La relación entre la psicología y el arte es consustancial. La primera observa los procesos de creación y los significados de la expresión artística, y el segundo es un medio infalible para facilitar la expresión de las emociones, reducir el estrés y generar deleite, lo que favorece el bienestar psicológico. Más allá del deleite que podemos encontrar en la contemplación, la expresión artística fortalece la madurez emocional y social.

Para niños y niñas, el arte es un lenguaje que apoya y promueve su desarrollo; les permite comunicar ideas, emociones y experiencias cuando aún no tienen incorporado el vocabulario que les permita verbalizarlas. De esa manera, el dibujo, la música, el baile, el teatro estimulan su creatividad, entrenan su motricidad y la coordinación ojo-mano, la gestión de las emociones y la percepción del espacio. En la adolescencia, además de permitir la expresión de emociones complejas y manejar el estrés, el arte sirve para explorar la propia identidad y desarrollar el pensamiento crítico.

La música, el cine, la escritura y la pintura permiten comunicar libremente las ideas, explorar las complejidades de la realidad a través de símbolos y metáforas. El teatro y la danza promueven la expresión emocional a través de la acción y el movimiento.

Hoy, más que nunca, necesitamos artistas que miren con profundidad, instituciones públicas y privadas que protejan la creación y ciudadanos que se atrevan a detenerse ante una obra y dejarse impresionar por ella.

El estético es todo estímulo que moviliza nuestros sentidos, y cuando esos estímulos generan emociones y producen deleite, le llamamos contemplación. De ahí que la belleza sea totalmente subjetiva. La contemplación artística genera reacciones físicas y espirituales al producir sentimientos y emociones, que permiten entrenar la gestión emocional y la reflexión crítica.

En tiempos de incertidumbre social, política, económica o existencial, todos necesitamos un refugio, y el arte ha cumplido históricamente con esta función: contiene emocionalmente y permite la construcción de sentido cuando la realidad se torna difícil de habitar y comprender.

El arte no es un lujo, no es un aspecto decorativo de la cultura, es un recurso ancestral que permite procesar la experiencia, atravesar el dolor, resignificar la pérdida y mantener la esperanza. Es decir, el arte funciona como mecanismo de regulación emocional y cognitiva, tan necesarios en el momento actual.

La neuropsicología ha demostrado que el cerebro humano almacena nuestras vivencias como registros sensoriales, emocionales y simbólicos, sobre todo aquellas asociadas a experiencias traumáticas, al duelo y a la incertidumbre.  El arte accede a esos registros a través del color, la forma, la textura y la imagen. También a través del sonido, los olores y los sabores, presentes en el arte contemporáneo, porque estos estímulos sonoros, olfativos y gustativos también son susceptibles de generar emociones y traducirse a imágenes.

La psicología de la salud apoya la creación y la contemplación del arte para la reducción del estrés, mejorar la autorregulación emocional, fomentar la introspección y fortalecer la empatía. En sociedades agobiadas por la violencia y las desigualdades, el arte cobra mayor importancia por ser un medio de resistencia simbólica y de cuidado psíquico, lo que convierte a museos, galerías, centros culturales y comunitarios en lugares de encuentro, procesamiento emocional y memoria.

En la adolescencia, además de permitir la expresión de emociones complejas y manejar el estrés, el arte sirve para explorar la propia identidad y desarrollar el pensamiento crítico.

A nivel educativo, la experiencia estética es de suma importancia, porque fomenta la sensibilidad, la capacidad de observación, el pensamiento crítico y la empatía. En niños, niñas, jóvenes y adultos, la creación artística amplifica el repertorio emocional y fortalece la capacidad de afrontamiento de las complejidades de la realidad.

Sigmund Freud entendía que la obra artística representa procesos psicológicos complejos, como la sublimación, la represión y el conflicto entre deseos y normas. Más allá de lo visible o lo explícito, la fuerza estética está en lo contenido. El arte conmueve no por lo que descarga, sino por lo que logra sostener.

Hoy, más que nunca, necesitamos artistas que miren con profundidad, instituciones públicas y privadas que protejan la creación y ciudadanos que se atrevan a detenerse ante una obra y dejarse impresionar por ella.

EN ESTA NOTA

Angela Caba

psicóloga clínica

Ángela Caba. Psicóloga y artista visual. Docente de la UASD y CEO de Pigmalion, EIRL

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