difundido el discurso de odio, del miedo, la ideología libertaria, conservadora y soberanista, tratando de llenar el vacío del malestar producido por la crisis del capitalismo global y, la democracia neoliberal.

Wilson Castillo

Sociólogo, profesor.

Sociólogo, con maestría en sociología por la universidad del país vasco y metodología y epistemología de la ciencia en la UASD. Profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y actualmente Director de investigación de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de dicha universidad. Especialista en teoría social y culturas juveniles.

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