CAMBRIDGE – El poder es la capacidad de conseguir que los demás hagan lo que uno quiere. Esto se puede lograr con la coerción («palo»), el pago («zanahoria») y la atracción («miel»). Los dos primeros métodos son formas de poder duro, mientras que la atracción es poder blando. El poder blando surge de la cultura, los valores políticos y la política exterior de los países. En lo inmediato lo habitual es que el poder duro se imponga sobre el poder blando. Pero a largo plazo, suele ocurrir lo contrario. Iósif Stalin se burló del papa, preguntando cuántas divisiones de tanques tenía. Pero el papado continúa, mientras que la Unión Soviética de Stalin ya no existe hace mucho tiempo.

Quien tiene poder de atracción puede ahorrarse zanahorias y palos. Si los aliados lo ven como un actor benévolo y fiable, es más probable que se dejen persuadir y sigan su ejemplo. Pero si lo ven como un matón indigno de confianza, lo más probable es que no colaboren y procuren reducir la interdependencia tanto como puedan. Un buen ejemplo lo da la Europa de la Guerra Fría. Un historiador noruego la describió dividida entre un imperio soviético y otro estadounidense, pero con una diferencia crucial: la parte estadounidense era «un imperio por invitación». Esto quedó de manifiesto cuando los soviéticos tuvieron que enviar soldados a Budapest (1956) y Praga (1968). En cambio, la OTAN no sólo ha sobrevivido sino que se le han sumado nuevos miembros en forma voluntaria.

Una idea adecuada del poder debe tener en cuenta no sólo el aspecto duro, sino también el aspecto blando. Aunque Maquiavelo dijo que para un príncipe es preferible ser temido más que amado, lo mejor es tener ambas cosas. Por lo general, el poder blando no es suficiente solo, y sus efectos tardan más en concretarse; por eso a menudo existe para los líderes políticos la tentación de recurrir al poder duro de la coerción o el pago. Pero cuando el poder duro se ejerce solo, puede implicar costos más altos que cuando se lo combina con el poder blando de la atracción. El Muro de Berlín no cayó ante una descarga de artillería; lo derribaron con martillos y excavadoras personas que habían perdido la fe en el comunismo y se sentían atraídas hacia los valores occidentales.

Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos era con diferencia el país más poderoso, e intentó consagrar sus valores en el «orden internacional liberal», un marco que incluía las Naciones Unidas, las instituciones económicas de Bretton Woods y otros organismos multilaterales. Es verdad que no siempre estuvo a la altura de sus valores liberales, y la bipolaridad de la Guerra Fría limitó el alcance de este orden a la mitad de la población mundial. Pero el sistema de posguerra habría sido muy diferente si las potencias del Eje hubieran ganado la Segunda Guerra Mundial e impuesto sus valores.

Algunos presidentes estadounidenses no cumplieron ciertos aspectos del orden liberal, pero Donald Trump es el primero en rechazar la idea de que el poder blando tenga algún valor en política exterior. Sus primeras medidas al volver al cargo incluyeron sacar al país del Acuerdo de París y de la Organización Mundial de la Salud, a pesar de que las amenazas del cambio climático y de las pandemias son evidentes.

Los efectos de que un gobierno estadounidense renuncie al poder blando son fáciles de predecir. Usar la coerción contra democracias aliadas (como Dinamarca o Canadá) debilita la fe en nuestras alianzas. Amenazar a Panamá reaviva el temor al imperialismo en toda América Latina. Destruir la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), creada por el presidente John F. Kennedy en 1961, daña nuestra reputación de benevolencia. Silenciar la Voz de América es hacerles un regalo a las autocracias rivales. Imponer aranceles a países amigos nos hace parecer menos fiables. Tratar de limitar la libertad de expresión en casa nos resta credibilidad. Y la lista podría continuar.

Trump ha definido a China como el gran desafío de Estados Unidos; y China lleva invirtiendo en poder blando desde 2007, cuando su entonces presidente Hu Jintao dijo al Partido Comunista de China que era necesario aumentar el atractivo internacional del país. Pero China enfrenta dos viejos grandes obstáculos en este sentido. En primer lugar, sus disputas territoriales con varios vecinos. En segundo lugar, la insistencia del PCCh en mantener un control férreo de la sociedad civil. Estas políticas tienen costos, confirmados por las encuestas de opinión en las que se pregunta a personas de todo el mundo qué países les resultan atractivos. Vaya uno a saber qué mostrarán esas encuestas en los años venideros, si Trump sigue debilitando el poder blando estadounidense.

Es verdad que dicho poder blando ha tenido sus altibajos con los años. Estados Unidos generó rechazo en muchos países durante las guerras de Vietnam e Irak. Pero el poder blando no depende solamente de las acciones de los gobiernos, sino también de la sociedad y la cultura de un país. Incluso durante la guerra de Vietnam, cuando multitudes marchaban en todo el mundo contra las políticas de Estados Unidos, coreaban un himno de los derechos civiles estadounidense: «We Shall Overcome». Tener una sociedad abierta que permite la protesta puede ser una ventaja desde el punto de vista del poder blando. Pero ¿sobrevivirá el poder blando cultural de los Estados Unidos a una pérdida de poder blando gubernamental en los próximos cuatro años?

Es probable que la democracia estadounidense sobreviva a cuatro años de Trump. La cultura política de los Estados Unidos es resiliente, y su constitución federal pone frenos al poder de los gobernantes. Hay una probabilidad razonable de que los demócratas recuperen el control de la Cámara de Representantes en las elecciones de 2026. Además, la sociedad civil sigue siendo fuerte y la independencia de los tribunales se mantiene. Muchas organizaciones han iniciado demandas legales contra las acciones de Trump, y los mercados han expresado insatisfacción con sus políticas económicas.

El poder blando estadounidense padeció con las guerras de Vietnam e Irak y con el primer mandato de Trump, pero en ambos casos se recuperó. Sin embargo, cuando la confianza se pierde es difícil recuperarla. Rusia perdió la mayor parte de su poder blando tras la invasión de Ucrania, pero China está trabajando para llenar cualquier vacío que deje Trump. Según el presidente chino Xi Jinping, Oriente está en ascenso sobre Occidente. Si Trump cree que puede competir con China al mismo tiempo que debilita la confianza de los aliados de Estados Unidos, proclama aspiraciones imperiales, destruye la USAID, silencia la Voz de América, desafía las leyes de su país y lo retira de los organismos de la ONU, es probable que fracase. Restaurar lo que ha destruido no será imposible, pero sí costoso.

Traducción: Esteban Flamini

Fuente: https://www.project-syndicate.org/commentary/the-future-of-american-soft-power-by-joseph-s-nye-2025-05/spanish

Joseph Nye

Profesor universitario

Joseph S. Nye, Jr., fue asistente del Secretario de Defensa de los Estados Unidos, y jefe del Consejo Nacional de Inteligencia. es profesor de la Universidad de Harvard y autor de un libro sobre el el final del siglo americano.

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