Dentro de los pacientes que había curado figuran: Francisco Mejía, mulato libre del Seibo, de dolor en el costado, a la negra Catalina de Piña de la gota, a María Conga del mal de madre, a Luis Congo de bubas, así como a varios militares.

En cuanto a las bolitas que le dio a la esclava María Montaño, esta deseaba trasladarse a Santo Domingo para estar junto a su marido, que era empleado en la hacienda del señor Ignacio de Frías, y con esto esperaba que su ama la aborreciese y la vendiese, enviándola a otra ciudad. En cuanto a las esteras de caña, admitió sin tapujos que las usaba para adivinar lo que sucedía en otras tierras, de la misma manera que los blancos utilizan sus libros para el fin.

Los testigos que habían curado eran negros y mulatos, esclavos y libertos, y la ingenua María Montaño había puesto su fe en él a falta de otro mecanismo que en el contexto de la esclavitud podría proporcionarle la seguridad de reagruparse con su esposo.

El saber curativo afrodescendiente desafió las barreras sociales y dejó huellas en la medicina colonial

Los blancos y mulatos del servicio militar a los que supuestamente había sanado no le respaldaron en su causa, pero habían confiado en sus dotes de curandero, porque el universo de creencias compartidas en la época sobrepasaba las barreras étnicas. Posiblemente ambos tenían las aptitudes adecuadas para el oficio de la medicina, pero sin duda no tenían las condiciones favorables para lograrlo en un contexto discriminatorio que les impedía la entrada a la educación formal.

Las genealogías de individuos que vivieron en la época colonial, tenidos como blancos y que ostentaban posiciones de poder, son relativamente fáciles de rastrear; la de los negros esclavizados y sus descendientes, no. Es posible que Domingo Moscoso y Juan Lorenzo hayan dejado descendencia. No sería descabellado emprender la empresa de construir sus respectivas genealogías.

Las investigaciones genealógicas sobre la familia Pulá, los Parreño de San Cristóbal, los Creales y los Basora evidencian la viabilidad y la importancia de emprender este tipo de investigaciones, pues el papel, a veces olvidado por los autodenominados afrodescendientes, no es el de victimizarse, sino el de sacar del anonimato de las cifras a miles de esclavizados y mostrar las condiciones materiales en que mal vivieron.

Las genealogías invisibles de los esclavizados revelan historias de resistencia, cuidado y legado comunitario

La monumental y pionera investigación de Francisco Moscoso Puello titulada “Apuntes para la Historia de la Medicina de la Isla de Santo Domingo” da fe de algunos aportes realizados por la población afrodescendiente en el área de la salud, sobre todo en el acompañamiento a la labor de parto, que comúnmente era realizada por exesclavizadas domésticas que, a diferencia del hábito hispano de cortar el cordón umbilical, lo quemaban con un tizón, práctica que reducía las probabilidades de infección.

De igual manera, se presume que el primer hospital de América, el Nicolás de Bari, fue construido sobre las ruinas de una choza donde una exesclavizada ofrecía servicios de salud, pues era ya ese el espacio conocido por los habitantes que padecían de algún quebranto: "El origen de esta institución se debió a la actitud piadosa de una mujer negra que, a falta de hospital u otro centro de salud en el nuevo enclave de la ciudad, curaba en un bohío a los enfermos pobres, de acuerdo a sus magras posibilidades. Esta obra benéfica fue creciendo gracias a limosnas de los vecinos".[1]

[1] Rueda M. Nuestros monumentos. Editorial Hoy. Santo Domingo, R. D. 1992. p. 6.

Duleidys Rodríguez Castro

Educadora y Filósofa

Duleidys Rodríguez Castro es filósofa egresada del Instituto Filosófico Pedro Francisco Bonó. Posee una maestría en Filosofía en el Mundo Global por la Universidad del País Vasco. Es coleccionista especializada en historia de la educación dominicana. Desde hace 17 años se desempeña como profesora de Literatura.

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