Me unen muchos años de amistad con don Pepín Corripio, así como la experiencia de tener el privilegio de escribir una columna semanal durante más de quince años en El Día, uno de sus periódicos, y antes artículos recurrentes en otro también bajo su liderazgo, el Hoy. Esa relación me ha permitido conocer, de primera mano, al filósofo y al hombre detrás del empresario: al sabio, que tiene una extraordinaria capacidad de autorreflexión y aprendizaje a partir de las experiencias de la vida, además de una profunda preocupación por los demás, un manejo cabal de sus emociones, una curiosidad innata y la búsqueda de una comprensión más profunda de la vida, y al ser humano austero, disciplinado y coherente, cuya vida encarna un principio que ha repetido a lo largo de su trayectoria: “De cada diez pesos que se ganen, hay que guardar nueve”.
El axioma, parece una exageración y una meta imposible de cumplir. Sin embargo, no debe entenderse literalmente. Es la expresión de una filosofía de vida: vivir con poco, reinvertir mucho y construir el futuro basado en la disciplina. Don Pepín nunca ha visto la riqueza como medio para la ostentación, sino como instrumento para crear valor, generar empleos y oportunidades donde otros solo veían obstáculos.
Esta misma semana, el economista, escritor y amigo, con quien comparto la mocanidad, Eduardo García Michel tituló su columna semanal en Diario Libre “El axioma de Pepín”. Con ello puso de relieve que la máxima trasciende lo personal para convertirse en una referencia cultural y económica. Cuando una voz académica de ese nivel recoge el principio y lo analiza, lo que era una enseñanza individual se transforma en patrimonio intelectual de la sociedad.
La máxima también puede analizarse académicamente. Max Weber, en La ética protestante y el espíritu del capitalismo, explica cómo la austeridad y la reinversión sistemática fueron motores del desarrollo en Europa. Ese mismo espíritu está presente en el apotegma corripiano. En paralelo, la economía del comportamiento, con autores ganadores del premio nóbel de economía como Daniel Kahneman, con Pensar rápido, pensar despacio, Ruido y La falsa ilusión del éxito, y Richard Thaler, con El pequeño empujón y Todo lo que he aprendido con la psicología económica, ha demostrado que la capacidad de postergar la gratificación inmediata, saber esperar el fruto para sembrar la propia abundancia y dominar la urgencia para conquistar el porvenir, son claves para la prosperidad a largo plazo.
Las experiencias de sociedades como Japón, Alemania y Corea del Sur, que lograron convertir el ahorro en un pilar cultural, lo que sirvió de base a su crecimiento económico sostenido, refuerzan dicha idea. El axioma corripiano conecta con esa misma lógica: la prosperidad económica no deriva del consumo inducido y desproporcionado, sino de la acumulación de capital mediante ahorro y su adecuada reinversión en actividades productivas que generen crecimiento sostenible.
En la República Dominicana es evidente que guardar nueve de cada diez pesos resulta imposible para la mayoría. Pero lo esencial no son ni la proporción ni el monto exactos, sino la enseñanza que encierra: gastar menos de lo ganado, evitar la ostentación, el lujo, resistirse al endeudamiento fácil y cultivar la previsión.
Lo notable es que don Pepín ha predicado con el ejemplo. Su estilo de vida austero lo ha distanciado de la vanidad, el oropel, el exhibicionismo y la extravagancia. Esa coherencia le da autoridad moral para sostener una máxima que hoy resulta tan vigente como en el pasado.
En momentos en que el país sigue mostrando crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) por encima del promedio regional, con sectores como turismo, zonas francas y construcciones aún dinámicos, la inflación, aunque ha cedido respecto al pico postpandemia, sigue golpeando el costo de la canasta básica; el endeudamiento público se mantiene alto; hay incertidumbre externa por la situación de Haití, la economía estadounidense y los mercados internacionales y persisten problemas estructurales como la desigualdad, precariedad laboral e informalidad, el mensaje de previsión y disciplina pepiniano cobra un valor renovado.
La proposición de don Pepín no es solo una máxima empresarial, es también una enseñanza cultural y ética. Es la síntesis de una filosofía que coloca la sobriedad y la prevención por encima del consumo inmediato. Nos recuerda que la verdadera seguridad no se mide por lo que mostramos, sino por lo que preservamos con paciencia.
Se trata, pues, de una lección de libertad. Quien vive con sobriedad y reinvierte con inteligencia no solo construye riqueza, sino también independencia. Quien vive con moderación y templanza aprende a distinguir lo esencial de lo accesorio, a no depender de bienes, apariencias ni caprichos, a no estar esclavizado por el consumo, los deseos desordenados ni la presión social de tener siempre más. Esa es, quizás, la mayor enseñanza que don Pepín nos deja: la libertad se construye en la disciplina de guardar nueve y vivir con uno, aunque ese uno sea suficiente para vivir con dignidad y sobriedad.
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