Los juristas impulsan los códigos a través de diversas dimensiones que se exponen en los lugares donde las tradiciones fortalecen sus ideologías, acudiendo a la fuerza de lo religioso y a modelos heurísticos de carácter patriarcal. Desde estos espacios promueven tópicos morales que cantan los méritos de una ética política que no reconocen los valores de otros, en especial de las mujeres.
El nuevo Código Penal no me hace partícipe, como mujer, de los derechos esenciales para la igualdad jurídica en salud reproductiva, protección preventiva contra el acoso y la violencia de todos los tipos. Esta heurística y el contexto en el que elaboraron sus mañas lo desarrollaron para expulsar el marco de análisis de género dentro del contexto social, político, económico y cultural de vulnerabilidad en el que habitan las mujeres dominicanas.
Este nuevo código cambia los conceptos y acciones que permiten desarrollar una matriz de reconocimientos de tantas memorias históricas y constructos teóricos que frenan y eliminan las desigualdades de género, para poder actuar y defenderse de los miles de anzuelos y formas que no son banales en términos políticos y que están vinculadas con el poder de los astutos hombres y mujeres convencionales, quienes desean llevar a este país a un Estado autoritario.
Es innegable que el nuevo Código Penal tiene un carácter moralista para frenar los avances en derechos humanos para mujeres y hombres.
El nuevo código penal borra con su cuchillo el encuadre de la modernidad.
Este Código Penal es un favor que le agrada a los poderes que conforman las élites del país. Aquellos que rechazan las tres causales introducen ambigüedades que solo favorecen viejas ideas sobre la familia, la educación, los derechos de expresión pública y reproductivos. Lo miré aturdida, como si se leyera el breviario de Maquiavelo, en el que los que no son escogidos se consideran enemigos de los poderes fácticos del Estado y, por ende, no serán reconocidos en la moral del proyecto político de las élites.
El fuego frío de la mirada de los congresistas al proyecto de las tres causales me recuerda la histeria de los ojos saltarines de las ranas que compiten por las reducidas aguas de los estanques, en los períodos críticos de sequía en un verano en los trópicos.
Las mujeres han luchado por más de un siglo por sus derechos reproductivos. Eso no importó para los congresistas; no es su problema. Ellos solo tienen interés en los votos de una fuerza ciudadana que se las arregla como puede, cuando enfrentan los problemas ordinarios, por la inmediatez de sus asuntos, dado que el aguante es la alegoría de los dilemas que pinta la psique social, envuelta en las tradiciones coloniales que ni siquiera llegan a la modernidad de Descartes.
El nuevo código penal borra con su cuchillo el encuadre de la modernidad. Se coloca el sombrero de copa a la sombra de la colonialidad de los viejos juristas hispánicos.
Las mujeres no son de interés para los congresistas dominicanos. Ellos no tuvieron interés en las tres causales. Sobre estos congresistas hay poco que señalar, ya que fácilmente se encuadran en la vieja moral de siglos pasados, y no me cabe duda de que conforman parte de la camarilla de los hijos del Puer Robustus, pues en pleno siglo XXI crearon un Código Penal que no es más que una acción disruptiva con la jurisprudencia que promovía avances en los derechos humanos en la República Dominicana.
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